Estaba en clase, y el Dios Griego estaba sentado junto a mí, como siempre. Su presencia imponente era difícil de ignorar, pero ya me había acostumbrado a que estuviera tan cerca. La verdad, no sabía qué pensaba sobre él. A veces me sacaba de quicio, pero otras veces no podía negar que su cercanía era… intrigante. De todas maneras, no era el momento para pensar en eso.
Mi teléfono vibró en el bolso, interrumpiendo mis pensamientos. Discretamente lo saqué y lo revisé bajo el escritorio para que nadie se diera cuenta. Era un mensaje de voz de Douglas. Me aseguré de que nadie me estuviera mirando y me coloqué los audífonos rápidamente para escuchar el mensaje.
Audio:
"Buenos días, señorita, soy Douglas... Le hablo porque usted mencionó que nos avisara sobre cualquier novedad con MISH.
La app que completó funcionó perfectamente y ya ha dado el lugar exacto donde se encuentran los equipos. La esperamos a usted para que nos indique cómo proceder...
Pero hay un problema... Los equipos se están moviendo constantemente. Ya se han movido tres veces en menos de una hora, lo que hace que sea mucho más difícil recuperarlos... La esperamos, por favor.
Tenga buen día, señorita. Adiós."
Fin del audio.
Apagué el teléfono con rapidez, guardándolo de nuevo en mi bolso. La información que acababa de recibir no era para nada alentadora. Si los equipos se movían tan rápido, no sabíamos cuánto tiempo tendríamos antes de que desaparecieran por completo. Esto no puede seguir así, pensé mientras me concentraba en controlar mis nervios.
Miré el reloj de mi teléfono: faltaban cinco minutos para que la clase terminara. Ya casi podía respirar tranquila. No quería que el Dios Griego notara que estaba preocupada por lo que acababa de escuchar, así que decidí esperar pacientemente. Bajé los audífonos y me concentré en el sonido de la clase, aunque mi mente ya no estaba en eso.
El tiempo pasó lentamente hasta que finalmente el timbre de la clase sonó. Recogí mis cosas rápidamente, sin perder ni un segundo. Mientras guardaba todo en mi mochila, me di cuenta de que el Dios Griego seguía mis pasos, pero decidí ignorarlo olímpicamente. No tenía ganas de hablar con él en ese momento. Aún no sabía bien qué pensaba de todo lo que había sucedido últimamente, y no tenía la energía para ponerme a analizarlo.
—Nos vamos —les dije a los dos guardaespaldas que me acompañaban. Ellos simplemente asintieron, sin decir una palabra. Estaba acostumbrada a su profesionalismo. Ninguno de ellos hacía preguntas, solo seguían las órdenes. Caminamos por el pasillo, y justo cuando iba a salir del edificio, escuché mi nombre, pronunciado con esa voz profunda que tenía algo tan... intrigante.
—Maritza —dijo, y una extraña sensación recorrió mi cuerpo, como si algo se detuviera en el aire. ~ Suena tan bien mi nombre en sus labios ~ pensé, sintiendo una especie de picazón interna que traté de ignorar.
Me giré para mirarlo, pero no dejé que mi rostro expresara nada. Siempre lo mantenía frío, calculador. Lo miré con una mezcla de indiferencia y curiosidad.
—¿Puedo ir a tu casa? —preguntó con cierta inseguridad, como si no estuviera del todo seguro de que me gustaría. Mi ceño se frunció por un segundo. No esperaba esa pregunta, y menos de él. Pero lo analicé rápidamente. No quería que se quedara allí, molestándome con su presencia, así que decidí aceptar solo para evitar más complicaciones.
Después de unos segundos de silencio, asentí con rapidez, para no darle más vueltas al asunto.
—Te pasaré la dirección luego —le dije, con un tono algo cortante. La respuesta fue directa, rápida, y lo que necesitaba en ese momento. No tenía ganas de interactuar más de lo necesario. Me di la vuelta, sin esperar su reacción, y me dirigí rápidamente hacia mi casillero. Los dos gorilas me seguían de cerca, atentos a cualquier movimiento.
Al llegar al casillero, abrí la puerta y guardé mis cuadernos con rapidez. Saqué mi bolso, junto con las llaves del auto. Estaba cansada, pero tenía que seguir adelante con lo que fuera que estuviera sucediendo. Mientras miraba dentro del casillero, mi mirada se detuvo un momento al no ver la foto que había dejado allí días atrás. Me resultó extraño, pero no me importaba demasiado. Probablemente alguien la robó, pensé. No tenía sentido preocuparse por algo tan insignificante ahora.
—¿A dónde iremos, señorita? —preguntó Nick, el guardaespaldas que estaba a mi lado. Su tono era neutro, casi indiferente, pero yo sabía que él estaba atento a todo. Como siempre. Mi mente seguía ocupada con el mensaje de Douglas. Los equipos se movían y eso no auguraba nada bueno.
—A la empresa... —respondí, cerrando el casillero con una firmeza que casi era una orden. No quería que nadie interfiriera más. —Pero antes, iremos a mi casa. Tengo que sacar algunas cosas y cambiarme —agregué mientras me dirigía hacia el estacionamiento. Los dos gorilas seguían mis pasos, sin decir una palabra. Estaba tan concentrada en lo que iba a hacer que no les presté atención.
El ruido de mis tacones resonó en el pasillo vacío mientras caminaba hacia el estacionamiento. Me subí al auto con rapidez, sin perder tiempo. Arranqué el motor y, mientras manejaba, mi mente no dejaba de dar vueltas al problema. Los equipos seguían moviéndose, y eso solo significaba que teníamos menos tiempo del que pensábamos.
Voy a resolverlo, me dije a mí misma. No importa lo que cueste.
(...)
Llegué a la casa y, al detener el auto frente a la entrada, me bajé rápidamente. Le entregué las llaves a Nick, quien se encargó de estacionarlo por mí sin decir una palabra. Entré a la casa con paso firme, mi mente enfocada en lo que debía hacer a continuación. Me dirigí directo a mi cuarto, sin perder tiempo en distracciones. Lo único que pensaba era en cambiarme rápidamente y asegurarme de estar preparada para lo que fuera que viniera. Pero había algo más que necesitaba, algo que nunca me faltaba: protección. Ya me había acostumbrado a la idea de tener mi propio sistema de seguridad, y no solo dependía de mis guardaespaldas.
La pistola dorada estaba en su caja, esperándome. No era de oro, claro, pero su color le daba esa apariencia, ese toque de sofisticación que tanto me gustaba. Personalizada, hecha a medida para mí, y con el diseño exacto que sabía que necesitaba para sentirme segura. La tomé con delicadeza, pero también con la firmeza de saber que podía usarla mejor que cualquier tacón de 15 centímetros que solía llevar.
Después de guardarla en el cinturón de mi pantalón, comencé a prepararme. Abrí el armario y elegí lo primero que me llamó la atención: unos jeans rasgados de color blanco. Eran cómodos y, además, me daban un aire audaz. Luego, busqué un top que se ajustara bien a mi cuerpo. Elegí uno con un cordón en el centro, que podía atar a mi gusto. Después de hacerlo, me coloqué una chaqueta de mezclilla, que me llegaba justo a la cintura, dejando un toque desenfadado pero de poder. Para los zapatos, no quise arriesgarme demasiado. Opté por unos tacones de 10 centímetros de altura, de color crema. No tan altos como los que usualmente usaba, pero suficientes para sentirme como la persona que soy: fuerte, imponente y letal si la situación lo requería.
Me hice una coleta alta, amarrando bien mi cabello, pero dejando algunos mechones rebeldes que caían alrededor de mi rostro, dándome ese aire tan característico de seguridad y misterio. Salí del cuarto con la pistola disimulada bajo la chaqueta, mi mirada fija y decidida. No estaba nerviosa, ni siquiera lo pensaba demasiado. Estaba lista.
"Usaré una de mis motos", pensé con una sonrisa que apenas se alcanzaba a ver. Era mi forma de decir que todo esto era solo otro día más en la vida. Caminé hacia el garaje, que estaba lleno de motos que había comprado recientemente. Después de un breve momento de reflexión, elegí la Honda CB 500 R, roja. Era rápida, poderosa y tenía un diseño agresivo, justo lo que necesitaba para mantener mi imagen intacta.
Salí de la casa, y justo detrás de mí, las cuatro camionetas aparecieron. En cada una, seis hombres. Dos delante y dos detrás. Sabían cómo protegerme, sabían que mi seguridad siempre era lo primero. Ningún riesgo era aceptable.
Al llegar a la empresa, estacioné la moto en un lugar cercano y me quité el casco con rapidez. Miré a mi alrededor, asegurándome de que no hubiera nada fuera de lo normal. A continuación, me aseguré de ocultar mejor la pistola, cubriéndola con la chaqueta. Mis hombres entraron detrás de mí, pero cuatro se quedaron en la entrada, como siempre, vigilando todo. Nadie entraría sin su permiso.
Subí rápidamente a la oficina, sin perder tiempo, y me dirigí directo a mi objetivo. Tenía que sacar la tableta de papá para asegurarme de que todo estuviera en orden antes de reunirme con Douglas. Estaba lista para actuar.
Entré a la sala de juntas, y allí estaba él. Douglas, acompañado por algunos trabajadores que estaban concentrados en las computadoras. Parecía que estaban trabajando en algo importante, pero al instante en que me vio, levantó la mirada y me saludó con una inclinación de cabeza. No había tiempo para cortesías, así que fui directo al grano.
—Señorita —dijo Douglas, reconociendo mi presencia en la sala.
Me acerqué con paso firme, colocando mi cuerpo a su lado. Sabía que en ese momento todo debía ser rápido y preciso. Miré la pantalla holográfica que tenía frente a él, donde se proyectaban varios puntos rojos. Todo estaba en movimiento.
—¿Dónde están? —le pregunté de forma directa, con la mirada fija en los puntos que parpadeaban en el mapa.
Douglas no dudó ni un segundo al responder. Su tono era serio, pero sabía que era alguien en quien podía confiar en situaciones como esta.
—Han estado en Zurich, Lucerna y Basilea. Ahora están en Escafusa, señorita —dijo, señalando los puntos en el mapa que brillaban con intensidad.
La información llegó como un golpe, pero no era algo que me sorprendiera. Ya estaba preparada para esto. Una ligera sonrisa se dibujó en mi rostro, una que no tenía nada de inocente.
—Vamos a Suiza entonces —dije, casi sin pensar, con una sonrisa ladeada, mostrando que estaba completamente segura de mi decisión.
Sabía que en cuanto llegáramos allá, las cosas se pondrían interesantes. Había una razón detrás de todo esto, una razón que ni ellos ni yo podíamos ignorar.