El Despido

1090 Words
CAPÍTULO UNO: EL DESPIDO Pasado. Elliet Berger. — ¿Cómo que estoy despedida? — exclamé molesta, con un nudo formado en la garganta. — Así como lo oíste, Elliet — dijo el encargado del establecimiento —. No soy yo quien te despide. — Aclaró — La orden viene desde allá arriba. Si no lo hago, los dos saldremos por esa puerta — mencionó Victor. — Te defendí con los jefes, pero ellos se rehusaron a tenerte aquí con excusas absurdas. Una lágrima se deslizó por mi mejilla y la quité con brusquedad y amargura. — Aquí tiene el pago de tus días de trabajo y también te dieron una indemnización por el tiempo que llevaste trabajando en nuestro almacén. Asentí, tomando el sobre. — Gracias, Victor. Adiós. — Salí dando un portazo. Sé que él no tiene la culpa, pero la molestia que me cargo por la injusticia me puede más. Salí sin mirar hacia atrás. No quería ver la cara de esa víbora ponzoñosa ni que se riera de mí, mostrando su triunfo, por ahora. Caminé por la Avenida de los Campos Elíseos, específicamente por el bulevar más transitado del centro. Necesitaba despejarme y qué mejor manera de soltar la rabia que caminar por unos cuantos minutos. ***** — Madre, debo encontrar otro trabajo lo antes posible — manifesté, sintiéndome preocupada —. Lo que me pagaron no va a alcanzar para mantenernos tres meses. — Lo sé, mi amor, lo sé — comprendió su madre. Elisa no podría trabajar a su edad; ya no podía, y con la presión no era de mucha ayuda —. Sabes que me gustaría ayudarte, pero ¿quién contrata a una vieja como yo, y enferma? — Mamá, por favor no te digas así — gruñí en reprensión —. No te preocupes, yo resuelvo y vamos a estar bien. Dejé a mi madre en la sala, mientras me encerré en la habitación. Me dejé caer en la cama y comencé a buscar empleo inmediatamente. No era el tipo de trabajo que debería buscar, ya que me gradué de fisioterapeuta y no había un lugar al que no hubiera enviado mi currículum. Sería algo temporal, mientras esperaba que algún día decidieran llamarme y ofrecerme un trabajo que me permitiera desempeñar lo que me apasionaba. Los días fueron pasando y el dinero estaba disminuyendo poco a poco, y nada que encontraba empleo. Puedo decir que vivía metida en el teléfono buscando y nada. Un anuncio apareció en la pantalla: Clínica de fertilización. — Clínica de fertilización — repetí en voz alta, llamando mi propia atención. Comencé a leer un poco de qué se trataba y cómo era el procedimiento. — Es un centro médico especializado en el diagnóstico y tratamiento de la infertilidad y problemas reproductivos en hombres y mujeres — Interesante, pensé. — Ofrecen Técnicas de Reproducción Asistida (TRA), como la Fecundación In Vitro (FIV), Inseminación Artificial (IA) y microinyección (ICSI), además de estudios genéticos. — Ayudar a las personas o parejas a concebir y tener un hijo biológico, ofreciendo soluciones médicas personalizadas. «Esta idea es descabellada. Si en estos próximos días no encuentro trabajo, tendré que ir a visitar una de esas clínicas», pensé. — Lo tomaría como última instancia — murmuré. La noche cayó y salí hacia la cocina. Allí encontré a mi madre sirviendo la mesa. Me senté en la butaca, en silencio, procesando la idea de la clínica. ¿Cuáles serían los procedimientos legales? ¿Consecuencias físicas? Esas eran algunas de mis preguntas. — ¿En qué piensas, Elliet? — preguntó mi madre —. Cuando estás en silencio me preocupas más que cuando hablas, y sobre todo cuando tienes esa cara tan seria — exclamó. Esta es la parte que no me gusta: cuando mi madre es tan observadora y, algunas veces, deseo que no me conozca tan bien. — Nada en particular — respondí con la voz tranquila. — Bien. Elliet, cuando quieras hablar, estoy para escucharte — me hizo saber una vez más. Asentí. — Hoy llegaron los recibos de agua y luz — dijo y se llevó la cuchara a la boca. La comida que tenía en la boca me supo amarga, pues sabía que debía pagar los servicios. — Después de la cena, hago las transferencias, no te preocupes. TRES MESES DESPUÉS... Había visitado varias clínicas de fertilización ofreciendo mis óvulos a cambio de una compensación generosa. Al hacer mención de aquello, el rechazo fue de inmediato. Estaba frente a otra clínica, la última en mi lista de la ciudad. Las otras estaban fuera de la ciudad y no tenía dinero para llegar hasta ellas. Miré al cielo, elevando una plegaria a Dios y a todos allá arriba para que me echaran una mano. Lo que estaba haciendo estaba mal, lo sé, pero era eso o caer en la ruina total. Me adentré con el corazón latiendo con fuerza. Sentía que me empujaba hacia adelante, siguiendo el compás de mis pasos. — Buenos días, señorita — dije con la voz temblorosa. La enfermera detrás del mostrador me miró de arriba abajo y luego forzó una sonrisa. Quise refutar, alzar la ceja por su manera de mirarme como un bicho raro. Bajé la mirada, chequeando mi atuendo, que estaba perfectamente ajustado. «¿Y a esta qué bicho le picó?», pensé, pero levanté mi mirada y sonreí como si no hubiera notado nada. — ¿Dónde puedo encontrar al director de esta clínica? — pregunté, cambiando la estrategia a última hora. Siempre me dirigía a los médicos, y por su ética profesional, no estaban dispuestos a arriesgar su licencia. — Segundo piso, Administración — contestó con voz áspera. — Muchas gracias — respondí. Di media vuelta en busca del camino a Dirección. Subí la escalera con agilidad y destreza. La paciencia no era mi mejor virtud ese día, por lo tanto, no quise esperar el ascensor. — Buenos días — dije con la respiración agitada. Sentía que me faltaba el aliento, pero aun así, jadeando, logré articular palabras. — Buenos días. ¿Tiene cita? Negué sin habla mientras recuperaba la normalidad de mi respiración. — No, pero es importante — expresé. — Veré si la puede atender. Espere sentada, ya regreso. — Gracias. Tomé asiento mientras ella desapareció de mi campo de visión. Dejé mis manos sobre mi regazo, entrelazando los dedos. «Dios, es mi última oportunidad, juro que no lo vuelvo a hacer», dije dentro de mí, prometiendo que esta sería la única vez. — Puedes pasar— pronunció al verme.
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