Aurora había estado sentada en el sofá, perdida en sus pensamientos, cuando escuchó el golpe fuerte contra la puerta. El sonido de unos tacones impacientes recorrió el pasillo antes de que Carlos irrumpiera en la casa con su presencia dominante. El aire en la habitación se volvió pesado, cargado de una energía que Aurora reconocía bien: la furia de él. —¡¿Qué te crees, Aurora?! —gritó Carlos, avanzando con paso firme hasta ella—. No me importa si no quieres, te lo dije claro, te casarás conmigo, ¡sea como sea! El plan sigue, y te guste o no, serás mía. Aurora se levantó rápidamente, su corazón palpitando con fuerza. Intentó hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta. Carlos la miró con una furia tan profunda que no permitió que pudiera defenderse. Con un movimiento rápido, la e

