En ese momento, se formó un silencio denso entre los dos, como niebla espesa que se instaló pesada en el apartamento. Como si cada segundo se sintiera como minuto completo, estirándose con elasticidad tortuosa. Melanie podía escuchar su propio corazón latiendo con fuerza brutal.
Sus manos se apretaron nerviosas sobre sus muslos, arrugando la tela rosa pálido de su pijama con dedos que temblaban visiblemente. Sus ojos verdes permanecían fijos en el rostro de Hamsa, buscando alguna señal, alguna pista sobre qué significaba exactamente esa confesión simple pero devastadora: "Me gustas."
Hamsa, por su parte, tenía su mandíbula apretada con fuerza. Sus ojos azules ahora brillaban con algo diferente, algo más vulnerable que raramente permitía que alguien viera, mucho menos una mujer que apenas
