El pequeño café estaba a solo unas cuadras de la boutique, un lugar tranquilo donde el bullicio de la ciudad parecía desvanecerse. La luz suave de la tarde se filtraba a través de las ventanas, creando una atmósfera relajada, como si el tiempo hubiera decidido detenerse allí, en ese preciso momento.
Aurora y Dante se sentaron en una mesa cerca de la ventana, el sonido del espresso siendo preparado en la barra era casi hipnótico. La cercanía de Dante, su presencia sólida y segura, hacía que Aurora se sintiera más consciente de sí misma, pero al mismo tiempo, una parte de ella se relajaba.
—¿Te importa si me adelanto? —preguntó Dante mientras se inclinaba para mirar el menú. Me tomas por sorpresa con esa recomendación de café. El tuyo está muy caliente... Yo pediré uno... quizás algo más fuerte.
Aurora sonrió levemente, tomando el menú y jugueteando con él en sus manos.
—Soy una chica sencilla. Un latte con almendra está bien, gracias. —respondió, notando la manera en que Dante parecía absorber los detalles con cada gesto que hacía.
El camarero llegó con su pedido y colocó las bebidas sobre la mesa. Aurora levantó su taza y la llevó a sus labios, buscando un momento de tranquilidad, sin saber exactamente qué decir. Dante, en cambio, parecía tener una paciencia infinita, esperando sin presionar.
—¿Estás bien? —preguntó Dante, su voz suave pero intensa, como si intentara leerla.
Aurora bajó la mirada, un suspiro escapó de sus labios.
—Es raro... —murmuró—. Nunca he sido buena para abrirme. Y no sé por qué me siento tan... cómoda aquí contigo. No suelo confiar tan rápido.
Dante asintió, comprendiendo sin necesidad de más palabras. Era como si los dos estuvieran compartiendo un momento íntimo, sin necesidad de explicaciones. Algo que solo los dos comprendían.
—A veces, la vida te lleva a las personas y situaciones que menos esperas. Quizás este es tu momento para ser un poco más... tú misma —dijo Dante, su tono casi filosófico, pero sin dejar de ser genuino.
Aurora lo miró a los ojos, algo en su interior se removió. Había algo cautivador en la manera en que él hablaba, como si tuviera una comprensión profunda de las emociones humanas. Pero aún no sabía si podía confiar en él, ni en lo que estaba sucediendo en su propio corazón.
—No estoy segura de qué quiero ahora, Dante. Todo ha sido tan... confuso —admitió Aurora, su voz titubeante.
Dante la observó en silencio durante un largo momento, sin juzgarla. Solo estaba allí, esperando, presente.
—Lo entiendo. No tienes que tener todas las respuestas hoy. Pero si hay algo que te puedo prometer es que no estás sola en esto —dijo él suavemente.
Aurora no sabía cómo responder. Estaba agradecida, pero al mismo tiempo, un temor inexplicable crecía en su interior. ¿Qué significaba todo esto? Estaba empezando a sentir una conexión con Dante que no podía ignorar, pero también se sentía atrapada entre lo que su corazón deseaba y lo que su mente le ordenaba.
Un leve sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Miró la pantalla y vio el nombre de Carlos parpadeando. Su corazón dio un vuelco, pero antes de que pudiera contestar, Dante habló.
—No tienes que contestar si no quieres. A veces, el silencio también es una respuesta —dijo Dante, con una mirada tranquila pero firme.
Aurora se mordió el labio, el conflicto interno era palpable. Finalmente, dejó que el teléfono siguiera sonando, dejando que la decisión fuera tomada por ella misma.
—Tal vez tienes razón... —dijo, más para sí misma que para él. —No sé qué quiero, ni qué necesito. Solo sé que... ahora mismo, necesito paz.
Dante asintió, sonriendo ligeramente.
—Entonces, quédate un poco más. No tienes que tener todas las respuestas de inmediato. Todo a su tiempo —sugirió, con un tono tan genuino que Aurora no pudo evitar sentirse un poco más ligera.
El café continuó en silencio por unos momentos, ambos sumidos en sus pensamientos. Pero había algo en el aire, una conexión silenciosa que ambos compartían. No era una conversación llena de promesas ni de resoluciones inmediatas, sino más bien un entendimiento tácito de que, a veces, las respuestas no se encuentran en las palabras, sino en el simple acto de estar ahí para alguien.
Cuando el sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de naranja y rosa, Aurora miró a Dante una vez más. Algo había cambiado en ella durante esas pocas horas, algo que ni siquiera ella podía explicar con claridad.
—Gracias —le dijo, con una sonrisa sincera.
—No tienes que darme las gracias. Lo que sea que necesites, está bien —respondió Dante, su mirada suave pero penetrante.
A pesar de la incertidumbre que aún la rodeaba, Aurora supo que esa tarde con Dante había sido el comienzo de algo diferente. Y aunque el futuro aún era incierto, por primera vez en mucho tiempo, sentía que podía enfrentar lo que viniera.
para la desgracia de Aurora las nubes se pusieron grises en el pequeño cafe.
Era una tarde gris, las nubes cubrían el cielo, y la brisa suave traía consigo un presagio de algo que estaba por estallar. Aurora estaba viendo los ojos de Dante atractivo, se sentía que solo estaba ella sola con él, contemplando la vista desde la ventana. El sonido de la puerta principal del café abriéndose interrumpió sus pensamientos. Daniel había llegado, cabe destacar que ese pequeño café era donde ella solía comer con Daniel.
Aurora lo vio entrar, su mirada fría y distante. No sabía qué hacer. El simple hecho de verlo de nuevo provocaba en ella una mezcla de enojo y dolor que aún no había podido sanar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Aurora, sin darle siquiera la bienvenida.
Daniel la miró con una intensidad que hacía tiempo no veía en él, una mezcla de arrepentimiento y determinación.
—Aurora, necesito hablar contigo —dijo con voz grave, pero sus ojos no reflejaban la suavidad que solía tener cuando la miraba. Ahora había algo más, algo que no podía descifrar.
Aurora dio un paso atrás, su cuerpo tenso, como si todo su ser estuviera preparándose para lo que estaba por venir.
—¿Hablar? ¿Para qué? ¿Para volver a mentirme? —dijo, sus palabras cargadas de rabia.
Daniel bajó la cabeza, pero luego levantó la mirada con firmeza. La mirada que le había dado, la misma que antes la había hechizado, ahora solo la hacía sentir enfadada.
—Te he extrañado, Aurora... Carlos no te va a querer como yo —dijo, sus palabras temblorosas, pero con un toque de sinceridad que a Aurora le dolió escuchar.
—¿Te has extrañado?, Carlos es último hombre que voy a desechar, no se acuerda de nada y tampoco le intereso, porque según él yo no le doy intimidad y le molesta que sea pura y virgen —repitió Aurora, sus manos apretadas en los puños—. Eso ya no me importa, Daniel. Lo que hiciste me lastimó demasiado. Y ya no me importas. Ya no te amo, y no, no me gustas más.
Daniel dio un paso hacia ella, pero algo en sus ojos reflejaba desesperación.
—No es tarde, solo fue un mes, Aurora. Te juro que he cambiado. Puedo hacer todo lo que sea necesario, solo... dame una oportunidad —dijo, con una voz quebrada.
Aurora lo miró con desdén, el dolor en su pecho convertido en furia.
—¿Dame una oportunidad? —preguntó, su tono frío y cortante—. ¿Sabes lo que me hiciste la última vez que te fuiste? Dejaste un vacío que ya no puedo llenar. Me cansé de esperar, Daniel. Ya no te soporto. Me arruinaste, me dejaste... y ahora pretendes que todo se olvide como si nada hubiera pasado. Pero ya no... ya no. No me interesa lo que digas, lo que sientas.
Daniel pareció tambalear, la fuerza de sus palabras golpeándolo como un muro de hielo. Pero no se dio por vencido. Dio un paso más, acercándose peligrosamente.
—No puedo irme así, Aurora. Me gustas... me sigues gustando. Nunca te dejé de amar —dijo, su voz ahora cargada de urgencia.
En ese instante, Dante se levantó de la silla, observando la escena con una mezcla de curiosidad y tensión. Cuando vio lo que ocurría, la furia se apoderó de él. No iba a permitir que Daniel se acercara más a Aurora.
—Ya te puedes ir, Daniel. Estás estorbando —dijo Dante, su tono firme y autoritario, sin permitir que Daniel tuviera oportunidad de replicar.
Daniel lo miró con desdén, como si no estuviera dispuesto a irse sin pelear. En un arranque de furia, dio un paso hacia Aurora y, sin previo aviso, le dio un fuerte tortazo en la mejilla. El sonido del golpe resonó en el café donde todos voltearon a ver con terror la escena dramática.
Aurora se quedó en silencio, atónita. Su rostro enrojeció, y su corazón latió con fuerza, tanto por el dolor como por la indignación.
Pero Dante no podía permitir que esto continuara. En un solo movimiento, se lanzó hacia Daniel y le propinó un golpe directo en la mandíbula. Daniel cayó al suelo, sorprendido por la fuerza de la reacción de Dante.
—¡No vuelvas a tocarla! —rugió Dante, su voz cargada de furia y protección.
Aurora, aún atónita, retrocedió un paso, llevándose la mano a la mejilla adolorida. La escena frente a ella era confusa, pero una parte de ella estaba agradecida por la intervención de Dante. Su corazón latía más rápido, pero no por Daniel, sino por Dante, que la había defendido con una fuerza inusitada.
Daniel se levantó del suelo, furioso, pero con una mirada de derrota. No había ganado nada hoy, y en su interior sabía que había perdido mucho más que una pelea física. Había perdido a Aurora.
—Esto no ha terminado —dijo, sus ojos llenos de ira antes de salir por la puerta sin mirar atrás.
Aurora miró a Dante, que la observaba con intensidad. El silencio que siguió era pesado, pero de alguna manera, se sentía más seguro que cualquier otra cosa que hubiera experimentado en los últimos meses.
—¿Estás bien? —preguntó Dante, su voz más suave ahora, pero cargada de una preocupación sincera.
Aurora asintió lentamente, sin palabras, aún asimilando todo lo que acababa de suceder.
Dante dio un paso hacia ella, y aunque su rostro era serio, había una suavidad en su mirada que la hizo sentir que, tal vez, aún había esperanza en medio de todo el caos.