CAPÍTULO 3

3215 Words
Cuando entré a la suite, él ya se había encerrado en una de las habitaciones. Me sentí un poco mal por todo. Suspiré frustrada y me decidí por dormir. Este había sido un día de muchas emociones. Pero no pude quitarme el vestido por más que intenté y estaba segura de que con él puesto, no iba a poder dormir. Así que, no me quedó de otra que pedirle ayuda a Ramsés. Tuve que tocar su puerta un millón de veces para que me abriera y, cuando lo hizo, estaba con él ceño fruncido. —¿Qué quieres, Bree? —Necesito ayuda con la cremallera de mi vestido. Él asintió y me dijo que me diera la vuelta. Bajó mi cremallera y, segundos después, cerró su puerta sin siquiera darme la oportunidad de darle las gracias o, de al menos, voltearme. Evidentemente estaba más que enojado. En mi habitación me quité el vestido y me acosté a dormir, di un millón de vueltas antes de poder conciliar el sueño. —Despierta, Bree, es hora de desayunar —escuché la voz de Ramsés, pero yo estaba cansadísima. Me había costado mucho dormir, así que, negué sin abrir los ojos. —Tienes dos minutos para levantarte o te cargo —dijo con voz amenazante. Pero yo me negué y él cumplió su palabra sacándome cargada de la cama. —¡j***r! ¡Bájame que no estoy vestida! —dije golpeando su espalda. —¡Perdón, no me di cuenta! —me contestó bajándome y yo me encerré en la habitación enojada. Segundos después tocó mi puerta. —No estoy vestida, no puedes pasar —dije de mal humor. —Tengo algo de ropa para ti —me respondió abriendo la puerta y metiendo una de sus manos con ropa. Yo la tomé y él cerró la puerta. Eran unos pantalones de pijama y una camisa de él, que para mí eran enormes. Me veía ridículamente pequeña con su enorme ropa. Cuando salí, él me miró encogiéndose de hombros. —Perdón por no hacerte traer ropa, lo olvide por completo. —No te preocupes. ¿Qué vamos a desayunar? —No sé qué te gusta, así que, pedí de todo un poco. Ah y esto es para ti —dijo tendiéndome un ramo de rosas —. No voy a ser de esos esposos que no le dan rosas a sus esposas —l lo miré sonriente. —Es que si cuento esto nadie me lo va a creer. —Puedes contarlo, nadie te lo va a creer. Hades no regala rosas —dijo con media sonrisa. Comimos en silencio, hasta que él lo interrumpió. —¿Estás bien? No has, dicho una sola palabra en este desayuno, me estoy empezando a preocupar. —En el orfanato, comer en silencio, era una regla fundamental. Así que, tengo eso como trauma en mi cabeza. —Aquí puedes hablar, Bree. No estás en el orfanato. —Lo sé, pero ya estoy acostumbrada —dije suspirando. Él insistió en sacarme conversación durante todo el desayuno, pero mis respuestas siempre fueron cortas. —Después de desayunar iremos a casa, quiero mostrarte todo. Y yo me puse nerviosa. ¿En serio íbamos a vivir juntos? ¡j***r! No me podía meter en la cabeza que ahora estaba casada, que ahora tenía un esposo. ¡Qué desastre! Cuando llegamos a su casa, un perro saltó emocionado encima de él. Era un dóberman, el perro daba bastante miedo. Vaya que, cuando dicen que los perros se parecen a sus dueños, era totalmente cierto. Después de saludarlo a él, se acercó a mí y me olfateó un poco. —Hola —dije un poco aterrada, pero él empezó a mover, lo que supongo, que sería su cola. Así que, ahí perdí el miedo y lo acaricié. Él, inmediatamente, se dio la vuelta para que acariciaba su panza —. Eres un hermoso —le repetía, mientras acariciaba su panza y él movía una de sus patas. —¿Cómo se llama? —le pregunté a Ramsés, quien nos miraba negando. —Adivina —respondió sonriente. —No me digas que se llama cerbero —dije haciendo referencia al perro de Hades en la mitología griega. Pero él negó sonriente. —Estuve tentado a llamarlo así, pero no. Se llama Caronte —y yo no pude parar de reír. —A alguien le gusta la mitología griega —él se encogió de hombros. —Si ya me llaman así, entonces, por qué no aprovecharlo. Vamos Caronte, deja a Bree para que pueda instalarse —dijo tronando sus dedos. El perro se levantó y le obedeció. Mi habitación era enorme. Más grande que la habitación que compartí con cientos de niños. Todo era puro lujo. Abrí el armario y mi ropa estaba perfectamente acomodada, junto con un montón de ropa nueva. Me quedé maravillada con tantas bellezas. Cientos de zapatillas de todos los modelos y colores. Después de un rato, me decidí por darme una ducha. Preparé la enorme tina y no salí de ahí hasta que mis dedos estuvieron completamente arrugados. Me vestí y me dispuse a recorrer la casa. Caronte me acompañó en todo el recorrido. La casa era enorme pero tan vacía y solitaria que te daban ganas de salir corriendo. Así que, salí al jardín, el cual era más que enorme. Podías perderte en él. Jugué con Caronte por una media hora y los dos entramos satisfechos. Ramsés no estaba por ninguna parte y yo no sabía por dónde empezar a buscarlo. Fui a la cocina y me encontré con un rostro amable. —Usted debe ser la señora Knigth, bienvenida. Yo soy Olive, la cocinera y estoy a sus servicios. —Por favor, llámeme Bree —me acerqué y le di un abrazo que ella recibió gustosa. Me quedé conversando con Olive un par de minutos, hasta que se me ocurrió preguntarle dónde estaba Ramsés. —Está en su despacho, señora, pero le aconsejo que no se acerque. No le gusta que nadie lo moleste cuando está ahí. —No te preocupes, no pasará nada. ¿Puedes indicarme dónde es? —le pregunté sonriente. Me miró no muy convencida, pero asintió. Me enseñó dónde era y salió prácticamente huyendo. Di dos toquecitos en su puerta, hasta que la abrió. Estaba con el ceño fruncido y creo que estaba preparado para regañar a quien fuera. Pero, cuando me vio relajó su rostro. —¿Qué pasa, Bree? ¿Está todo bien? —asentí. —Estoy aburrida, eso es todo. —Entonces ¿quieres molestarme para calmar tu aburrimiento? —me preguntó con media sonrisa. —Ya me vas conociendo —le respondí orgullosa. —¿Quieres pasar? Estoy en medio de algo, pero solo serán unos minutos y te prestaré atención —asentí y Caronte entró conmigo. Él lo miró extrañado. —Vaya, alguien se enamoró de ti —dijo con esa media sonrisa. Luego se dio la vuelta y caminó hacia un enorme escritorio, sentándose detrás de él y tomando su teléfono. —Perdón, mi esposa me necesitaba —le dijo a la persona con la que estaba hablando. ¡j***r! Y eso me demostraba que este matrimonio, para él, era real. Me quedé en silencio con ganas de salir corriendo y que todo esto fuera una estúpida pesadilla. Él siguió en su llamada por un par de minutos más y después de cortar se acercó a mí. —¿Qué quieres hacer? —me preguntó mirándome fijamente. —No lo sé —respondí encogiéndome de hombros. —¿Quieres salir? —negué. —Tampoco me apetece salir. —Tenemos una piscina en casa, podemos tomar el sol y beber unos tragos —asentí no muy convencida. No me gustaban las piscinas, porque no sabía nadar y le tenía un poco de terror al agua. Aunque, podía quedarme a tomar el sol. Pero después recordé que no tenía trajes de baño. —No tengo traje de baño —dije encogiéndome de hombros. —Hice que compraran para ti, ya sabes, para nuestros sábados en la playa —respondió apartando la mirada de mí —. Deberías revisar tu armario —salimos de su oficina y Caronte me siguió todo el tiempo. —Caronte, deja de seguir a Bree —le ordenó tronando los dedos y el perro se quedó quieto. —No me gusta que le ordenes con el chasquido de los dedos —lo regañé cruzada de brazos —suspiró. —Así está adiestrado, Bree. —No me gusta. —Pues, te vas a tener que acostumbrar. Ve a cambiarte. —Vamos, Caronte, acompáñame —le dije llamándolo, pero él no se movió. Ramsés me dedicó esa media sonrisa. —Si quieres que te obedezca, ya sabes lo que debes hacer —me crucé de brazos. —Me niego. —Qué testaruda eres, Bree —dijo negando —. En este único día ya tengo canas verdes. —Prepárate, porque pronto vas a parecer el Joker —le contesté riendo. Me puse uno de los trajes de baño que encontré, la verdad no me sentía cómoda, así que, me puse algo encima. Encontré a Ramsés de espalda en la escalera esperándome. Estaba descalzo sin camisa y en short. ¡Vaya espalda que tenía! ¡j***r! No pude evitar mirar sus nalgas y al hacerlo, unas ganas enormes de nalguearlo se hicieron presente en mi cabeza. —¿Puedes dejar de mirar mi trasero, Bree? —me dijo con el ceño fruncido y yo quise morir. Me puse roja de la vergüenza. Cuando se dio vuelta, la cosa se puso peor. ¡j***r! ¡Una barra enorme de chocolate! Tuve que mirar a otro lado antes de que se me cayera la saliva. Caminamos juntos a la piscina y nos sentamos a tomar el sol. —¿Puedes ponerme un poco de protector solar? —me preguntó entregándome un frasco que tenía en su mano. —Es mi momento de manosearte —le contesté para molestarlo. —Soy tu esposo, Bree, puedes hacerlo —y yo suspiré derrotada. Olive nos trajo un par de cócteles que estaban totalmente deliciosos. Creo que me bebí la mitad en el primer trago nada más. —Con calma, Bree, a Olive le gusta ponerle mucho alcohol a todo, en eso es muy rusa. —¿Olive es rusa? —Así es. Así que, ten cuidado con sus bebidas o terminarás durmiendo con la cabeza en el inodoro. Me voy a meter en la piscina. ¿Quieres meterte conmigo? —No te preocupes, estoy bien aquí tomando el sol —le respondí un poco nerviosa. Él tronó sus dedos. —Vamos, Caronte, al agua —el perro se lanzó junto con él y los vi jugar un rato. Después salieron y los dos se sacudieron justo a mi lado para mojarme. El primer día en la oficina fue un poco extraño. Llegamos juntos, pero al entrar, cada uno tomó su camino. Al menos, él estaba respetando mi decisión. Conocí a mi asistente ¡j***r! Tenía una asistente y estaba que no me lo podía creer. —Mucho gusto, señorita Knigth. Soy Abigail, su asistente —me dijo sonriente —. Vaya que es extraño, que tenga el mismo apellido que el jefe —después me miró avergonzada —. Perdón, eso estuvo demás. —Mucho gusto, Abigail. No te preocupes, es una casualidad un poco extraña. Así que, te entiendo —dije sonriente. Cuando entré a mi oficina tenía un ramo de rosas enorme con una tarjeta que decía “Feliz primer día de trabajo. Aquí estoy cumpliendo y siendo un esposo que envía flores a su esposa en su primer día”. La tarjeta no estaba firmada y sabía muy bien por qué no lo estaba. Agradecí el gesto. A media mañana, mi asistente entró con cara de terror. —Señorita Knigth, el señor Knigth vino a verla —me dio un poco de risa el terror que Ramsés causaba en las personas. Era tan irónico, porque a veces a mí también me lo causaba. —Hazlo pasar, Abigail —ella asintió y unos segundos después, entró con él. Ella tenía cara de terror. —Señorita Knigth, si no necesita nada más, me retiro. —Puedes retirarte, Abigail —dije sonriente —ella salió como alma que lleva el diablo. La pobre estaba aterrada. Miré a Ramsés y estaba con el ceño fruncido. —¿Cómo que señorita? El trato era que no iba a decir que yo era tu esposo, pero no que las personas pensaran que estabas soltera —suspiré. —Es algo tonto esto, Ramsés. Ella lo supuso y yo lo deje estar. No sé por qué lo pensó, tengo mis anillos en mi dedo —le dije mostrándoselos —¿Qué haces aquí? —Se supone que eres mi nueva empleada, si no vengo a verte sería extraño —me contestó restándole importancia a su visita. —¿Visitas a todos tus nuevos empleados? —le pregunté mirándolo fijamente y él asintió. Estuvo unos minutos conmigo y después se fue con su habitual ceño fruncido. Salí y Abigail respiraba aliviada. —¿Estás bien, Abigail? —Sí, señorita Knigth. Es que el señor Knigth me da un poco de miedo —sonreí. —No te preocupes, sí que da mucho miedo. —Espero que todo haya estado bien. Cuando él se acerca a un departamento es porque algo no nada bien. —Es mi primer día, solo vine a saludarme —dije encogiéndome de hombros —. Lo hace siempre con los nuevos empleados ¿no? Ella negó y yo había descubierto la pequeña mentira de Ramsés. No quise pensar en él y me concentré en el trabajo. A la hora del almuerzo me llamó un número desconocido, dudé en contestar, pero al final lo hice. Era la voz de Ramsés. ¡j***r! Yo ni siquiera tenía su número de teléfono. —¿Almorzamos juntos? —¿Crees que sea correcto almorzar con tu empleada en su primer día de trabajo? —pregunté para molestarlo. —Vamos, Bree, que me casé para no comer solo —contestó con voz seria y lo imaginé con el ceño fruncido. —Bueno, pero no vamos a comer aquí. No quiero que empiecen los rumores —suspiró. —Como prefieras, Bree. Caden nos está esperando en la entrada. Nos vemos en el auto —dijo cortando la llamada. De camino a la entrada me encontré con Abigail junto con otras chicas. Ella me presentó y las chicas me saludaron amablemente. Me quedé un rato conversando con ella, cuando mi teléfono sonó interrumpiendo mi charla. Era el número de Ramsés, así que, me disculpé con ella. —Perdón, chicas, mi esposo me está esperando, así que, debo irme —les dije despidiéndome de ellas. —No sabía que era casada, señora Knigth. Perdón por llamarla señorita toda la mañana. —dijo Abigail avergonzada. —No te preocupes —le respondí sonriente —. Es reciente, así que, yo tampoco me acostumbro —dije despidiéndome de ellas. Cuando llegué al auto, Ramsés me esperaba con el ceño más que fruncido. —Te llamé y no me contestaste —me regañó apenas me subí. —Perdón, no reconocí el número —contesté con tono burlón. Él, inmediatamente, me quitó el teléfono de las manos. —¿Cómo que no reconociste mi número? ¿No lo guardaste, cuando te llamé? —negué. —Estaba ocupada. Lo vi teclear en mi teléfono y, segundos después, me lo devolvió. Cuando miré la pantalla había guardado su contacto como “esposo” con varios corazones. Despegué la mirada de la pantalla y lo miré asombrada. —Estos corazones son lo más cursi que he visto en mi vida —me reí a carcajadas. Miré a Caden, quien estaba tratando de contener la risa y él se cruzó de brazos. Estuve molestándolo hasta que llegamos al restaurante. Comimos en silencio, creo que esta era la única vez que yo disfrutaba el silencio. —¿Cómo te fue en tu primera mañana? —Maravilloso —dije sonriente —. Gracias por obligarme a trabajar contigo —él me dedicó su media sonrisa. ¿Alguna vez lo iba a ver sonreír en serio? Esa noche, cuando volvimos a casa, él se sentó en el salón a beber un vaso de Whisky y yo me senté a su lado. Me ofreció de su trago, yo me negué y puso el vaso en mis labios, como en nuestra noche de bodas. Sin querer establecimos eso como una rutina, creo que era nuestra manera de compartir. Los días siguieron pasando y las cosas estaban marchando bastante bien. Fui notando ciertas cosas de él y una de ellas, era que parecía alguien que estaba sufriendo. Pero ¿por qué? Por primera vez, no quise ser imprudente y preguntarle. Aunque me estaba muriendo por hacerlo. —Vamos, Bree, eres joven. Sal para divertirte con tus amigas. Caden te llevará y conducirá para que tú puedas beber —me insistió Ramsés. Pero ellas no eran mis amigas y yo no tenía ganas. Insistió tanto que llamé a las chicas. Fuimos a cenar y por unos tragos después. Carol estuvo toda la noche molestándome con respecto a mi matrimonio. Eso me ponía un poco de mal humor. Pareciera que ella estaba celosa. —¿Por qué te metes tanto con mi matrimonio? Seguro que habrías querido que Hades te pidiera matrimonio a ti. Apuesto que ni siquiera te vio jamás —le dije cruzada de brazos y las otras chicas reían. —No seas absurda, Bree, soy tu amiga y solo intento cuidarte. Seguro que ni siquiera sabes por qué le dicen Hades —respondió ella evidentemente enojada. Cuando me cansé de que hablara sobre Hades y mi matrimonio, me despedí. —Fue un placer, chicas, pero me voy a casa —dije tomando mi bolsa y despidiéndome de todas con la mano. Caden me esperaba afuera, apoyado en el auto. Me miró extrañado, porque de seguro se esperaba que volviéramos a casa al amanecer. Cuando llegué a casa, Ramsés estaba bebiendo su vaso de Whisky rutinario. Me senté a su lado y suspiré frustrada. —¿Y ese suspiro? ¿Todo bien con tus amigas? Te esperaba más tarde. —Todo bien —dije sin más. —¿Quieres un poco? —me preguntó entregándome su vaso. Esta vez lo acepté y me bebí todo el contenido de un solo trago. —¿Puedo preguntarte el porqué de tu apodo? —Estuve esperando que me preguntaras eso todo el tiempo. ¿Te han dicho algo hoy? ¿Qué has escuchado? —negué sin mirarlo. Era la verdad, yo no sabía nada. —Mírame, Bree —dijo con voz seria, pero yo no quería mirarlo. Solo lo podía hacer las veces que lo retaba, sino, era incapaz de sostenerle la mirada. —Si no me miras no te voy a contar nada —suspiré frustrada y lo miré, pero extrañamente, su mirada no me dio miedo. Creí que había sido el efecto de varios cócteles más su Whisky. —Dicen que maté a mi familia para quedarme con todo —dijo sin más. Me quedé en shock, porque esperaba cualquier cosa, menos eso.
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