Caer ante las tentaciones era fácil para cualquiera, pero esto iba en contra de las reglas que Jane Miller se había propuesto no romper, así que ajustando su vestido de color carmesí, pegado de la cintura que llegaba en una elegante falda hasta sus pies, se acercó a ese hombre de traje n***o, hecho con exactitud a su medida, que lo hacía verse jodidamente irresistible ante cualquier mujer de aquel bar, quizá incluso irresistible hasta para algunos hombres; levantó una pierna con sensualidad para sentarse en el taburete que estaba pegado a la barra y dejó con delicadeza su cartera de mano sobre la fría mesa, ordenó un trago de Vodka Devil´s Spring y lo bebió como si aquello fuera un trago de agua. Quería impresionar, quería ser notada por aquel hombre de cuerpo perfecto, volverse su tentación, y así sería a como diera lugar, aquel plan no podía fallar.
Sabía que sus ojos la estaban viendo con deseo, esa era la primera parte del plan, sentía como sus ojos quemaban cada parte de su cuerpo, en especial aquella parte de su escote que dejaba la mayor parte de sus senos al aire, muy poco a la imaginación, pero cuando levantó su mirada, dispuesta a seguir con el plan, no se imaginó que aquel hombre de ojos zarcos, barbilla cuadrada y mirada intensa, pasaría de ser su presa a ser su cazador, llevándola a convertirse en aquello que ella juró que jamás sería.
Su sumisa.
Por otro lado, Alek Zakharov había viajado con un solo propósito a los Estados Unidos.
Venganza contra los hombres que mataron a la única persona con la que él contaba, pero jamás se imaginó que aquellos hipnóticos ojos verdes que había visto sólo en sus fantasías más oscuras, estarían frente a él esa noche, invitándolo a dejar por un rato de lado aquella venganza que casi había llegado a consumirlo.
Esa mujer sería suya, de eso se encargaría él, la haría gritar su nombre mientras la profanaba y la hacía retorcerse bajo su cuerpo, en sus brazos, aquellos que no estaban hechos para la delicadeza.
Y menos para amar.