—¡Genial! Ahora me vas a tener miedo también —dijo enojado, levantándose del sillón para irse de aquel lugar.
—Las personas no te tienen miedo por eso. Te tienen miedo, porque eres un ogro. Siempre estás de mal humor y con el ceño fruncido. No eres amable y vives gritando, a todos —le respondí y enseguida me arrepentí. Él detuvo su andar, pero no se volteó. Creo que estaba pensando qué decirme. Se había quedado sin sus respuestas rápidas —. Claro, ahora te vas a quedar callado —dije cruzándome de brazos. Creía que eso era un reflejo de cuando me enojaba, porque él, sencillamente, no me estaba viendo.
—Te la voy a dejar pasar, porque se nota que bebiste mucho, Bree —me contestó continuando su paso y así sin más se fue.
¡j***r! Qué había sido todo esto. Suspiré frustrada. La mañana siguiente ni siquiera me esperó para irnos juntos.
—Señora Bree, el señor se fue a la oficina muy temprano. Tengo órdenes de llevarla a la oficina —dijo Caden apenas me vio. Yo asentí y subí al auto.
No tuve noticias de Ramsés durante toda la mañana. Tampoco me invitó a comer ese día. Así que, acepté comer con Abigail y las otras chicas. Todas eran realmente buenas personas. Me estaba divirtiendo, cuando vi a Ramsés llegar al comedor de la empresa.
—Hades salió del inframundo —dijo una de las chicas llamada Cloe.
—Creo que es la primera vez que viene a este lugar. Qué raro ¿qué estará haciendo aquí? Dudo siquiera que tuviese conocimiento de este lugar —dijo Abigail.
Lo vi, como buscando a alguien, hasta que se encontró con mi mirada y ahí dejo de buscar. ¿En serio me estaba buscando a mí? Después salió del lugar con esa imponencia que dejaba en cada paso que daba.
—Yo creo que estoy enamorada de él —dijo una de las chicas de la cual no recordaba su nombre.
—¿Cómo puedes estar enamorada de Hades? —preguntó Cloe.
—¿Es que no lo has visto? Es un hombre muy guapo.
—Ni siquiera me he dado cuenta de eso, con el terror que me causa.
Yo me quedé en silencio mientras ellas seguían hablando sobre él. ¿Qué podía decir de él o de la situación? Seguí comiendo en silencio hasta que Abigail y yo nos fuimos a la oficina.
Los días siguientes, fueron exactamente iguales. No me esperó, tampoco comimos juntos. Era evidente que estaba enojado conmigo y por eso me evitaba.
Una mañana, decidí visitarlo en su oficina. Reconocí a una de las chicas con la que había estado almorzando, aquella que había dicho, que estaba enamorada de él. Jamás me hubiese imaginado que era su secretaría. La saludé muy amablemente. A pesar de que no recordaba su nombre.
—Vengo a ver al señor Knigth.
—Ahora no te lo recomiendo, está de muy mal humor estos días —dijo ella con cara de pena.
—Me arriesgaré —le respondí encogiéndome de hombros. Ella levantó el teléfono y me anunció. Segundos después, él salió con cara de preocupado.
—¿Pasó algo, Bree? ¿Estás bien?
—Estoy bien. ¿Podemos hablar?
—Vamos a mi oficina —me contestó con el ceño fruncido. Me despedí de su secretaria, quien me miraba con cara de confundida.
—¿De qué quieres hablar? —me preguntó apenas cerró la puerta.
—Del por qué me estás evitando —dije mirándolo fijamente.
—No te estoy evitando. He estado ocupado. Solo es eso —me crucé de brazos y lo reté con la mirada.
—No mientas, estás enojado por lo del otro día. Se nota que no te gusta que te digan la verdad. Entonces ¿prefieres que te mienta siempre?
—No, Bree, no prefiero que me mientas.
—¿Entonces?
—No sé, vi el terror en tus ojos y no me gustó. Eso fue todo.
—¿Y cómo querías que reaccionara ante eso? Ponte en mi lugar, no es fácil. Además, no te tengo miedo por eso.
—¿Me tienes miedo? ¿Por qué? —preguntó frustrado.
—No lo sé, desde siempre me has dado un poco de miedo. Yo ni siquiera sabía el porqué de tu apodo y ya te tenía miedo —dije encogiéndome de hombros. Lo escuché suspirar con frustración.
—Esto, definitivamente, era lo último que me faltaba.
—Ya te expliqué los motivos por el que todos te tienen miedo. Tal vez, esos sean los míos, no lo sé.
—No entiendo, Bree, no he sido malo contigo.
—¿Te parece poco obligarme a ser tu esposa? —lo miré con el ceño fruncido.
—Eso no es algo malo, Bree, es algo beneficioso para ti —suspiré frustrada.
—En el momento que te des cuenta de que obligar a alguien a hacer algo que no quiere está mal, ahí vas a entender todo.
—No seas dramática, Bree. Te está yendo bien, te gusta tu trabajo y te gusta tu nueva vida —me crucé de brazos.
—Contigo no se puede hablar. No aceptas las cosas jamás. Además, se supone que te casaste para no estar solo, pero definitivamente, lo has estado todos estos días. No quieres comer conmigo, ni siquiera quieres compartir el auto conmigo —dije para molestarlo —él asintió.
—Tienes razón, Bree. No volverá a pasar —su respuesta me tomó por sorpresa, pero también me confundió un poco, así que, para quitar el incómodo momento hice lo que mejor sabía, molestarlo.
—¡Ah! ¿Es que sabes admitir que otro tiene la razón?
—Solo cuando es necesario. ¿Quieres comer conmigo hoy?
—Ya tengo planes —dije sonriente.
—¿Con las chicas con las que te vi el otro día?
—Así es.
—¿Puedo comer con ustedes?
—No creo, las pobres te tienen demasiado miedo, dudo que puedan comer contigo ahí. Además, ¿qué les vamos a decir? “Hoy el jefe decidió comer con nosotras porque sí” —le contesté haciendo comillas con los dedos.
—Les puedes decir que soy tu esposo —me respondió encogiéndose de hombros.
—Ya hablamos de esto, Ramsés.
—Nadie en mi vida me había tenido oculto —dijo negando, con media sonrisa y yo sonreí triunfal.
—Ya era hora de que alguien lo hiciera. Ahora te dejo, tengo que seguir en mi trabajo. Adiós —le dije despidiéndome de él con la mano y dándome la vuelta para salir de su oficina.
Una hora después, recibí un ramo de rosas con una tarjeta que decía “Perdón por ser un idiota estos días. Te invito a cenar esta noche”. Abigail me miró sonriente.
—Ojalá que, cuando me case, mi esposo me envíe flores todo el tiempo.
Yo le dediqué una media sonrisa y me quedé pensativa, cada día que pasaba, él me confundía un poco más. Jamás me iba a creer eso de “me casé para no estar solo”. Pero enamorado de mí no estaba, eso se notaba a kilómetros. ¿Entonces que era todo esto? Terminé suspirando frustrada. Minutos después me llegó un w******p de él.
—Ramsés: Estoy esperando tu respuesta.
—Yo: ¿A qué te refieres? —le respondí con un emoji confundido.
—Ramsés: A la cena de esta noche.
—Yo: ¿Iremos a un McDonald’s otra vez?
—Ramsés: Aunque me encantaría, no. Quiero una cena formal contigo. Algo así, como una cita. ¿Te parece?
¡j***r! Y aquí seguía él, confundiéndome. Dejé el mensaje sin responder y a los minutos me entró una llamada de Ramsés, pero preferí no contestarla. Así que, minutos después, tenía a mi secretaria con voz temblorosa anunciándomelo.
—Señora Knigth, el señor Knigth está aquí para hablar con usted.
—Hazlo pasar, Abigail —segundos después, lo vi entrar. Lo imaginé con el ceño fruncido, pero no, estaba sonriente.
—Te dijo señora esta vez. ¿Le dijiste que estabas casada? —preguntó apenas entró —yo negué para molestarlo.
—Posiblemente se haya confundido —inmediatamente lo vi fruncir el ceño y se me salió una carcajada —. Sí, le dije que estoy casada, pero no le dije con quién, así que, deja de venir tanto o van a sospechar —él me dedicó media sonrisa y asintió.
—Es un gran paso. Y soy el jefe, puedo ir a donde quiera.
—Puedes, pero no lo haces y desde que estoy yo aquí hasta se te ve por el comedor.
—Qué puedo decirte, estoy cambiando. Y aún estoy esperando tu respuesta, Bree.
—Acepto. ¿A qué hora? —le pregunté —¿A dónde iremos?
—A las diez de la noche. Caden estará disponible para llevarte a casa más temprano si así lo deseas. Tienes permiso de irte antes. Quiero llevarte a un buen restaurante, tienes vestidos nuevos en tu armario.
—Creo que te tomaré la palabra y me iré un poco temprano a casa —él asintió y se despidió de mí.
Almorcé con las chicas, pero estuve en silencio, como siempre. Es que comer sola era algo realmente deprimente. En el orfanato jamás comí sola, así que, estaba acostumbrada a la compañía en todas las comidas del día.
Después que resolví todos mis pendientes en el trabajo, me fui a casa un poco temprano. Me di una larga ducha en la tina y escogí un lindo vestido que estaba en mi armario. Me lo probé y me quedaba perfecto. Me preguntaba cómo sabía mi talla.
Dejé mi cabello suelto y le hice unas hondas. Me apliqué un poco de maquillaje y, cuando bajé, encontré a Ramsés sentado en el sillón llenando de besos a Caronte. Realmente era una hermosa escena.
—Hola —dije después de varios minutos observándolos. Caronte corrió hacia mí, pero Ramsés tronó los dedos.
—¡Detente! Vas a arruinar el vestido de Bree —dijo un poco alto. El perro de detuvo en seco y me miró con cara triste.
—No importa, ven aquí, bebé —lo llamé, pero él no se movió. Así que, yo me acerqué a Caronte y lo llené de besos. Después de unos segundos, Ramsés se acercó a mí y tomó mi mano, dándome una vuelta en mí mismo eje.
—Estás hermosa, Bree —dijo dándome un tierno beso en la mejilla. Nos fuimos al restaurante y no podía negarlo, la estábamos pasando excelente. La comida estuvo muy buena y él estuvo maravilloso, hasta que una chica se acercó a nuestra mesa, interrumpiéndonos.
—Hades, hace mucho no te veía. Estabas completamente desaparecido.
—Hola —la saludó él con el ceño fruncido.
—¿Ella es tu nueva conquista? —preguntó mirándome —. Se va a acostar contigo y después no lo vas a volver a ver. Yo que tú me voy ahora mismo y evito malos momentos.
—Podrías, por favor, irte. Estás arruinando la cena con mi esposa —dijo rápidamente. La boca de la chica se abrió ligeramente, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
—¿Eres su esposa? —preguntó mirándome.
—¿Puedes irte, por favor? —le pregunté con el ceño fruncido. Ella asintió y se fue. Eso, definitivamente, había arruinado el lindo momento. El resto de la noche la pasé con el ceño fruncido.
—Perdón, Bree —me repetía todo el tiempo.
—¿Cuánto más de esto crees que pasará? —inmediatamente lo vi avergonzarse.
—Tuve una época de mi vida en la que estuve un poco descontrolado, Bree, pero eso ya quedó en el pasado. Te juro que te soy fiel.
—Si quieres acostarte con todas las mujeres del mundo, puedes hacerlo, a mí no me importa, total, este matrimonio no es real. Pero solo pido que no se me acerquen, porque esto me pone de mal humor.
—Este matrimonio es muy real, Bree. No digas esas cosas —dijo frunciendo el ceño. Suspiré.
—Quiero ir a casa.