La habitación estaba sumida en un silencio profundo, roto solo por el llanto fuerte de Aria, el sonido más hermoso y aterrador que había escuchado. Cada uno de sus sollozos parecía vibrar en mi pecho, golpeando mi corazón con una fuerza inexplicable. Mi respiración era agitada, cada inhalación costaba más de lo que podía soportar, pero al escuchar su llanto, todo lo demás, todo el cansancio, el dolor, el miedo, parecía desvanecerse. Mi corazón latía a mil por hora, pero sentía una mezcla de alivio y amor puro al mismo tiempo. Como si cada parte de mí hubiera estado esperando ese sonido, esa señal de que todo había terminado, de que mi hija ya estaba aquí. La doctora se acercó con ella en brazos, envuelta en una manta suave y cálida, y me miró con una sonrisa cálida, una sonrisa que reflej

