«Mierda, quiero besarla»
El pensamiento golpeó a Hamsa con fuerza brutal que lo dejó paralizado. Ambos estaban tan cerca, tan peligrosamente cerca que podía contar cada peca individual sobre la nariz respingada de Melanie, podía sentir su respiración cálida acariciando sus labios, podía ver cómo sus pupilas se dilataban con algo que parecía ser deseo mezclado con nerviosismo puro.
El espacio entre sus rostros era prácticamente inexistente, cargado con electricidad que chisporroteaba invisible pero innegable.
Hamsa, movido por impulso que superó su control legendario, levantó su mano grande y áspera, colocándola sobre la parte baja de la espalda de Melanie. Con presión firme pero cuidadosa, la atrajo un poco más hacia él, cerrando ese último centímetro de distancia que los separaba.
Sus
