En ese momento preciso, mientras el silencio se extendía entre ellos como niebla densa, Melanie sintió cómo su cerebro procesaba las implicaciones completas de lo que acababa de escuchar. Su corazón latía tan fuerte que estaba segura de que Hamsa podía escucharlo retumbando en el espacio reducido entre sus cuerpos. «Bueno, Melanie» —se dijo con voz interna que intentaba sonar resignada pero que temblaba con nerviosismo puro—. «Es hora de pagar con tu cuerpo. Es obvio lo que va a pasar. Adiós virginidad, es hora de conocer un miembr0» La idea la aterrorizaba y la hacía sentir vulnerable de maneras que nunca había experimentado. Toda su vida, Nathaniel le había repetido que su virginidad era tesoro sagrado que debía preservar, que era lo más valioso que poseía como mujer. Y ahora, en este

