Alonzo
–Va a tirarme el anillo por la cabeza y a decirme que no vuelva a joderla con ridiculeces como esta.
Fernando en estado puro de desesperación era peor que una madre a punto de parir. Empezaba a creer que dejarlo dormir en mi casa era una mala idea, lo confirmé minutos más tarde mientras se puso a caminar en círculos por la sala, repasando los eventos que se vendrían encima cuando llegara el amanecer.
–¿Y por qué crees que ella te rechazaría? Están juntos oficialmente desde hace tres años, sin contar todo el tiempo que duró su especie de relación secreta.
Cuestioné evitando mirarlo para no marearme con tantas vueltas.
–No lo sé hermano, simplemente me siento nervioso por lo que pueda pasar. ¿Y si me dice que no? Que quizá no está preparada...
–Pues te pondrás de pie como todo un hombre y lo hablarán a solas.
–No es tan fácil como suena…
Iba a rebatir, a decirle que no exagerara y confiara más en su novia, sin embargo, el sonido de mi celular lo imposibilitó.
Lo busqué por todo el suelo, pero el desastre causado por la angustia de mi amigo no me dejó responder a tiempo. La segunda llamada consecutiva me hizo saber que era algo de suma importancia, así que maldije cuando por fin lo encontré debajo de todos los paquetes vacíos de papás fritas.
–¿Bueno?
Contesté a prisa, ignorando a mi fastidioso visitante.
–Señor Conte, aquí Lazaro. –borré todo rastro de pereza de mi cuerpo de inmediato y caminé hasta la cocina, en donde hallé mayor silencio– La señora Marchetti acaba de salir a esta hora con el niño, se encuentra cargada de paquetes, parece que va a abandonar la casa.
Cerré los ojos pensando en Lia y su hábito continuo de mantenerse en movimiento gracias a la paranoia que solo existía en su mente.
–¿Cuántas maletas lleva?
–Lleva tres, las carga como puede hasta un taxi.
–No permitan que se vaya, llegaré en seguida.
Ni siquiera esperé confirmación para cortar, cuando abrí la puerta vi a mi buen amigo pegado a la madera con la esperanza de escuchar el llamado. La sonrisa que se formó en su rostro tras verme fue tan jocosa como odiosa.
–Uy, ya veo que Lia te está llamando.
–No empieces con eso, –corrí hasta mi habitación a colocarme ropa decente para ir en busca de la mencionada– no es momento.
–¿Todo bien?
–No, Lia intenta escapar de nuevo.
–¿Otra vez? ¿No es esta la cuarta vez que lo intenta?
Asentí colocándome las zapatillas.
–Volveré en un momento, llegaré a tiempo para recoger a mi madre al aeropuerto.
–Bien mantenme al tanto de lo que ocurra.
Asentí a toda prisa.
Para colmo la gran tormenta que azotó horas antes a la ciudad había dejado las calles mojadas, obligándome a tener más cuidado del habitual e ir a un paso más lento. La exasperación me embargó cuando gaste quince minutos innecesarios tras un semáforo en rojo que no quise pasarme de largo solo para parecer un buen ciudadano.
Pude escuchar las quejas de Lia a través del pasillo que me llevaba hasta la puerta de su departamento una vez que estuve cerca, hacía bastante tiempo que no oía su voz, cuatro meses exactamente. La última vez la había invitado a cenar junto a Steffano, pero todo había terminado en un completo desastre, ni siquiera éramos personas que encajaran bien o al menos supieran tolerarse.
–¡No lo puedo creer! ¿Ahora tengo que pedir permiso para huir con mi hijo a donde me plazca?
–Son órdenes del señor Conte.
–¿El señor Conte? ¿Y él quién es? ¡¿Acaso es mi guardián?!
Llegué justo a tiempo. Me coloqué junto al marco de la puerta cuando pronunció aquellas palabras exactas, su rostro obtuvo un color pálido al notar mi repentina aparición, siendo testigo de como sus mejillas se volvieron sonrosadas al girar sobre sus pies y toparse conmigo.
–Si quieres darme ese título no me opongo.
Solté con un aire burlesco que solo la hizo sintiera más inhibida de lo que ya era cada vez que me encontraba cerca. Me dio la espalda resguardando un poco de la seguridad que le quedaba, su molestia no cesó ni siquiera con lo sorpresivo de mi presencia.
–¿Quién te crees eh? Necesito salir de aquí, tengo que irme lejos.
–¿Por qué?
–¿Y eso a ti que te importa? No tengo que darte explicaciones, aunque por alguna extraña razón siempre te aparezcas no tienes derecho a decidir dónde voy o no. Saca a tus hombres de aquí y déjanos en paz.
–¿Por qué esa hostilidad? –consulté sin una pizca de molestia– mi intención no es acosarte, simplemente deseo cuidar de ti y de Steffano.
–Gracias, pero no hace falta.
–¿Cuándo vas a dejar de huir como si fueras una fugitiva? Tienes a mis hombres vigilándote todo el día, no permitirán que alguien se atreva a hacerte daño. ¿No crees que ya es tiempo de algo de estabilidad para Steffano?
Empuñó las manos presa de la impotencia, mantuvo su distancia y encaminó hasta la encimera de la cocina, en donde abrió el cajón próximo para sacar a la vista un papel que lanzó hasta la mesa cercana a mi posición.
Recibí aquella hoja impresa entre mis manos y no tardé mucho en leerla. Lo arrugué tan pronto leí el contenido y empecé a comprender las acciones de la mujer junto a mi.
–¿Cuándo te llegó esto? –mi seriedad la hizo tranquilizarse–
–Hoy por la tarde.
–Orlando no permitirá esto, él no dejará que… –quedé callado por al menos un minuto– Mierda.
–¿Qué? ¿Qué sucede?
–Orlando se fue de vacaciones. Los chicos y yo lo convencimos de que era tiempo de un descanso. –a pesar de su necedad por no hacerlo– Ese Raffael nunca cambiará –cerré los ojos conteniendo la molestía creciente– siempre se aprovechará hasta de la más minima situación.
–Va a venir por Steffano –sus ojos se llenaron de lágrimas increiblemente rápido, no quería verla llorar, no era agradable observarla en ese estado por un hombre que jamá había medido sus acciones por el bien de su familia–
–Y por ti.
Negó de inmediato.
–Hace cuatro años fui a verlo al reclusorio, llevé conmigo a Steffano cuando apenas era un bebé. Me sentí la peor madre del mundo con tan solo pisar aquel lugar, no es un sitio que un pequeño deba visitar. –quise acercarme para quizá decirle que todo estaba bien, sin embargo, volvió a darme la espalda para esconder su casi llanto–
–Tu no eres una mala madre.
–Mira nada más que clase de padre le di, por culpa suya me secuestraron, estuvo en peligro de no tener una intervención quirúrgica a tiempo y está creciendo bajo una inestabilidad de temer. –dejó pasar un silencio incómodo– Por eso le dije a Raffael durante aquella primera y única visita que no quería volver a saber más de él, que se alejara de nosotros con todos sus juegos mafiosos y peligros. Se puso como un loco, los guardias tuvieron que intervenir para que pudiera salir de allí. Va a venir por Steffano, me lo dijo aquella vez y le creo.
–¿Por qué no me lo contaste?
–No somos amigos Alonzo, ni siquiera sé por qué razón vienes aquí cada cierto tiempo.
–Prometí que cuidaría de ti y Steffano.
–No tienes por qué.
–Claro que tengo razones.
–¿Solo por que me secuestraste? –y ahí estaba, una de las razones por las que no podía apartarme de ella. Por la culpa de haber metido en la caldera a una persona inocente de todo pecado y problemas que tuve alguna vez–
–La última vez que metí a una persona en mis problemas no acabó nada bien. Me arrepiento por eso cada noche de mi vida, así que por eso estoy dispuesto a protegerlos.
–Basta Alonzo, solo alejate de nosotros, no tienes ninguna responsabilidad aquí.
–Lia, no entiendes…
Su boca se abrió suavemente, haciendo el amago de querer responder a mis excusas. Cerró los ojos abatida y pude observarla detenidamente, como nunca antes lo había hecho. Todavía traía el pantalón de enfermería, el cual denotaba su gran atributo posterior pese a ser lo bastante ancho como para no generar lo que extrañamente empezaba a sentir.
Provocación.
–¿Alonzo? ¿Eres tú?
La voz medio dormida del propio Steffano esfumó todos raros mis pensamiento, por suerte.
–¡Eres tú! ¡Viniste!
Y sin pensarlo corrió hacia mi, sin tener en cuenta lo agradecido que estaba por despejarme la mente