Capítulo N*3

1572 Words
Era medianoche, Charles se encontraba recostado en un diván cerca de la cama de su hija intentando descansar, pero era en vano, un pensamiento morboso no lo dejaba dormir y daba vueltas en el mismo lugar. Realmente se sentía exhausto, no solo por cuidar durante todo el día a su pequeña, sino por la terrible y devastadora noticia que recibió por parte del doctor. Los nervios lo atormentaban y se apoderaban de su ser provocando que el insomnio que creía haber controlado regrese nuevamente. Estos últimos meses vivió más en el hospital que en su mansión, extrañaba su cama y poder dormir de corrido, sin embargo desde que enviudó nunca más tuvo ese privilegio porque su pequeña solo dependía de él para sus cuidados. Estaba nervioso, su conciencia no lo dejaba tranquilo, daba vueltas sin poder conciliar el sueño, cuando de repente la alarma del celular le avisó que ya era nochebuena, lentamente abrió sus ojos que a fuerza de voluntad se obligaba a cerrar; entonces se incorporó con dificultad, su cintura le molestaba, y la tensión en su espalda era tal que ni siquiera girando su cuerpo para ambas direcciones logró estirar o relajar algún músculo. Abatido y conteniendo un suspiro miró el pequeño pino navideño que adornaba el cuarto y que solo le recordaba que hoy era el día más triste de su vida; con pesar se puso de pie e intentando sonreír se acercó a la cama de su hija. Mel estaba dormida, su respiración era pausada y sus mejillas tenían color después de muchos días de una palidez extrema. Se veía hermosa, era tan bella al igual que su madre a esa edad que Charles no pudo evitar sentir nostalgia y dejó caer una lágrima que rápidamente limpió con su manga. La vida era muy dura para la familia Hopkins y cada día parecía que se hacía más difícil y Charles estaba perdiendo las esperanzas de seguir luchando contra lo imposible. Melancólico recordó el pasado, cuando su sonrisa era sincera y no sentía culpa de ser feliz, divertirse o disfrutar de la vida. Él era un joven muy aplicado en sus estudios, tal es así que se graduó con honores de la universidad y comenzó a trabajar en la empresa familiar convirtiéndose en un gran ceo de renombre para orgullo de sus padres y abuelos. Luego siendo ya un hombre mayor y sin creer en el amor, en una fiesta de año nuevo que brindaba otra compañía conoció a Selena, quien pronto se convertiría el amor de su vida y con quien dejaría de ser el soltero más codiciado de la ciudad. Con ella todo era felicidad, dicha y alegría a tal punto que se enamoraron a primera vista y casi de inmediato se comprometieron y sin perder más el tiempo se casaron para sorpresas de todos en una ceremonia muy íntima. Había transcurrido un año desde su boda, cuando Selena le anunció que serían padres, la dicha no podría ser mayor, pero todo se complicó durante el embarazo. la presión arterial de la joven madre se colapsaba constantemente y debía ser hospitalizada, hasta que al fin descubrieron que padecía una insuficiencia cardiaca severa; entonces el mundo de ambos se derrumbó por completo cuando el médico les dijo que debían elegir en hacer el tratamiento que podría prolongar los años de vida de la mujer e interrumpir el embarazo de manera inmediata o seguir adelante con la gestación; aunque eso significaba un desgaste completo y ponía en riesgo la vida de la madre, ya que el embarazo estaba muy avanzado y solo faltaba tres meses para el nacimiento. Selena ni siquiera lo dudó, no era capaz de deshacerse de su pequeña a la cual esperaba con mucha ilusión y amor, entonces eligió continuar con la gestación y afrontar las consecuencias, sin importar los reclamos y súplicas de su esposo. Tres meses más tarde Selena era intervenida quirúrgicamente, y en una cesárea programada el matrimonio recibía con mucho amor a su bella niña. Con lágrimas en los ojos ambos besaron las mejillas rosadas y delgadas de la niña pero estaban muy fría y podían notar que casi no se movía, ni siquiera lloraba; entonces los médicos retiraron a la neonato de manera inmediata de la sala y comenzaron a realizarle todo tipo de exámenes, hasta que al fin le dieron una terrible noticia a los padres primerizos. La niña padecía la misma enfermedad cardiaca que la madre. Selena motivada por la desesperación de ver crecer a su hija, luchó por largo cuatro años con su enfermedad hasta que finalmente en víspera de navidad, en su época favorita del año, ella partió dejando destrozados los corazones de la pequeña familia y con una mezcla ambigua de desgano, alegría y tristeza por celebrar la navidad los años siguientes. Sin embargo Charles se esforzaba para mantener el ánimo navideño y todos los años él se encargaba de cada detalle y de hacer que su niña disfrute de ese día, aunque no se olvidaban que era el aniversario de Selena y a las doce ambos miraban al cielo y le enviaban muchos besos. Y ahora aquí estaba una vez más en un cuarto de hospital rodeado de máquinas, oxígeno y sueros que se conectaban al amor de su vida, como si se tratara de una broma cruel del destino, que le recordaba lo vulnerable que podemos ser. Charles secó sus lágrimas al ver que Mel giraba su rostro y con una media sonrisa le dijo. — ¡Feliz navidad! — ¡Feliz navidad tesoro!—respondió Charles y besó con ternura la frente de su pequeña. — Espero que tengas un delicioso chocolate caliente con malvaviscos escondido en algún lado —dijo esperanzada y con ilusión de tomar su bebida preferida — ¡Muero por algo delicioso! — Lo siento, el doctor es el Grinch del hospital, me prohibió los dulces. — ¡Maldito! ¡Cómo si me fuera a morir por tomar una bebida o como si no tomarla me va a salvar! —se quejó molesta de siempre tomar agua y de su dieta estricta—. Quiero ir a casa, si de todas formas voy a morir quiero hacerlo comiendo muchos dulces, en mi cama y viendo películas navideñas. — ¡Cariño, no digas eso! —sostuvo con fuerzas la mano de su niña y sus lágrimas cayeron sin control— ¡Tú no vas a morir, no me vas a dejar! — Papá, lo siento pero los dos sabemos que mis días están contados —dijo con dificultad para respirar y agitándose. — Mel, en unos días estaremos en casa y podrás comer lo que quieras, deja de ser tan pesimista, tú te pondrás bien, ya lo veras. — Tienes razón, de nada sirve que me queje contigo —dijo bostezando. — Vuelve a dormir pequeña, mañana podrás abrir tus obsequios. — Espero que en esa cajita haya un corazón —bromeó señalando el pino. — Lo habrá —respondió y acariciando el rostro de su hija, miró en dirección al pino y con su mirada oscurecida por el dolor repitió —. Te prometo que mañana tendrás tu corazón. Ambos se miraron con ternura, entonces Melissa llevó su mano a los labios y tiró varios besos al aire y su padre imitó la acción. — ¡Te amo mamá, pronto estaremos juntas! —dijo ya exhausta y cerrando sus ojos paulatinamente se quedó dormida. A la madrugada, mucho después que la enfermera pasó a hacer su ronda de rutina para controlar a los pacientes, Charles salió del cuarto y esperó al menos diez minutos antes de que se vuelvan a apagar las luces en los pasillos quedando solo con una luz tenue y clara alumbrando el corredor. Ya no debía perder más el tiempo, su hija se deterioraba cada vez más; entonces con determinación camino hasta la habitación 312, golpeó la puerta sin obtener respuesta, así que con cuidado ingresó al cuarto. Todo estaba a oscuras salvo por un pequeño velador junto a la cama, lentamente se acercó a su víctima, necesitaba ver el rostro del hombre que salvaría a su hija, su futuro donante, el portador y guardián del sano corazón para su pequeña Mel. Charles, sentía mucha culpa por lo que estaba por hacer, pero la desesperación por salvar a su hija, era mucho mayor, entonces vio que el joven en la cama tendría unos treinta años, cabello castaño, musculoso, con su torso bien trabajado, lo que significaba que hacía gimnasia o levantaba pesas a diario y por su piel podía percibir que su alimentación era sana. Charles sonrió feliz, su milagro de navidad estaba por volverse realidad, era un hombre fuerte y sano. Con cuidado desconectó uno de los cables que monitorean los signos vitales del joven, luego tomó la almohada extra que las enfermeras siempre guardaban en el placard y lentamente cubrió el rostro del joven haciendo solamente algo de fuerza, la suficiente para ahogarlo y no romper el tabique de su nariz. Por varios minutos ejerció presión hasta que al fin noto que bajo la suave tela de la almohada el joven dejó de luchar. Acomodando todo en su lugar y mirando que todo a su alrededor estuviera como cuando entró, volvió a conectar el cable del monitor y salió deprisa de ese cuarto justo a tiempo para que el timbre comenzará a sonar indicando que el paciente había entrado en paro cardiaco.
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