Capítulo N*4

1696 Words
Charles estaba apoyado contra la puerta de la habitación de su hija , con nerviosismo se observó sus manos, esas manos que ahora habían cometido el peor de los pecados y que jamás podrían volver a estar limpias. Lentamente se separó de la puerta y apoyó su oído contra la fría madera para escuchar cómo los médicos y enfermeras corrían a auxiliar al hombre del cuarto 312. Charles no podía dejar de temblar, su cuerpo estaba a punto de colapsar, su frente se había cubierto de sudor, su espalda estaba más tensa de lo normal y de repente sintió unas terribles náuseas producto del estrés del momento, con desesperación entró al baño, se arrodilló frente al inodoro y sosteniéndose de este por temor a caerse devolvió toda la cena. Por varios minutos se quedó abrazado al retrete llorando. Era un asesino, ese pobre hombre murió solo por la desesperación de un padre que era demasiado egoísta para ver morir a su única hija y de repente pensó en la familia de su víctima y el dolor que le causaría saber que esa persona falleció en víspera navidad siendo tan joven. Despacio se incorporó del piso y sosteniéndose de la pared caminó hasta el lavabo, miró su rostro afligido en el espejo, las sombras bajo sus ojos cristalizados, las arrugas en su frente, su nariz colorada por tanto llorar, eran el reflejo de un hombre que había perdido por completo la razón. Sin embargo debía calmarse y pensar con la cabeza en frío, ahora tenía que recobrar la compostura su hija, no podía verlo así, tenía que ser sensato y actuar como siempre para no levantar sospechas. Con fuerzas comenzó a lavar su rostro con agua helada para poder borrar la nueva imagen y la impresión que tenía de él mismo, pero todo era en vano, ese era el reflejo de un maldito asesino y por más que estuvo frotando con fuerza su rostro contra la toalla, siempre veía la misma imagen. Los doctores ingresaron al cuarto 312 e hicieron todo lo posible para revivir al paciente, sin embargo sus esfuerzos eran en vano y no salían de su asombro. — ¡No lo comprendo!¡Esto es imposible! —¿Qué no comprendes?—preguntó uno de los doctores mientras se quitaba los guantes de látex—. Estas cosas pasan —dijo restando importancia. — Doctor, hace solo dos horas este paciente estaba lúcido y muy bien —habló la enfermera con cierto disgusto por la falta de humanidad en el médico, entonces mirando con pena al hombre que yacía en la cama con sus ojos cerrados continuó hablando—. No puedo creer que sea la misma persona que atendí y que estaba tan bien. — ¿Se quejó de algún malestar? ¿Vio algo fuera de lo normal? — interrogó el cirujano revisando una vez más la herida e interviniendo en la conversación. — No, todo estaba perfecto, fui muy meticulosa en examinarlo y nada indicaba que podía terminar de esta manera —respondió la enfermera y le entregó el último parte médico—. Mi recorrido fue a las 2:15 y él no presentaba fiebre, su presión era estable, su oxigenación adecuada, tenía buenos reflejos y hablaba con normalidad, hasta me comentó que se llamaba Rick. — Ya veo, no dio señales, de que algo no funcionara bien —dijo mirando la planilla. — No —contestó la enfermera con firmeza. — Bueno, hay que trasladarlo a la morgue, aquí no hay nada más que hacer —habló el primer doctor y salió del cuarto. — Muy bien doctor, yo me encargo —respondió el camillero. El cirujano salió del cuarto tras su colega tenía más dudas que certezas sobre este caso, pero a nadie a quien preguntar. Mientras caminaba por el pasillo repaso todo en su mente: la intervención había sido un éxito rotundo, la extirpación del bazo fue sencilla, no hubo mayores complicaciones, la zona quedó limpia despejada de cualquier posible infección, la transfusión de sangre que recibió era compatible, en el laboratorio fueron muy cuidadosos con ese tema y no se cometieron errores, corroboraron varias veces el grupo y factor y el paciente no tenía ninguna otra herida. Algo estaba mal, pero ya nada se podía hacer, la vida de ese joven ya no se podría recuperar. El camillero estaba por entrar al ascensor que lo llevaría al subsuelo donde se encontraba la morgue, cuando mirando el expediente vio que el fallecido era un donante de órgano, sin hacer preguntas, ni perder más el tiempo, directamente lo bajo al quirófano y habló con unos de los doctores encargados en esa área, una mujer de avanzada edad reconocida mundialmente por su excelente desempeño en el campo de la medicina. — Este hombre es donante de órganos, falleció hace unos minutos —explicó el camillero. — Muy bien, ingréselo al quirófano —ordenó la doctora y luego le habló a su equipo —. Busquen receptores en la lista de espera que sean compatibles con él y que estén en emergencia. — Ok — respondió una mujer encargada de los expedientes, entonces fue hasta una pequeña oficina y revisando en su computadora encontró cinco personas en emergencia, pero una mujer llamó su atención, era una paciente del hospital, que necesitaba de forma urgente un corazón. La doctora con esa información en mano se comunicó con cardiología y le dio la buena noticia al doctor que atendía a Mel. — Esto es realmente un milagro—dijo John. — John, tenemos poco tiempo, así que déjate de hablar y activa el protocolo. — Lo haré y Diana muchas gracias. —De nada — respondió Diana y cortó la llamada. Era temprano en la mañana, Charles estaba sentado en el piso del baño, aún aturdido por lo que había hecho, mirando a la nada y frotando con fuerzas sus manos, cuando escuchó unos golpes en la puerta. — Charles, ¿estás en el baño?—preguntó el doctor del otro lado sin poder aguantar la emoción —. Necesitamos hablar, es urgente. —Sí, John dame unos minutos —respondió y se puso de pie, el momento que estuvo esperando toda la noche había llegado y tenía que actuar normal —. Me estoy aseando —contestó mientras lavaba nuevamente su cara. — De acuerdo. Charles salió del cuarto de baño intentando contener sus nervios; entonces vio que el doctor revisaba algunos monitores de Melissa y que le daba instrucciones a un enfermero. Estaban solos, no habían policías, eso significaba que no sospechaban de él, sin más dejó escapar un suspiro de alivio lo que provocó que el doctor se girara y lo miré conmovido. — Buenos días Charles— saludó y le estrechó la mano en un fuerte apretón. — Buenos días doctor, ¿qué sucede?—preguntó Charles viendo que había un enfermero conectando a Mel a otro monitor mucho más pequeño. — Charles, tengo muy buenas noticias, conseguimos un donante y lo mejor de todo es que se encuentra en este hospital— dijo sonriendo —. No hay necesidad de trasladar a Mel, lo que significaba un riesgo extra, ahora todo será más fácil. —¡¿Hablas en serio?! —fingió estar asombrado. — Sí, lamentablemente durante la madrugada un hombre falleció pero resultó ser compatible con Melissa. — Lamento mucho escuchar eso, pero no puedo evitar sentirme feliz. — Si, siempre es lamentable ver que una persona tan joven pierde la vida, pero nos reconforta saber que con su muerte salva entre cuatro o seis personas —comentó el doctor—. Debes firmar estos formularios —le entregó una carpeta con la plantilla pertinente —. Así podremos llevar a Mel al quirófano. Charles leyó todas las pautas del formulario de manera rápida, era simplemente una formalidad, donde él no responsabilizaba al hospital por cualquier contingencia que sucediera durante o después del trasplante si es que Melissa rechazaba el órgano. — ¡Listo pueden proceder con la intervención! —dijo Charles una vez que la planilla estaba firmada y se la entregó al doctor. El doctor verificó que cada una de las páginas tuvieran la firma del señor Hopkins y una vez que todo estuvo como el protocolo lo exigía le dijo cerrando la carpeta — Debo disculparme con usted señor Hopkins. — ¿Por qué? — Porque tenía razón, los milagros existen en esta época del año. — ¡Claro que sí, solo hay que ser pacientes y no dejar pasar las oportunidades! El doctor lo miró sin entender a qué se refería, pero prefirió dejar que el padre se despidiera de su hija antes de seguir conversando, Diana era muy estricta con los horarios y ellos ya estaban retrasados por unos minutos. Charles se acercó a su pequeña que seguía durmiendo y le besó la frente con ternura, acarició su cabeza que ahora tenía una cofia verde cubriendo su bella cabellera negra y acercándose a su oído le dijo . — Cariño, nos vemos pronto. — Papá… —susurró aturdida por la medicación. — No digas nada, después tendremos todo el tiempo del mundo para hablar. — Papá, si había un corazón para mí después de todo- lo miró con los ojos cristalizados — Si cariño, Santa este año leyó tu cartita. — Se tardó un poco, pero al final cumplió —dijo intentando sonreír — Claro que si princesa, Santa siempre cumple —respondió Charles recordando todas las cartas que conservaba en su escritorio donde Mel una navidad tras otra solo deseaba un corazón sano y fuerte como obsequio. — Te amo. — Y yo te amo mucho más, mi niña bella. El doctor le hizo señas al camillero, ya era tiempo de llevar a la paciente al quirófano y lentamente comenzó a empujar la cama dejando solo al señor Hopkins. Charles vio como poco a poco su hija se iba alejando en busca de su corazón, con la esperanza de que al fin su hija tiene un camino largo por recorrer, donde será feliz, podrá terminar sus estudios, tener una familia y disfrutar de las pequeñas cosas que la vida le brinde.
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