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Una esposa para el jefe de la mafia Kravchenko

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Blurb

Los Kravchenko, la mafia ucraniana más poderosa de Norteamérica, enfrentan su mayor amenaza cuando una conspiración siniestra los pone en la mira. Dos organizaciones criminales rivales, los Torretti (italianos) y Zhao (triada china), se han aliado secretamente con el detective Harrison y su hermano político para infiltrar el sistema judicial y eliminar a los Kravchenko usando la "justicia" como arma.

Mientras Absalón Kravchenko cumple su arresto rutinario de lujo, un teatro político que representa cada pocos años, sus hijos trillizos de 25 años descubren que esta vez es diferente: sus enemigos planean usar el nuevo alcalde Harrison para legalizar una guerra total contra ellos. Hamsa "El Oso Polar" maneja las operaciones violentas con frialdad brutal, Ezra "El Zorro" expande los negocios legítimos como fachada, y Anhelina actúa como mediadora estratégica, aunque las tradiciones machistas la excluyen de la herencia.

La guerra se complica cuando el patriarca declara que "el hijo que se case con una mujer virgen heredará el imperio", desatando una competencia entre los hermanos. Simultáneamente, amores prohibidos ponen en riesgo sus vidas: Zadok, el leal guardaespaldas, ama secretamente a Anhelina desde la infancia.

Con enemigos infiltrados en el sistema y una conspiración que usa las instituciones contra ellos, los Kravchenko deben elegir entre el amor y la supervivencia.

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Capítulo 1. Los herederos Kravchenko (Parte: 1/2)
☢️Advertencia.☢️ Esta novela es +21 y contiene: -Descripciones explícitas y fuertes de naturaleza s£xual. - Lenguaje inapropiado. - Escenas de violencia gráficas. -Personajes grises. Ojo, esta novela no es apta para lectoras sensibles al sexo muy gráfico y constante, a las malas palabras y a la violencia. LEERÁS BAJO TU PROPIO RIESGO 🤫 ________________________________________________ Ciudad de Nueva York… Los Kravchenko. ¿Qué se puede decir de ellos? muchas... cosas. Durante décadas han controlado todo lo que se mueve en las sombras de Norteamerica: drogas, armas, políticos, jueces... todo tiene su precio cuando se trata de los Kravchenko. Sus tentáculos se extienden desde los muelles en Miami hasta las mansiones de los Hamptons, desde los barrios bajos de Queens, de Chicago, hasta las oficinas gubernamentales de Washington. No hay esquina de la costa este donde su influencia no se sienta como una sombra perpetua. Los políticos tiemblan al escuchar su nombre susurrado en pasillos oscuros, los jueces reciben sobres gruesos que nunca abren frente a testigos, y los policías desvían la mirada cuando ven pasar sus camionetas blindadas. El líder, su padre Absalón Kravchenko, es un hombre que siguió el linaje de un imperio con sangre y acero. Llegó junto con su padre Nikolai Kravchenko (El carnicero de Kiev) a América en los años noventa, en donde la caída de la Unión Soviética dejó un vacío de poder que hombres como él supieron llenar. Trajo consigo no solo ambición, sino una brutalidad refinada que había aprendido en las calles de Kiev y perfeccionado en los campos de batalla de Chechenia. Pero lo más aterrador del nuevo lider Absalón, no es él... son sus hijos. Ese hombre crió a dos máquinas de matar. Hombres que nacieron para dominar este mundo de violencia. Desde que pudieron caminar, aprendieron que la fuerza y la astucia eran las únicas monedas que valían la pena en este mundo. Su educación se dividió tanto en escuelas privadas como en sótanos donde se interrogaba a traidores, en almacenes donde se almacenaban armas, en reuniones nocturnas donde se decidía el destino de enemigos. Y créeme, cuando digo máquinas de matar, no exagero ni un poco. Lo que estás a punto de presenciar te lo confirmará... Bodega Abandonada - 11:27 PM… ―Apriétalo más Hamsa. ―AAAAAH, MALDITOOSS―gritaba Francesco Torretti con el rostro hinchado de tantos golpes estando en aquel almacén mal oliente a sangre mezclado con el aroma rancio de la humedad y aceite de motor. Alrededor de la escena, unos veinte hombres armados observaban en silencio, formando un círculo letal que custodiaba el interrogatorio. AK-47, pistolas Glock y escopetas colgaban de sus cuerpos. Sus rostros eran máscaras de piedra, mercenarios peligrosos con el cerebro lavado quienes estaban dispuestos a morir por sus líderes… los Kravchenko. ―Parece que te gusta sufrir, maldito.―comentó Hamsa Kravchenko, presionando al hombre con unas cadenas. Hamsa… era el segundo trillizo de los hijos de Absalón conformados por Ezra el primero en salir, Hamsa, el segundo en nacer y Anhelina, la única hembra. El hombre era grandote con su imponente figura de 1.95 metros, herencia de su padre y sus ancestros ucranianos. Dominaba cualquier lugar en donde se encontraba, parecía una montaña humana esculpida para la destrucción. Sus manos enormes sostenían unas cadenas que aprisionaban a un hombre, mientras sus músculos se tensaban bajo la camisa n£gra como cables de acero bajo presión. Las cadenas rechinaban con cada movimiento, un sonido que había aprendido a asociar con poder absoluto. Sus ojos azules brillaban con intensidad, como los de un depredador que ha acorralado a su presa, pero había algo más profundo en esa mirada: una sed insaciable de dominio que nunca se satisfacía completamente. ―Vamos a apretarte un poco más.―comentó Hamsa con satisfacción sádica apretando aquel hombre con las cadenas. ―AAAAAH―Se quejó el hombre. Era pura fuerza bruta, el martillo de la familia. Le decían "El oso polar" por su blancura y su cuerpo enorme, pero también por la forma en que podía congelar la sangre en las venas de sus enemigos con solo una mirada. —¿Qué es lo que va a hacer tu jefe? ¿No te cansas de sufrir? —La voz fría cortó el aire como una navaja, cada palabra cargada de una promesa de dolor que se intensificaría con cada segundo de silencio. El hombre golpeado y torturado hasta los tuétanos, con el rostro tan desfigurado que era apenas reconocible como humano, tenía la boca llena de sangre y una sonrisa de dientes partidos. Sus ojos hinchados apenas podían abrirse, pero en ellos brillaba una determinación que contrastaba grotescamente con su estado físico. Le respondió con una voz que era poco más que un graznido: —Nuncaaaa jajaja. La risa que escapó de sus labios rotos sonaba como el último suspiro de un animal herido, pero llevaba consigo una burla que hizo que la temperatura del almacén pareciera descender varios grados. En ese momento, el otro hermano, Ezra Kravchenko, el trillizo mayor por solo dos minutos de diferencia, estaba sentado en una pose de piernas cruzadas, con sus piernas largas elegantemente dispuestas gracias a su cuerpo esbelto y a su metro con noventa y cinco. Su postura era la de un rey observando un espectáculo diseñado para su entretenimiento personal. Era muy sexy, con una belleza casi aristocrática que contrastaba perturbadoramente con la violencia que lo rodeaba. Tenía 25 años también, y a través de sus gafas de diseñador revolotearon sus ojos café que parecían calcular el valor de cada gota de sangre derramada. ―Ah, que mierda. Sus gafas reflejaban parcialmente mostraban la frialdad de su mirada. Ezra era muy serio, medio amargado y tenía poca paciencia, temperamento que heredó de su padre. Esto se le notaba, casi nunca sonreía y no le importaba demostrarle respeto a nadie, solo a sus padres. Su impaciencia se notaba en la forma en que tamborileaba sus dedos largos y pálidos sobre el brazo de la silla metálica, creando un ritmo hipnótico que parecía marcar el compás de la tortura. —Yo creo que eres un maldito masoquista Francesco. ¿Quieres que te metamos de nuevo un palo en el culo? —Su voz era educada pero grosera, en donde cada palabra destilaba una crueldad refinada que era quizás más aterradora que la brutalidad directa de su hermano. Hamsa apretándolo con las cadenas, sintiendo como los grilletes se hundían en la carne magullada del prisionero, le respondió con una sonrisa: —Parece que lo disfruta hermano. Quizá y es un marica. —Lo más probable. Ah... detesto cuando son masoquistas. —Ezra suspiró con aburrimiento—. Quita toda la diversión del asunto. Enseguida, Ezra se levantó de su silla con elegancia llevando su cabello largo castaño hacia atrás con su mano. Vestía un traje impecable hecho a medida sacado de la sastrería Saville Row, en Londres, que había costado más de lo que la mayoría de personas ganaban en un año. Cada línea de aquel traje era perfectamente trazada para acentuar su porte aristocrático y su piel muy blanca que parecía no haber sido tocada jamás por el sol. Le gustaba mantener una apariencia inmaculada, pero sus tatuajes en el cuello revelaban que era un mafioso sofisticado. —Yo digo que nos rindamos con este maldito. Ya llevamos cuatro días y no quiere hablar. —dijo Hamsa apretando las cadenas con renovada frustración, sintiendo como el metal se calentaba con la fricción contra sus palmas callosas. ―Si. Ni siquiera se inmutó cuando le matamos a la mujer y me follé frente de él antes de matarla―dijo sacando su cuchillo personal de su funda. Ezra se acercó al hombre con pasos medidos, jugando con su cuchillo curvo entre sus dedos pálidos. Examinaba la hoja con la fascinación de un coleccionista contemplando una pieza única, acariciando el filo con una reverencia que bordeaba lo erótico. En su dedo índice brillaba un anillo de oro con un rubí que pertenecía al primer hombre que mató a los 12 años en su iniciación a la mafia. La joya pulsaba con un color rojo sangre que parecía tener vida propia bajo la luz parpadeante. Miraba al prisionero con sus ojos café, estos heredados de su madre de ascendencia árabe Saleema, que le habían dado esa profundidad hipnótica que algunas mujeres encontraban irresistible y sus enemigos, absolutamente aterrador. Cada movimiento era calculado con la precisión de un cirujano y la intención de un verdugo. Era el cerebro, el negociador letal. Le decían "el zorro" por su astucia, pero también por la forma en que podía sonreír mientras te clavaba el cuchillo en el corazón. —Francesco, Francesco, eres un idiota. Te íbamos a perdonar si nos decías que estaban planeando, Liborio. El sicario de la mafia Torretti escupió sangre sobre el suelo manchado de concreto, creando un charco que se mezcló con las manchas más antiguas que formaban un mosaico grotesco de violencia acumulada. Sus dientes teñidos de rojo brillaban cuando logró articular: —No diré nada. Hagan lo que quieran. Le seré fiel a Liborio hasta la muerte. Solo sé que algún día, no muy lejano... los veremos caer malditos. —Si, a Liborio tu novio.—comentó Hamsa. En ese momento, los hermanos Kravchenko solo intercambiaron una mirada de aburrimiento teatral. Habían escuchado esas mismas palabras docenas de veces, de docenas de hombres que ahora eran solo cenizas en el viento, sus nombres borrados de la memoria como si nunca hubieran existido. —Mmm, ¿Matarnos? já —dijo Ezra con una sonrisa que no alcanzó sus ojos, quien enseguida le pegó otro golpe calculado con la precisión de un cirujano, pero con la intención de prolongar el sufrimiento. ―AAAAH―gritó el hombre. Seguidamente, completando a este par de hermanos sádicos, se acercó Zadok Ivanovich con pasos silenciosos que apenas perturbaban el polvo acumulado en el suelo. Su presencia era como la de una sombra que hubiera cobrado vida propia. Zadok de veinticinco años, un mes menor que los hermanos, era el guardián silencioso. Letal como una serpiente, sigiloso como un gato. Nunca hablaba de más, pero no fallaba. Sus padres lo criaron con dos reglas: la lealtad a los Kravchenko por encima de todo, incluso de la vida. Y Anhelina, la única hija del jefe, estaba... prohibida. —Jefes, ¿entonces ya que no va hablar, lo vamos a lanzar? —Su voz era apenas un murmullo, pero cada palabra tenía el peso de una sentencia de muerte. —Sí, ya que. Nos ha hecho perder el tiempo —dijo Ezra ajustándose los lentes con un gesto que había perfeccionado para parecer casual, pero que en realidad marcaba el final de la paciencia de un hombre acostumbrado a obtener lo que quería. —Ya tengo hambre, vamos a terminar con él —dijo Hamsa, cuyo estómago había comenzado a rugir con una demanda que era tan constante como su sed de violencia. —Está bien —dijo Zadok rascándose la serpiente tatuada en su cuello, un ritual que hacía antes de cada ejecución. El tatuaje parecía moverse bajo sus dedos como si fuera un reptil real preparándose para atacar. Mirando a los otros subalternos con el cerebro lavado por los Kravchenko, les dijo con la autoridad de quien había organizado cientos de muertes—: Vamos, más gasolina al pozo del infierno. ―Si señor―dijeron dos subalternos. —¡PÚDRANSE KRAVCHENKOS! —gritó el hombre, usando sus últimas fuerzas para desafiar a sus captores, su voz quebrándose, pero manteniendo una dignidad que era admirable y patética a la vez. Los ojos de Hamsa se entornaron peligrosamente, transformándose en rendijas que brillaban con una luz fría y mortal, como los de un animal que ha decidido que el tiempo de jugar ha terminado. La diversión había llegado a su fin, y ahora solo quedaba el negocio de la muerte. Sus músculos se hincharon como cables de acero bajo tensión extrema, preparándose para el acto final de este drama sangriento. —Está bien, maldito —gruñó con voz ronca, ajustando su cadena de oro una última vez, sintiendo el peso familiar del metal contra su pecho—. Tú te lo buscaste. Apretó las cadenas con fuerza brutal, cada eslabón hundiéndose en la carne como dientes de acero. El hombre comenzó a botar sangre por la boca, creando un reguero carmesí que se deslizaba por su barbilla como una cascada miniatura de vida escapando. Sus ojos se desorbitaron por el dolor mientras el metal le cortaba la respiración, creando surcos profundos en su cuello que quedarían marcados para siempre... si es que vivía lo suficiente para que importara. —¡AAAAAH! —El grito resonó en el almacén como el alarido de una bestia herida, rebotando en las paredes y multiplicándose hasta convertirse en un coro de agonía. Ezra se acomodó los lentes con calma estudiada, con un gesto elegante que había perfeccionado durante años de práctica frente al espejo. Se inclinó para oler al prisionero como un depredador que saborea a su presa, inhalando profundamente el aroma de miedo, sangre y muerte que emanaba del hombre como un perfume macabro. —Aaah, hueles a muerto. —Sus palabras fueron pronunciadas con la misma delicadeza con que un sommelier describiría un vino añejo. Con un movimiento salvaje y sádico que contrastaba violentamente con su elegancia anterior, le cortó el dedo anular al prisionero con el cuchillo. El corte fue limpio, preciso, ejecutado con la habilidad de alguien que había practicado este arte durante años. El anillo de la mafia Torretti rodó por el suelo con un tintineo metálico que resonó como una campana funeral, creando un sonido que parecía anunciar el final de una era. —¡AAAAAH! —El grito desgarrador resonó en el almacén, rebotando en las paredes como el eco de todas las almas que habían sufrido en ese lugar. Era un sonido que se grababa en la memoria de quienes lo escuchaban, una melodía de dolor que los acompañaría en sus pesadillas. El interrogatorio había terminado. Ahora venía la ejecución, el acto final de este teatro de crueldad que se había representado tantas veces en este mismo escenario. Hamsa arrastró al hombre sangrante hacia el borde del pozo, sus botas golpeando el suelo con un ritmo que sonaba como tambores de guerra. Las cadenas rechinaron una última vez mientras el sicario gemía débilmente, perdiendo conciencia por el dolor y la pérdida de sangre. Su cuerpo se había convertido en un peso muerto que Hamsa arrastraba sin esfuerzo, como si fuera un saco de arena, dejando un rastro de sangre que se extendía como una alfombra roja hacia el infierno. Ezra, con el dedo cortado en la mano que aún goteaba sangre fresca, se agachó y tomó el anillo. Lo examinó cuidadosamente bajo la luz parpadeante, admirando la artesanía antes de ponérselo en su propio dedo. Era.. su segunda adquisición para la colección, un trofeo que se uniría a los otros recuerdos de vidas arrebatadas que decoraban su habitación privada. —Con esto... le daré saludos a los malditos de los Torretti de nuestra parte —murmuró Ezra con frialdad, mientras caminaba con el dedo del hombre hacia el pozo, ajustándose los lentes mientras observaba las llamas danzar hipnóticamente en las profundidades ardientes. CONTINUARÁ... PD: Bienvenidas a la mafia Kravchenko.

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