Madison
Esto era insoportable. Como era de esperarse, los centros comerciales están llenos, y mas si quedan solo dos días para Navidad. La gente corre como loca para comprar regalos, aunque no me quejo ya que yo hago lo mismo.
Me habría gustado haber venido con más tiempo y comprarlos antes, pero no pude ya que no había cobrado el poco dinero que me pagan.
Como sardinas enlatadas, la gente se mueve de un lado a otro, todos apretados. Intento andar lo más rápido posible para que la maleducada gente no me golpee o me pise. Resulta muy frustrante.
A lo lejos puedo divisar el famoso Duende Verde, una tienda que descubrí hace poco y que me gustó mucho. Venden todo tipo de bisutería hecha a mano, y no es para nada caro.
Decidida, me decanto por ir hacia ahí una vez esto cerca, y sin pensármelo dos veces entro. Ya que venía Navidad, ¿Por qué no comprarme un detalle para mí? De todas formas, nadie me regalaría nada.
Mi madre siempre ha ido muy justa de dinero. Tenía un trabajo el cual le pagaban una miseria, igual que el mío, así que no podía permitirse regalarme nada, solo muy de vez en cuando. Es por eso que me puse a trabajar y me fui a vivir sola, para que ella no tuviera que preocuparse por mí y tuviera el dinero suficiente para llegar a fin de mes.
Al entrar, puedo observar lo vacía que está la tienda, lo que agradezco ya que es bastante pequeña y lo que menos me apetecería ahora sería tener que estar mirando colgantes con la gente estrujándote.
Me acerco a las estanterías dónde están todos los colgantes. Me concentro en mirarlos detalladamente, ya que quiero comprarme uno que me guste mucho. Me fijo bien, me tomo mi tiempo para mirarlos todos, hasta que veo uno que llama mi atención. Es precioso.
Se trata de un simple colgante con una cadena fina de metal, el cual contiene un pequeño brillante. Tiene que ser mío. Lo sigo mirando concentrada mientras valoro si de verdad me vale la pena gastarme veinte euros en este preciso colgante. Por lo que puedo ver, es el último colgante de este estilo, lo que significa que si la gente lo ha comprado debe ser porque realmente es bueno.
Date un capricho por una vez en la vida, Madison, me dice mi mente.
Decidida finalmente, opto por cogerlo antes de que venga alguien y se lo lleve, y una vez lo tengo, velozmente me dirijo al mostrador.
— Sólo esto, por favor — hablo hacia la chica que hay detrás de el mostrador, a la vez que dejo el colgante ahí encima.
Ella asiente y lo coge, mientras me muestra una gran sonrisa.
— Serán veinte euros, por favor — musita hacia mí, esperando a que le pague.
Abro mi pequeño bolso y de ahí saco mi monedero. Lo abro para después sacar un billete de veinte y dárselo a la chica.
— Perdona, pero no aceptamos dinero en efectivo, solo tarjeta — me avisa y mi expresión cambia de golpe.
¿Cómo? En todos los sitios aceptan tarjetas, es muy raro que aquí no.
— ¿Qué? — cuestiono confusa. Ya me estaba alterando — ¿No puedo pagarlo en metálico? ¿Por qué?
— Porque solo aceptamos tarjetas, lo siento — se disculpa ella y se encoje de hombros — Pero al final de la calle hay un cajero, puedes ir.
Al oír eso, me tranquilizo.
— Menos mal — hablo cavilando la opción que me acaba de dar la chica — Pues entonces voy para ahí — informo nerviosa y preocupada, a la vez que miro el colgante que he elegido. Me da pena tener que dejarlo — ¿Me lo puede guardar? Es el último que queda y no me gustaría que alguien se lo llevara.
Que diga que sí, que diga que sí, rezo en mi interior.
— Claro — responde amablemente — Pero dese prisa porque sino tendré que ponerlo de nuevo en el mostrador.
— Está bien, no tardo nada — manifiesto hacia la chica y velozmente me encamino hacia la puerta.
Patosamente y bastante fastidiada, me dirijo hacia ahí. No sabía muy bien dónde estaba, así que sencillamente seguí andando todo el resto de la calle hasta llegar a la esquina, dónde al girar me encontré con el preciado cajero.
Me alegro de no haberme perdido, ya que soy un desastre ubicándome. No me sé ni las calles.
Una vez entro, observo a bastante gente haciendo cola para ser atendidos, pero no me preocupo ya que yo solo tengo que sacar dinero.
A lo lejos diviso las máquinas que permiten retirar dinero, así que voy hacia una de ellas, segura. No sé muy bien como funcionan ya que no suelo venir al banco, pero tampoco puede ser tan complicado.
— Perdona — oigo a mis espaldas y inconscientemente doy un pequeño brinco del susto.
Me giro y encaro a un señor mayor, aunque para ser mayor vestía demasiado raro.
— Dígame — hablo gentilmente hacia el extraño hombre, aunque estaba un poco temerosa con él ahí.
Me fijo más en su ropa sin que él se de cuenta. Lleva una gabardina negra que le llega casi hasta por las rodillas y un gorro de lana de color n***o también, ocultando así su pelo. También lo acompaña con sus gafas de sol, las cuales me extrañan ya que hoy no hace sol.
— ¿Para consultar una duda sobre mi cuenta? — me cuestiona con una voz muy grave.
— Tiene que ir ahí — expongo amablemente, aunque insegura, y le señalo la gran cola de gente — Tiene que hacer esa fila.
— Gracias, preciosa — concluye él y se da media vuelta para dirigirse hacia ahí.
Qué raro, pienso mientras veo como el hombre se va alejando y se situa a la cola.
Me vuelvo a cocentrar en lo mío y saco mi tarjeta de crédito para después pasarla por el escáner, haciendo que pueda entrar en mi cuenta. Me apeno al ver que sólo me quedan dos-cientos euros. Igual no debería comprarme el colgante y ahorrar para cosas necesarias.
De todas maneras, decido retirarlo ya que si después no lo gasto no pasa nada.
Me sorprende ver que me manejo bastante bien en esta máquina. Tecleo la cantidad de dinero que quiero sacar y una vez lo introduzco en la máquina, el dinero sale por una pequeña ranura.
Suspiro de alivio al verlo por fin en mi mano y me aseguro de que he salido de mi cuenta bien, ya que no me gustaría que el siguiente que viniera se encontrara dos-cientos euros de gratis.
— ¡Aaaaah! — se oye un grito de una mujer de golpe y ahora sí que me giro bruscamente y asustada, sin saber qué pasa.
— ¡Todos al suelo! ¡Vamos! — exclama a todo pulmón ahora el hombre que justo acaba de venir a preguntarme, a la vez que en un fugaz movimiento se saca la larga la gabardina junto con las gafas y el gorro, pudiendo dejar ver que no era para nada un anciano, ¡Si no un chico!
Miro asustada la situación, sin poder creérmelo. La gente empieza a chillar y a tirarse en el suelo en cuanto el chico saca de su bolsillo un arma.
Mierda, santa mierda, balbuceo para mí y mi cuerpo empieza a temblar de miedo a la vez que hago lo mismo que la demás gente inocente que está ahí; tirarme al suelo.
— ¡La pasta! ¡Vamos! — grita de nuevo el chico, apuntando con el arma a un pobre hombre indefenso que trabajaba ahí. Ni siquiera ocultaba su rostro, lo que me causaba más miedo. Tenía tatuajes por gran parte se su cara, dando una imagen de temerosidad.
Tirada en el suelo, temblando, y sin dejar de mirar la aterrorizante situación es cuando aparecen por la puerta otros dos hombres - esta vez los dos con pasamontañas - sujetando unas pistolas más grandes que las de su compañero.
— ¡Al puto suelo todos o les vuelo la cabeza! — vocea uno de los hombres que acaba de entrar, también apuntándonos a todos con su arma.
— ¡Venga! ¡Rápido! — grita el otro, también amenazando con su arma.
Miro a la gente de mi alrededor con miedo. Algunos lloran, otros tiemblan al igual que yo.
— ¡Dame la combinación de la caja fuerte! ¡Ya! — exclama de nuevo uno de los que acaba de entrar hacia una mujer que estaba en el suelo tumbada llorando, la cual trabajaba ahí.
Por su grave voz y su aspecto puedo llegar a pensar que también es un chico joven, ya que se le ve delgado y robusto, igual que el tatuado y el otro que lo acompañan. Este en cambio va todo de n***o, con pantalones de deporte y camiseta gris de manga larga apretada. Puedo observar como por debajo del pasamontañas se le ve parte de un mechón de su pelo. Es moreno.
La mujer se levanta del suelo, asustada como todos, y le guía al chico del pasamontañas hasta la caja fuerte, mientras este le pone el arma en la espalda, preparado para disparar si hace falta. Parece que este es el "cabecilla" de la banda.
— Vigílalos — le ordena rudamente este hacia el tatuado antes de irse con la mujer — Y a quién se mueva, le metes un tiro.
Madison, por lo que más quieras ni se te ocurra moverte, cavilo acobardada.
— De acuerdo — responde el otro chico y puedo ver como el cabecilla se va.
— A quién se le ocurra llamar a la puta policía me lo cargo también — musita ahora el cara tatuada, mientras seguía apuntándonos.
Toda la gente que está tirada en el suelo está estática, sin hacer ningún movimiento. Nos miramos unos a otros, asustados, sin tener alternativa que quedarnos ahí tumbados, esperando a no sé qué.
De repente, varias sirenas se empiezan a oír y de la nada aparecen dos coches de policía, los cuales casi derrapan al frenar de lo rápido que iban.
El primer chico del pasamontañas, al oírlo, vuelve velozmente de la caja fuerte. Lleva en la mano izquierda una gran bolsa de basura, seguro que llena de billetes.
Cómo de bien me irían a mí esos billetes, pienso y me entristezco.
No sé si está furioso, ya que no se le ve la cara, pero se lleva la mano de la pistola a la cabeza. Parece frustrado.
— ¿Quién coño ha llamado a la policía? — cuestiona hacia todos nosotros, en un tono violento y penetrante mientras de fondo se oyen las sirenas. Nadie responde y el chico se enfada más — ¿¡Quién?! — vuelve a berrear y todos nos asustamos aún más.
— ¡Salgan del banco con las manos en alto, los tenemos rodeados! — puedo llegar a oír proveniente de los policías de fuera.
Me tranquilizo al saber que la policía ya ha llegado. Que me saquen de aquí ya, por favor, rezo.
— Genial — habla irónicamente el cabecilla, angustiado por que haya llegado la policía, y alcanzo a oír como suspira.
— ¿Qué hacemos ahora? — formula un compañero suyo, sin saber que hacer, bastante confuso y ajetreado. No estaba en sus planes que viniera la policía.
El cabecilla se queda pensando delante de todos nosotros, mientras nos repasa con la mirada uno por uno.
— Ya lo tengo — murmura este para ellos, pero yo lo logro a oír. ¿Qué va a hacer?
El chico se aproxima impetuoso a dónde estoy yo. Mierda, ¿se está acercando a mi? Trago duro, histérica y bastante angustiada, a la vez que me pregunto hacia dónde irá. Por favor que no venga hacia mí.
Como si le hubiera leído el pensamiento, el chico se para justo al estar delante mío.
—Tú — berrea bruscamente hacia mí, a la vez que me señala con su largo dedo.
Mierda, no, no, no. Voy a morir, me va a matar, me va a matar, no paro de repetirme en mi interior y algunas lágrimas amenazan con salir de nuevo.
—¿Estás sorda o qué? ¡Levántate! — me grita enfurecido de nuevo y no puedo evitar cumplir sus ordenes. Me levanto temblado del suelo, a la vez que observo a la demás gente titubeando también. Me miran asustados, algunos incluso me hacen señas con las manos para que no lo haga caso al ladrón y no me levante, pero decido hacerle caso ya que tiene un arma.
Una vez me he levantado, el chico acaba de acortar la poca distancia que nos separa para agarrarme fuertemente del brazo y llevarme hasta la puerta de entrada.
—Déjame — hablo casi en un susurro debido al miedo. No llores, no llores. El chico aprieta aún más su agarre en mi brazo para que no me escape.
—Cállate, guapa —expresa hacia mí siguiendo andándo.
—¡Suéltala! — vocifera una persona a mi rescate. No sabía muy bien de quién provenía esa voz ya que el ladrón me tenía fuertemente agarrada y no pude voltarme a ver.
Decidida, entorno mi cabeza lentamente para ver al menos qué sucedía. Uno de los ladrones, el que tenía la cara tatuada, se acerca al hombre que me defendió velozmente e indignado le golpea con la pistola en la cara, haciendo así que el hombre caiga inconsciente al suelo a la vez que su nariz se desangra.
Me sobresalto al ver eso. Nunca había presenciado una pelea. Pobre hombre.
—¿Alguien más tiene algo que decir? — concluye el ladrón, con una sonrisa malvada en su rostro. Como era de esperarse, nadie dice nada — Así me gusta.
—Vamos — habla rudamente el ladrón tirándome del brazo. Su agarre me estaba empezando a doler. Llegamos a la puerta de entrada, y antes de salir se detiene — Ahora cuando salgamos a fuera, te quiero bien quietecita — anuncia, pasando suavemente su pistola por mis alborotados pelos los cuales caían a mi cara.
¿Qué? ¿Qué va a hacerme? No puedo evitar pensar lo peor y ahora sí que las lágrimas se derraman por mis mejillas.
— ¿Q-qué va a hacerme? — logro a decir en un murmullo, mientras mis manos no paran de titubear.
— Ahora lo verás — responde clavando ahora su mirada en mí. Puedo observar como sus ojos son de un color verde claro de lo cerca que está.
Vuelve a apretar bien el agarre del brazo, me echa una última mirada, y finalmente sale por la puerta - conmigo agarrada - a fuera del banco. Una vez en la calle, lleva su pistola a mi cabeza, a la vez que suelta su agarre de mi brazo para ahora envolverme con él, haciendo que no pueda moverme.
Se sitúa en medio de la acerca para que lo vean bien, dónde están todos los policías apuntando con sus armas.
Mierda, joder, me va a pegar un tiro, lloro desconsoladamente mientras miro asustada a todos los policías que nos apuntan. ¿Por qué tengo tan mala suerte siempre? Una cosa sí que tenía clara, me estaba usando de rehén para que no le mataran.
No puedo dejar de pensar que voy a morir, ¿Y si le disparan al ladrón pero apuntan mal y me dan a mí?
¿Me está usando de rehén para que no le maten? —¡Suelta a la chica! — exclama un policía, desde atrás de su coche, apuntando con el arma.
El ladrón aprieta su arma más fuerte hacia mi, causándome más dolor y haciendo que me asustara más.
— ¡Si me disparáis, la mato! — grita de vuelta el ladrón hacia los policías.
Por favor, que no disparen. Por favor, que no disparen, rezo a lágrima suelta.