Dicen que, para una mujer, el día de su boda es el más feliz del mundo, pero en mi caso no era así. El día de mi boda, fue el día más triste de mi vida. No podía parar de llorar. Tuvieron que arreglar mi maquillaje muchas veces, pero mis ojos estaban completamente rojos.
Cuando me tocó entrar, lo hice sola. Yo no tenía un padre, no tenía una familia, así que, caminé ese pasillo sola. Ese pasillo que para mí fue eterno. Cada vez se me hacía más y más lejano. Sentía que yo estaba a mil kilómetros de Ramsés. Cuando estuve a su lado, me miró y no sé si vi pena en su mirada o qué.
—¿Estuviste llorando? —me preguntó muy bajo. Asentí mirando al piso. Él se puso justo frente a mí y me abrazó.
—Todo estará bien, Bree.
La boda fue rápida, al igual que los votos. ¿Qué íbamos a decir el uno del otro? Ni siquiera nos conocíamos bien. En la recepción, conocí a muchas personas de negocios. Todos me felicitaban, como si fuese un milagro que Hades se casara. Uno hasta me preguntó si estaba embarazada. Quise golpearlo de inmediato. De hecho, estuve a punto de hacerlo, cuando Ramsés me agarró.
—Contrólate, Bree —me dijo con el ceño fruncido. Suspiré frustrada y asentí con la cabeza.
A la hora del baile de los recién casados yo estaba muy nerviosa. No quería hacer un desastre delante de tantas miradas.
—Mírame, Bree —dijo para tranquilizarme —. Déjate llevar y todo saldrá bien.
¡Gracias a dios todo salió bien! No podía negar que había sido un momento hermoso. Me dejé llevar por él y todo salió perfecto. Compartimos un rato más con los invitados y luego me quedé con Carol y las chicas, quienes todavía no podían creer que yo me había casado con Hades.
—¿No estás nerviosa por tu noche de bodas? —me preguntó Carol con malicia.
¡Demonios! Me había olvidado por completo de la noche de bodas. ¿Qué carajos iba a hacer si él quería tener sexo? Yo no estaba lista para eso, no podía estar con alguien a quien no amaba. Me puse roja de los nervios y Carol me miró sonriente.
—Vamos, Bree, por qué te pones así, ni que fueras virgen. Pero yo supongo que ustedes ya lo han hecho ¿o me equivoco? —preguntó con una ceja levantada. Y eso era cierto, pero no podía acostarme con cualquiera. Tampoco quería hacerlo.
—No, nosotros lo dejamos para cuando estuviésemos casados —respondí después de un rato.
—Es que cuentas esto Bree y no parece el Hades que todos conocen. No puedo creer que te haya esperado hasta el matrimonio.
—¡Ah, ya sé! Seguro que tienes miedo de no dar la talla. He escuchado que ese hombre es el mismísimo dios del inframundo en la cama —dijo Step sonriente.
Cuando llegó la hora de irnos, Caden tuvo que parar el auto varias veces, porque yo tenía náuseas. Estaba tan nerviosa que mi estómago estaba revuelto. Cuando llegamos al hotel, él tomó mi mano, prácticamente arrastrándome y pasamos directo al ascensor. Entramos a una suite de varias habitaciones. Mentalmente, agradecí por ello. Estaba tan nerviosa del solo hecho de pensar, que tendría que compartir habitación con él.
—Perdón por no llevarte de luna de miel, resolveré algunos asuntos y después podremos irnos a donde quieras —me dijo sirviéndose un vaso de whisky —. ¿Quieres uno? — negué.
—No me gusta el whisky, gracias. Y no te preocupes, estoy por empezar mi nuevo trabajo, así que, no me conviene viajar —él me miró con el ceño fruncido.
—No quiero que trabajes —soltó, pero yo no lo dejé terminar.
—Ni sueñes que voy a dejar de trabajar —le respondí cruzándome de brazos —. No me empieces a prohibir cosas —le dije enojada.
—No seas explosiva y escucha. Ven aquí —me pidió sentándose en un sillón y señalándome un lugar a su lado. Yo asentí no muy convencida y me senté.
—Tú dirás —dije aún cruzada de brazos.
—Quiero que trabajes para mí, que dirijas un departamento. Quiero que aprendas todo sobre el negocio familiar —dijo sin mirarme.
—No. No me voy a ganar un lugar por haberme casado contigo —lo escuché suspirar.
—No seas testaruda, Bree. Si te vas a trabajar a otro lugar voy a comprar la empresa donde trabajes y te voy a hacer jefa igual.
—No te atreverías —lo reté con la mirada.
—No me pruebes, Bree, sabes que lo puedo hacer —me respondió mirándome fijamente. Yo fui la primera en romper el contacto visual, porque él me intimidaba mucho. Debía confesar, que le tenía un poco de miedo.
—Bebe un poco —me dijo poniendo el vaso en mis labios y a mí no me quedó de otra que dar un sorbo a su bebida. No estaba mal, pero no era mi favorita. Y ahí nos quedamos, en silencio uno al lado del otro, sin emitir sonido alguno.
—Perdón por obligarte a que seas mi esposa, Bree —me dijo después de un rato. Lo miré un poco sorprendida y él estaba un poco avergonzado.
—¡Vaya! ¿Es que sabes pedir perdón?
—Sí sé, pero lo hago, porque la ocasión lo amerita. No es todo el tiempo, así que, no te acostumbres —me respondió con una media sonrisa.
—Entonces ¿tengo que trabajar para ti? —él me miró fijamente.
—No tanto como trabajar para mí, dirigirás tu propio departamento.
—En el trabajo ¿podemos ignorar el detalle de que soy tu esposa? —su expresión cambió totalmente y de estar relajado, pasó a fruncir el ceño apenas me escuchó.
—¿Te avergüenza ser mi esposa?
—No, no es eso —le respondí inmediatamente —. Es que, no quiero que piensen que me gané el puesto solo porque soy tu esposa —él dejó de fruncir el ceño y asintió.
—Lo entiendo, Bree. Se hará como tú quieras. De mi parte no diré nada —nos volvimos a quedar en silencio otra vez, en un silencio incómodo. ¿Será que algún día podría acostumbrarme a ese silencio?
—Ahora que nos casamos ¿podrías contarme por qué querías casarte? —le pregunté, cuando me aburrí de estar en silencio.
—Ya te lo dije, quería una esposa.
—¿No se te hacía más fácil conquistar a alguien? Tienes a todas las mujeres de la ciudad a tus pies —pero él negó.
—No tengo tiempo para eso, Bree.
—Entonces ¿así será este matrimonio siempre? ¿No vas a tener tiempo para unas flores o para una cena? Porque si vamos a estar casados, al menos, quiero un esposo que me traiga flores y coma conmigo siempre —dije para molestarlo.
—¿Ahora quieres que cenemos juntos? —preguntó dando un sorbo a su trago.
—Me encantaría.
—¿A dónde quieres ir?
—Un McDonald´s, tal vez —respondí molestándolo aún —lo vi negar con cabeza sonriente.
—Hace años que no voy a uno, me encantaría ir —y mi plan de molestarlo había fracasado. Pensé que una persona como él jamás iría a un McDonald´s —. ¿Vas a ir así? —me preguntó después de unos segundos.
Me miré y j***r, andaba con mi vestido de bodas aún. De hecho, los dos lo estábamos, pero no había traído ropa. Me había olvidado por completo de esa pequeña parte. Toda mi ropa estaba en su casa. Esa tarde alguien había pasado por mi apartamento a recogerla.
—Sí, olvidé traer algo de ropa —respondí un poco avergonzada.
—Nos iremos así entonces. Vamos —me contestó tomando mi mano y levantándose —. Tomaremos un taxi, le di la noche libre a Caden.
En el lugar, todos nos miraban. Éramos el centro de atención de toda la clientela del lugar. Y era obvio, porque estábamos elegantes, vestidos de novios y cenando en un McDonald’s.
—¿Nos tomamos una foto? —me preguntó, mientras esperábamos nuestras hamburguesas —yo asentí y él se levantó acercándose a una chica, quien lo miró totalmente embelesada.
—Hola, por favor, ¿nos tomarías una foto a mi esposa y a mí?
La chica inmediatamente me miró un poco decepcionada y asintió. Él se sentó a mi lado y me dio un beso en la mejilla. Me separé de él para mirarlo confundida. La chica le devolvió el teléfono y él le agradeció. Miramos las fotos y eran dos, una donde él besaba mi mejilla y otra donde los dos nos mirábamos fijamente. No podía negarlo, habían salido muy lindas.
Jamás había visto a nadie comerse tres hamburguesas y juro que yo había visto de todo en el orfanato, pero jamás vi a nadie comer tanto. No podía parar de reír, mientras lo veía comer. Después de cenar, él tomó mi mano y salimos a caminar un rato.
—Había extrañado ese lugar —dijo sin mirarme.
—¿Hace cuánto que no ibas a uno?
—Hace unos diez años —contestó suspirando.
—¿Por qué esperaste tanto para venir si te gustaba?
—No tenía con quién ir —me respondió encogiéndose de hombros.
—Siempre puedes ir solo —dije con voz burlona, pero él negó.
—No me apetece hacer nada solo, Bree, es por eso que me casé contigo. Ahora vamos a estar pegados todos los días como sanguijuelas.
—Alguien está muy graciosito hoy —dije riendo.
—¿Te apetece caminar otro rato? ¿O quieres ir al hotel?
—Quiero que caminemos otro rato —respondí nerviosa. La verdad, es que no estaba lista para la noche de bodas. Después de un rato insistió en ir al hotel, pero yo me negué.
—Bree, estoy cansado, si te vuelves a negar te voy a cagar —me dijo con el ceño fruncido. Suspiré.
—Hay algo que debo decirte… No estoy lista para tener sexo contigo. El sexo es algo complicado para mí —solté de una vez. Él me miró serio y después lo vi negar.
—No sé quién te metió eso en la cabeza, pero yo no te voy a obligar a que te acuestes conmigo. Eso jamás —dijo soltando mi mano y alejándose de mí, enojado.
—¿Qué querías que pensara si me obligaste a ser tu esposa? —le respondí cruzada de brazos.
—Obligarte a ser mi esposa es una cosa muy diferente que obligarte a tener sexo conmigo, Bree. Eso jamás. Me ofende mucho que lo pienses —lo vi caminar de un lado a otro frustrado. Y después empezó a caminar.
—¿A dónde vas?
—Al hotel, vamos por un taxi —dijo caminando delante de mí sin voltearse. Y así, yo había arruinado la buena onda que habíamos tenido esa noche.
—¡Bravo, Bree! —me repetí todo el camino al hotel. Él no dijo una sola palabra. Pagó el taxi y se bajó dejándome atrás.