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Fuego entre Escritores [+18]

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Blurb

Jesús A. Galvis y Susan Díaz son los reyes enemigos del romance erótico. Él, maestro del deseo crudo y sin filtros. Ella, la reina del slow burn y la tensión elegante. Su guerra por el Top 1 de las plataformas digitales es legendaria, un campo de batalla de sátiras públicas que oculta un secreto: una química explosiva que casi los consume en el pasado.

Forzados por su editorial a un crossover en la Feria del Libro de Cartagena, la tensión se vuelve insostenible. Susurrándose insultos que suenan a flirteo, Jesús lucha por ignorar el cuerpo perfecto de Susan, mientras ella ve en su físico la tentación de sus fantasías más oscuras.

La cercanía es una trampa. El deseo es un fuego que exige ser consumido. Pero el reencuentro no solo reaviva el anhelo prohibido; también revela la verdad más peligrosa: ambos tienen pareja y mucho que ocultar.

Este no es un crossover de géneros. Es una colisión de cuerpos, una traición perfecta. ¿Podrán escribir una historia juntos sin quemar sus vidas?

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Capítulo 1 - Tensión Palpable
El aire de Cartagena era una manta pesada de calor, sal y jazmín. Andrés Galvis, apoyado en el caballete de su mesa de firmas, sentía que la humedad se adhería al lino de su camisa color arena, una prenda abierta que dejaba al descubierto el resultado de años de disciplina en el gimnasio. Su barba oscura y los ojos intensos le daban el aspecto de un protagonista de Dark Romance: poderoso, inquebrantable y con un magnetismo palpable. A dos metros de distancia, bajo el toldo blanco y la tipografía elegante que anunciaba a Susan Díaz, la escena era un contraste perfecto. Susan, con un vestido vaporoso en turquesa que jugaba peligrosamente con el viento, firmaba ejemplares con una gracia que Andrés encontraba irritantemente perfecta. Su cabello oscuro y liso caía sobre hombros bronceados y el contorno de su cuerpo, atlético y curvilíneo, era una distracción constante. Olía a vainilla y coco, un aroma dulce que, en ese ambiente tropical, era una tortura. El silencio entre ellos, roto solo por el murmullo de los fans y el click de las cámaras, era una obra de arte en sí mismo. Habían intercambiado un saludo cortés al llegar: un asentimiento de cabeza, la sonrisa tensa. Pero el aire se sentía tan cargado entre sus stands adyacentes que las mesas parecían separadas por una barrera invisible de electricidad estática. Andrés escribía su firma de forma rápida y audaz. Su mente divagaba, y no en la próxima escena de su novela. La culpa la tenía la mujer de turquesa. Recordaba perfectamente ese coqueteo prohibido de hace años, la química que había superado la distancia digital, y la forma abrupta en que se había cortado. Ahora, esa chispa estaba de vuelta, amplificada por el físico cincelado que ambos lucían. — Ella me está mirando. Lo sé. Ella sigue diciendo que mi prosa es demasiado obvia, demasiado impaciente. Pero, si se atreviera a ser tan real como la atmósfera de mi libro, sabría que ese vestido de seda turquesa me está pidiendo a gritos que lo deslice. ¿Por qué demonios tiene que oler tan bien? Es un anzuelo, Susan. Un dulce y maldito anzuelo — pensaba Andrés a la par que movía su pluma firmando los libros Susan firmaba con una caligrafía redondeada y elegante, su sonrisa fija para las cámaras. Sentía la intensidad de la mirada de Andrés sobre su nuca, ese peso magnético que la hacía preguntarse si su camisa de lino abierta revelaba más de su torso musculoso de lo que pretendía. Su aroma, ese sándalo mezclado con especias y unas notas tropicales, la golpeaba como una bocanada de realidad que no cabía en sus novelas de enamorados. — ¡Concéntrate! Su arrogancia es un escudo. Su físico de estatua, también. Pero es imposible ignorar esa presencia. El hombre escribe sobre sexo tan descarnado que mis lectoras sueñan con él. Si yo le diera rienda suelta a mis fantasías, las escenas serían aún más explícitas que las suyas. Es una tentación. Él es la única persona que me ha hecho sentir que mi control se desmorona. Y no, Andrés, no voy a darte el gusto de que sepas que me pareces tan peligroso. — pensaba también Susan La calma tensa duró hasta que una joven fan, con el rostro iluminado, se acercó a la mesa de Andrés para una foto. —¡Andrés! ¡Eres lo máximo! ¡Eres el mejor escritor que existe! —dijo la chica, emocionada, y luego se giró hacia Susan, que justo terminaba con su propio lector—: ¡Susan, usted también! ¡Pero los dos juntos...! ¡Ojalá colaboren algún día! Sería el crossover más épico de la plataforma. La petición, lanzada con la inocencia del fandom, actuó como el detonante. Andrés tomó aire. Era el momento de encender el fuego. —Gracias, corazón. Es un lindo deseo. Pero temo que, si fusionamos nuestros mundos, el suyo se desintegre. Mi erotismo, el de la conexión real y palpable, no se lleva bien con la prosa que teme ir más allá del roce de dedos. Susan alzó una ceja, pero su sonrisa no se desdibujó; de hecho, se hizo más afilada. —¿Temer, Andrés? Yo escribo sobre la anticipación, sobre el placer que se gana. Tú escribes sobre la urgencia. Es la diferencia entre una buena cena a la luz de las velas y una hamburguesa devorada en el coche. —Ah, la cena a la luz de las velas. Suena a tu última novela de príncipes, Susan. Mucha vajilla fina y poca acción —respondió Andrés, inclinándose para que solo ella lo escuchara, su voz grave—. Mi problema contigo, y con tu estilo, es que pareces escribir con la cautela de quien pide permiso para tener un orgasmo. El dardo aterrizó con la precisión que solo un antiguo amante puede manejar. Susan contuvo la respiración por un instante. Su réplica debía ser letal. —Y tu problema, Andrés, es que pareces escribir con la urgencia de quien teme ser olvidado al minuto siguiente. Tus descripciones son tan directas y obsesivas, tan volcadas en lo físico, que le quitas el alma. Yo no pido permiso; yo preparo el escenario para que el lector sienta el orgasmo en el corazón, no solo en la entrepierna. Y si yo quisiera escribir algo tan explícito como lo tuyo, la gente no solo lo leería, sino que lo viviría, porque yo sí sé cómo construir la tensión necesaria. Las palabras flotaron en el aire, entendidas por la docena de fans que seguían allí, muchos de ellos grabando el "duelo" con sus móviles. La tensión profesional se había vuelto íntima, s****l y personal. Andrés sonrió, una sonrisa de desafío genuino. Ella lo había golpeado justo donde dolía: la profundidad de su conexión. —Entonces, ¿me estás retando, Susan? —No. Te estoy educando, Andrés. El espectáculo duró unos minutos más, con pequeñas bromas y sarcasmos que sirvieron de despedida a los últimos fans. Finalmente, las filas desaparecieron y, mientras recogían los últimos ejemplares, se hizo presente Mariana, la Community Manager para las r************* de Novelity (la plataforma que les daba el Top 1). Mariana, con una tablet en mano, irradiaba entusiasmo. —¡Chicos! ¡Estuvieron fantásticos! La rivalidad es épica. Como saben, son la cara visible de Novelity, y su éxito es el motor de nuestra promoción. Aprovechando que están juntos en este recinto, la gerencia quiere que grabemos una serie de videos express para r************* . Tendrán que responder preguntas de los fans, hacer un trend viral sobre el romance y grabaremos una cápsula sobre la "Tensión de los Opositores". Andrés frunció el ceño. —¿Tendremos que bailar en t****k? No, gracias. Yo escribo literatura, no coreografías. Susan suspiró con resignación forzada, pero en sus ojos había un brillo de aceptación del desafío. —Es el precio de ser el número uno, Andrés. A mí, a diferencia de ti, no me da miedo hacer un poco el ridículo. —A mí no me da miedo, Susan. Me da pereza. Pero, si es por demostrarle a tu audiencia que se puede ser el rostro de la plataforma sin dejar de ser brutalmente real, acepto. Mariana sonrió aliviada. —¡Genial! El set está justo por aquí. Es un pequeño stand que la plataforma rentó. ¡Síganme! Andrés se encontró caminando de nuevo detrás de Susan. El pasillo estaba vacío, un túnel de sombra lejos de las luces de la feria. Él no podía dejar de mirar. El sol de la tarde proyectaba una luz dorada que realzaba la forma en que el vestido turquesa de Susan caía sobre sus caderas, una vista que lo anclaba a la tierra. Su físico era una obra de arte esculpida por años de disciplina, y Andrés, aunque se odiara por ello, sentía una ola de calor recorrer su cuerpo atlético, poniendo todos sus músculos en alerta. El perfume de vainilla y coco se intensificó, un toque dulce que solo hacía más peligroso el camino. — Estoy muy orgulloso de mi disciplina, pero en este momento, mi cerebro solo piensa en esa forma de caminar. Ella es el infierno cubierto de seda. Si ella no estuviera comprometida, si yo no lo estuviera... no habríamos terminado el encuentro con solo un intercambio de sátiras. Lo habríamos resuelto en la cama de un hotel, hace años. Susan sentía la intensidad de su mirada quemándole la espalda. Era consciente de su efecto en él, y eso le daba un poder que no sentía con nadie más. El sándalo especiado de Andrés, tan potente, tan masculino, le llenaba los pulmones. Era el olor de lo prohibido, el aroma de las fantasías que no podía permitirse. — No lo mires, Susan. Él es una trampa. Es la promesa de la urgencia. Pero Dios, ese hombre es la tentación. Sus historias, tan explícitas, tan crudas... Puedo sentir el calor de su cuerpo cerca. Solo con su olor me imagino la escena del ascensor de su última novela. Si me toca, si me mira un segundo más con esa intensidad... voy a romper la promesa que hice. Llegaron a la mampara de tela negra. Mariana la abrió. El espacio era pequeño, iluminado con aros de luz y con el logo de Novelity de fondo. —Susan, aquí. Andrés, ponte a la derecha —indicó Mariana, entregándoles unos micrófonos de solapa—. Tendrán que acercarse un poco, la toma es ajustada para t****k. Se encontraron sentados uno al lado del otro en sillas altas. La rodilla de Andrés estaba a escasos milímetros de la de Susan. El calor del aire acondicionado era inútil contra el fuego que ardía entre sus cuerpos. Mariana revisó su tablet, sonriendo nerviosa. —¡Bien! Primera pregunta, de la comunidad: ¿Qué le agregarías al género de tu rival para hacerlo perfecto? La pregunta era un regalo envenenado. Andrés sintió el calor del cuerpo de Susan a su lado, y su mente se nubló con una idea que no era apta para el público. —A la prosa de Susan —dijo Andrés, sonriendo lentamente y mirando fijamente a la cámara, pero sus palabras eran solo para ella—, le agregaría... un desenlace inesperado que dure más de media página. Susan rió, una risa clara y melodiosa que, por un instante, pareció genuina. Luego se inclinó hacia el micrófono con una mirada desafiante que congeló la sonrisa de Andrés. —Y al estilo de Andrés, que es tan directo y tan urgente, le agregaría un poco de intriga. Por ejemplo... —Susan giró su rostro, y sus labios rozaron el lóbulo de la oreja de Andrés, enviándole una descarga eléctrica—: ¿Por qué un hombre tan seguro de sí mismo tiene que fingir que está soltero? Andrés se quedó petrificado, la sangre hirviendo en sus venas. No esperaba ese golpe bajo, ese ataque tan personal en medio de un juego público. El calor se disipó y fue reemplazado por una ira cruda y controlada. Ella sabe. ¿Cómo lo sabe? El fuego que ardía entre ellos acababa de volverse peligroso.

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