Absalón se quedó callado, con sus enormes hombros subiendo y bajando mientras luchaba contra décadas de condicionamiento que le habían enseñado a nunca mostrar debilidad. Era un hombre que a pesar de los años y de la edad, aún le costaba abrirse emocionalmente, y Saleema lo sabía mejor que nadie.
—¡Absalón, mírame! ¡Dime qué mierda está pasando!
Pero él, desnudo, siguió de espaldas, con sus enormes hombros subiendo y bajando mientras respiraba pesadamente, como si estuviera preparándose para una batalla que sabía que no podía ganar.
—No es nada, enana. Ya estoy viejo, ¿no?
En ese momento, todas las alarmas de Saleema se activaron como sirenas de emergencia. Conocía a este hombre mejor que a sí misma, sabía que cuando usaba esa excusa simplista, estaba escondiendo algo monumentalmente i
