Al llegar a la lujosa habitación principal de aquella casa, noté que la puerta estaba entreabierta, lo que significaba que mi presa ya estaba ahí. Le daría una exquisita sorpresa.
Apagué la luz, dejando solo la luz de la lámpara de noche encendida, la vi mirarme con un poco de duda, pero distrayendo su mente a otros terrenos, dejé caer la bata que me cubría y me acerqué a ella.
—te ves deliciosa, Mía.
Sonreí y fingiendo ser mi hermana la empujé a la cama y me subí sobre su regazo.
—Lo sé —dije, moviendo mi cadera contra la suya. Henrietta suspiró, llevó sus manos a mi sostén y lo quitó de un tirón, apretando mis senos con sus manos. Me incliné para besar su cuello, metí mi mano debajo de su ropa interior y acaricié su centro, haciéndola jadear.
Sentía asco, sí. Pero tenía mi plan
