Mely caminó por los pasillos de mármol de la mansión Rosewood con pasos que había ensayado cuidadosamente para replicar la gracia natural de Melanie. Sus zapatos de tacón bajo repiqueteaban sobre el suelo pulido, creando ecos que se amplificaban en el espacio enorme.
Las paredes estaban decoradas con pinturas al óleo de paisajes europeos y fotografías familiares enmarcadas en plata que capturaron inmediatamente su atención entrenada. Sus ojos escanearon cada imagen mientras pasaba: Melanie a los cinco años con vestido blanco, Melanie a los diez en un evento escolar, Melanie a los quince en su quinceañera.
Todas las fotografías compartían un patrón inquietante: solo aparecían dos personas. Melanie y Nathaniel. Padre e hija. Ninguna esposa, ninguna madre, ninguna otra figura femenina que s
