Un encuentro que cambia todo

2160 Words
Un mes despues. Aurora llevaba dos días lidiando con un dolor de estómago constante y un malestar general que no se disipaba. Decidió que ya era hora de buscar ayuda profesional, por lo que, con una sensación de incomodidad, hizo una cita con una doctora en una clínica cercana. Lo que no esperaba era que al abrir la puerta del consultorio se encontraría con alguien completamente diferente. La puerta se abrió y allí estaba él: un joven y apuesto doctor, el mismo hombre que se encontró en la calle empedrada decidió no darle importancia a eso y ella pensó que quizá el jamás se acordaría de ella, asi que no le dijo nada, solo lo observo, esa mirada intensa y una presencia que la hizo detenerse en seco. Aurora, que esperaba a una mujer para examinarla, se quedó paralizada, observándolo como si el mundo a su alrededor dejara de existir por un momento. —¿Le pasa algo? —El doctor la miró fijamente, su voz profunda y suave quebró el silencio, y ella parpadeó, sin poder articular palabra al principio. —Usted vino esta mañana, para que la examinaran, por un dolor de estómago y cuerpo. ¿Usted es Aurora Gómez? —¿Qué? ¡Sí, soy yo! —respondió Aurora, su voz entrecortada, aún sorprendida por la situación. —Entre, por favor. No se quede parada. —Dijo él con tono suave pero firme, invitándola a avanzar. —Tome esta bata, póngasela y cuando esté lista, comenzamos. Aurora, algo nerviosa, se desvistió rápidamente y se puso la bata que él le entregó. Estaba más consciente de lo que nunca antes de su propia respiración, de cómo su cuerpo reaccionaba de manera diferente ante su presencia. Un minuto después, el doctor entró al consultorio y comenzó el examen. Sus manos tocaban suavemente sus rodillas, sintiendo su temperatura y si había alguna sensibilidad. Luego, le indicó que se acostara para realizar un examen más profundo. —Voy a poner un aparato que monitoreará su estómago, para ver qué está ocurriendo dentro. Relájese, por favor. Si siente dolor cuando pase mi mano o con el aparato, avíseme. El doctor comenzó a palmar su estómago, y cuando su mano tocó el área sensible, Aurora pegó un pequeño salto. —¿Le duele poco, mucho, o leve? —El doctor preguntó con una mirada tranquila, pero sus ojos reflejaban una preocupación sincera. —Mucho... —Aurora contestó mientras se aferraba con nerviosismo al borde de la cama, intentando controlar su cuerpo que se tensaba involuntariamente. —Trate de calmar esas manos, no mueva los dedos. Está muy tensa. Debe relajarse —dijo él, arqueando una ceja de manera tranquilizadora. Aurora, sintiendo el calor de su cuerpo aumentar, se obligó a respirar profundamente, aunque su mente estaba nublada por la cercanía de él. —¿Le duelen las piernas? —El doctor siguió su examen con calma, pasando la mano por sus músculos. —No, pero siento como un escalofrío —respondió Aurora, notando que sus mejillas se calentaban a medida que la tensión entre ellos aumentaba. —Es porque estás tensa. Ahora, dime, ¿te duelen los brazos? Necesito un examen general y quiero que me digas con certeza cómo te sientes —insistió él con una voz calmada pero autoritaria. —No —dijo Aurora, sintiéndose más nerviosa de lo que quería admitir. El doctor continuó el examen, y en un momento tocó su pecho para revisar si había alguna sensibilidad. Aurora, sintiendo un leve cosquilleo en el lugar, respondió con un tono tímido. —Sí, siento un leve cosquilleo, pero creo que es porque estoy algo sensible. No me duele —respondió, conteniendo la respiración. —Respira —dijo él con tono suave, pero firme. —¿Qué? —preguntó Aurora, confundida. —Estás conteniendo la respiración. Por eso te duele y te sientes incómoda. Relájate un poco y todo irá mejor. Cuando el doctor tocó su cintura y palmeó su estómago, Aurora dejó escapar un leve suspiro. El dolor aumentó un poco, pero al mismo tiempo, la cercanía de él la hacía sentirse diferente, como si todo su cuerpo estuviera reaccionando ante su presencia. —Ay… —hizo un gesto con incomodidad, poniéndose nerviosa. —Te duele. —El doctor se inclinó ligeramente hacia ella, sus ojos fijos en los de Aurora, un destello de preocupación cruzando su mirada. —Sí, un poco… —respondió en voz baja. —Ya entiendo. Las paredes de tu estómago están irritadas. Tienes gastritis. No te preocupes, te daré medicación para aliviarlo y una dieta balanceada. Estarás bien —dijo el doctor con una calma profesional. Aurora, que se sentía nerviosa, se permitió un suspiro de alivio. En su mente, sin embargo, no podía dejar de pensar: No es posible. Es un profesional. No puedo pensar en él de esta manera... —¿Hay posibilidad de que me atienda una mujer? —preguntó con una sonrisa nerviosa, tratando de calmarse. El doctor, sin perder su compostura, la miró con seriedad y respondió: —¿Tienes algún problema con que te revise yo? Soy el único a cargo de esto —dijo, su tono más directo ahora, con un toque de misterio. Aurora, sorprendida por su respuesta, se sintió algo culpable, como si estuviera cruzando límites que no debería. Pero sus palabras se quedaron atrapadas en su garganta. —Estoy bien... —respondió tímidamente. —Es solo que... tanto trabajo, a veces es agotador. Apenas me queda tiempo para comer a mis horas —dijo ella, mirando sus ojos, encontrando una conexión en ellos. El doctor hizo una pausa y se acercó un poco más, sus ojos profundos observando los de Aurora con una intensidad que ella no pudo ignorar. —Me llamo Dante. Si te sientes mal, no dudes en llamarme. Estoy disponible a cualquier hora —dijo él, tomando un papel y escribiendo algo. Aurora asintió, agradecida, aunque su corazón aún latía con fuerza. Sabía que algo había cambiado en ese momento, aunque trataba de no reconocerlo. —Gracias, Dante. Lo haré si me siento peor —respondió ella. Mientras él se levantaba para irse, Aurora se levantó de la silla y, en un descuido, se resbaló ligeramente. Antes de que cayera, el doctor Dante reaccionó con rapidez, atrapándola por la cintura. Sus ojos se encontraron en un instante que pareció eterno. —¡Ay! —exclamó Aurora, sintiendo la proximidad de su cuerpo al de él. —¿Te mareaste? —dijo Dante con una mirada que mezclaba preocupación y algo más. Aurora sintió que su corazón latía con fuerza, y sin pensarlo, dijo lo primero que se le ocurrió para alargar el momento: —Me mareé un poco —respondió, tocando su mano para mantener el contacto. El doctor, con una sonrisa torcida, la sostuvo con más firmeza, llevándola hacia una cama de hospital, él sabia que ya la había visto antes, pero para él era mejor un misterio que drama. El resto de la consulta pasó como un sueño febril. Las interacciones entre ellos parecían inofensivas, pero Aurora sentía que algo había comenzado a despertar dentro de ella. Algo que no podía controlar. Dante la ayudó a acomodarse en la cama, sus manos firmes pero gentiles mientras la guiaba con cuidado. Aurora sintió un calor inesperado recorrer su espalda al estar tan cerca de él, una proximidad que aumentaba la sensación de vulnerabilidad que no había anticipado. —¿Te sientes mejor? —preguntó Dante, con su tono suave pero cargado de una cierta urgencia, como si esperara que todo estuviera bien para poder relajarse un poco. Aurora, incapaz de mirar directamente a sus ojos por la intensidad de la situación, se concentró en su respiración. Aunque el mareo ya había disminuido, sentía algo mucho más abrumador: el deseo de no estar sola en ese instante, de no despegarse de él. —Sí... un poco mejor —respondió con una sonrisa tímida, aunque sabía que no era solo el mareo lo que la hacía sentirse débil. Había algo más, algo que no podía poner en palabras. Dante asintió, y por un momento, el silencio entre ellos se alargó. Aurora no sabía si debía decir algo o simplemente dejar que el momento pasara. Pero él, como si hubiera sentido su incertidumbre, rompió el silencio con una voz más baja. —Me alegra que te sientas mejor. —Se inclinó ligeramente hacia ella, como si su cercanía no fuera suficiente. —Si te pasa algo más, no dudes en llamarme. Estaré aquí. Aurora sintió un estremecimiento en su pecho al escuchar esas palabras. Había algo en su mirada, algo que no era solo profesional, algo que la hacía sentirse... especial, como si de algún modo él estuviera protegiéndola sin saber por qué. —Gracias... Dante —dijo, y al pronunciar su nombre, su voz salió más suave de lo que había anticipado. Sintió que su corazón latía un poco más rápido. La cercanía entre ellos era palpable, como una carga eléctrica que fluía por el aire. Dante no dijo nada, pero sus ojos brillaron con una mezcla de algo indescriptible, como si en ese momento hubiera entendido más de ella de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir. Finalmente, él se alejó un paso, como si necesitara un espacio para procesar la intensidad que acababa de invadir la habitación. Aurora, por su parte, no podía dejar de pensar en la forma en que sus manos habían tocado su cuerpo, cómo había reaccionado a cada uno de sus gestos. —Voy a prepararte la receta para la medicación —dijo él, dándose la vuelta para dirigirse a su escritorio. —Recuerda que es importante seguir la dieta que te voy a dar. De lo contrario, podrías empeorar. Aurora asintió, intentando enfocar su mente en algo práctico para desviar la atención de sus pensamientos. Pero era inútil. Cada vez que se concentraba, el rostro de Dante volvía a aparecer en su mente, como si estuviera marcado a fuego en su memoria. —¿Hay algo más que pueda hacer para ayudarte? —preguntó él sin mirarla, su tono ahora más neutral, profesional. —No, eso es todo. Muchas gracias —respondió ella, aunque, en el fondo, desearía que él le ofreciera algo más. Algo que no fuera solo una receta médica. Dante asintió una vez más, y con un leve gesto, salió de la habitación, dejando a Aurora sumida en una nube de confusión. Su mente no dejaba de dar vueltas, preguntándose si había algo más en esa conversación, algo más que un simple encuentro médico. A medida que pasaba el tiempo, Aurora se quedó allí, con el cuerpo aún tenso, pero la mente en caos. Lo que había comenzado como una cita rutinaria con un doctor se había transformado en algo completamente diferente. ¿Era posible que una simple consulta pudiera despertar una conexión tan profunda? ¿Y si era solo su imaginación? No sabía qué pensar, pero lo que sí sabía era que algo había cambiado en ella, algo que no podía deshacer. Pasaron unos minutos antes de que se atreviera a levantarse de la cama. Aún sentía un leve dolor en el estómago, pero no era lo único que la perturbaba. Mientras se cambiaba, su mente volvía una y otra vez a Dante. No podía sacarlo de su cabeza. ¿Qué está pasando conmigo? De repente, escuchó un leve golpe en la puerta. Antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió lentamente y allí estaba él, Dante, con una receta en la mano. —Aquí está tu medicación —dijo él, con una expresión que denotaba que había algo más que profesionalismo en su gesto. Aurora notó que no se había marchado aún, como si no pudiera irse. —Gracias... —respondió, tomando la receta de sus manos. A medida que sus dedos rozaban los de él, un escalofrío recorrió su cuerpo, y se dio cuenta de que no solo le dolía el estómago. Algo más estaba en juego aquí. Dante permaneció en la puerta unos segundos más, como si luchara contra sí mismo antes de hablar. Finalmente, y casi como un susurro, dijo: —Cuídate, Aurora. No quiero que te sigas sintiendo mal. Y.… si alguna vez necesitas algo, no dudes en buscarme. Estoy aquí para lo que necesites. Aurora, sorprendida por la sinceridad en sus palabras, lo miró fijamente. Su corazón, nuevamente, se aceleró. Algo en él la hacía sentirse segura, pero al mismo tiempo, más vulnerable que nunca. —Lo haré —respondió, casi sin darse cuenta de lo que estaba diciendo, sin saber si lo hacía por cortesía o porque realmente quería verlo otra vez. Dante asintió, y sin decir más, salió de la habitación, dejando a Aurora en un estado de confusión absoluta. Lo que había comenzado como una simple consulta médica se había convertido en un encuentro que marcaría el comienzo de algo mucho más profundo, algo que ni ella misma podía anticipar.
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