Melanie se sentó en el suelo del apartamento con las piernas cruzadas, sintiendo cómo el dolor punzante en su tobillo lesionado pulsaba con cada latido de su corazón, pero era un dolor distante ahora, secundario comparado con la alegría pura que llenaba su pecho como burbujas de champán. El cachorro, todavía sucio y apestando a basura del muelle, trepaba sobre sus piernas con torpeza adorable, sus patitas resbalaban ocasionalmente sobre la tela de su ropa deportiva mientras su lengua diminuta y suave lamía sus manos con devoción absoluta.
—Te voy a bañar —dijo Melanie con voz suave que subía y bajaba en ese tono maternal que nunca había tenido oportunidad de usar—. Vi que el señor Hamsa tiene muchas cosas y una gran tina.
Sus dedos acariciaron la cabeza pequeña del cachorro, sintiendo có
