CAPÍTULO 5

1640 Words
—Vamos, Bree, no te enojes por eso —me suplicó con la mirada. —Voy al tocador —le dije, para pensar un rato. Creía que los baños de chicas te hacían pensar en muchas cosas, porque él tenía razón, no tenía que enojarme por eso. Después de unos minutos, salí sonriente. —Creo que me cambiaron a mi Bree —dijo con media sonrisa apenas me vio. —Tienes razón —dije con una sonrisa nerviosa. —¿A qué te refieres? —A que no tengo por qué enojarme. —Si tienes por qué enojarte, Bree. Si este caso hubiese sido al revés, te juro que nada hubiese quedado de este restaurante —me respondió mirándome fijamente. Su respuesta me tomó por sorpresa. Me sentí bastante incómoda. Se suponía que estábamos casados, pero no teníamos por qué ser fieles el uno con el otro. No teníamos una relación sentimental. Esto era solo un papel. —Sigo queriendo ir a casa —dije después de unos segundos de silencio. —Te entiendo. ¿Quieres caminar un poco? —¿Te parece que puedo caminar con estos tacones? —le pregunté señalando mis pies y él sonrió. —Vayamos a casa entonces. Después de pagar la cuenta, se levantó y abrió mi silla. Luego me dio la mano y salimos del restaurante tomados de nuestras manos. Pasamos por la mesa en donde estaba la mujer que nos había interrumpido minutos antes y nos miró con cara de sorpresa. Su rostro decía “no lo puedo creer” y a mí me dio curiosidad de saber qué tanto había hecho Hades, para que nadie pudiera creer que estuviese cenando con una mujer. En el camino a casa, él estuvo conversador. Yo, por mi parte, estaba en silencio organizando mis ideas. Cuando llegamos a casa, Caronte nos saludó y lo llené de besos. —¿Te sientas conmigo a beber una copa? —me preguntó abriéndose paso hacia el salón. —La pregunta tiene que ser ¿te sientas conmigo a verme tomar una copa? —dije riendo. Él se sirvió un vaso de whisky y yo me senté a su lado. —¿Puedes servirme uno? —él negó. —Puedes beber del mío —dijo con media sonrisa. —¿Por qué? —le pregunté confundida. —Me gusta compartir este momento contigo —asentí y él puso el vaso en mis labios. Di un trago a la bebida y él sonrió —. Bien, ahora podemos hablar de lo que sucedió hoy. —Pensé que ya habíamos hablado. —No —dijo mirándome fijamente. —¿Qué quieres hablar sobre eso? —Quiero saber ¿por qué te pusiste celosa? —No estaba celosa —respondí casi riendo. —Lo estabas, Bree. Debo confesar que me gustó un poquito. —No estaba celosa, Ramsés. Es que, es exasperante no saber nada de ti. Cada persona que conozco tiene una historia mala sobre ti y yo no te veo de esa manera. Me enoja no saber nada sobre Ramsés Knigth —dije suspirando. —Tienes razón, Bree. ¿Qué quieres saber? —Todo —dije mirándolo —él lo pensó unos segundos y asintió. —Fui un patán. Tengo una lista larga de mujeres con las que disculparme. Estuve descontrolado una temporada. No cambié eso, porque me casé contigo. Lo cambié unos meses antes. —¿Por qué decidiste cambiarlo? —pregunté quitando mis tacones. El dio un par de palmaditas en sus piernas para que yo subiera mis pies y lo hice. Inmediatamente los masajeo y yo literalmente gemí. —Porque eso no era lo que quería en mi vida. Eso no me llenaba. —¿Y qué querías en tu vida? —Una esposa, una familia. Llegar a casa y no estar solo. Tener con quien compartir cada día de mi vida. —¿Y por qué yo? —Ya te lo expliqué, Bree —era un caso perdido, él no me iba a decir el porqué de nuestro matrimonio, así que, suspiré abatida. —¿Me vas a contar lo de tu familia? —Preferiría que no. Pero ¿qué quieres saber? —Todo —respondí mirándolo. —Mi familia y yo habíamos tenido una horrible discusión en un restaurante, todos presenciaron esa discusión. Esa noche, su auto se volteó, incendiándose en aquel lugar y ellos murieron. Gracias a esa discusión todos creen que yo provoqué ese accidente. Pero no es así. Yo ni siquiera estaba cerca y los resultados arrojaron que el incendio fue por un cortocircuito —dijo con la mirada perdida y un poco triste, no sabía cómo describirlo. No supe qué decirle. Sentí un poco de pena por él, me dieron ganas de abrázalo y consolarlo, pero eso sería extraño. Me quedé en silencio, mientas él continuaba masajeando mis pies. —Deberías buscar a tu familia, Bree. Si tienes una ,debes apreciarla. —Las cosas son diferentes para mí, Ramsés y lo sabes. Posiblemente sí, hay personas con mi misma sangre, pero ellos no son mi familia. Esas personas me abandonaron en un orfanato. Una familia no te hace eso. —Sigo pensando lo mismo, Bree. Deberíamos buscarlos, deberías apegarte a ellos y así no estar tan sola. De seguro tienen una razón. —No —dije cruzándome de brazos —. Y no quiero tocar más ese tema. —Como quieras, Bree —frunció el ceño. —¿Cuándo iremos a la playa? —dije rápidamente para cambiar el tema. Él me miró confundido —. Cuándo me pediste matrimonio, me dijiste que querías una esposa para poder ir a la playa. —Lo sé, estuve un poco ocupado, pero podemos ir mañana, aprovechando que es sábado. Claro, solo si te apetece —asentí —¿Hay algo más que quieras preguntar? —Por ahora no, pero es una pregunta que voy a dejar abierta ¿ok? —Está bien —dijo sin expresión alguna. Después de un rato, me despedí de él, porque me había dado mucho sueño. Él se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. —Hasta mañana, Bree. Caronte me siguió y, esta vez, él no lo detuvo. Se acostó en la alfombra, a los pies de la cama y ahí se quedó. Me cambié de ropa y me quedé completamente dormida. —Bree, levántate —dijo Ramsés dándome toquecitos en la espalda. —No quiero —respondí sin abrir los ojos. —Dijiste que querías ir a la playa hoy, así que, vamos. —Pero tengo mucho sueño. ¿Qué hora es? —Son las seis de la mañana. —¿Estás loco? ¿Qué vamos a hacer en la playa a las seis de la mañana? —A esta hora están las mejores olas. Vamos o te saco cargada de la cama. —Está bien —dije levantándome. Él ya sabía cuánto odiaba que hiciera eso, así que, lo usaba en mi contra. Me levanté medio dormida y pisé a Caronte. Abrí mis ojos inmediatamente y me senté en el suelo a acariciarlo —. ¡Perdón, bebé! Estaba dormida. —¿Qué hace Caronte aquí? Tiene prohibido entrar a las habitaciones. —Es mi habitación y yo lo dejé entrar —le contesté sacándole la lengua. Él negó y se dio la vuelta para irse. —En quince minutos te espero abajo. Yo asentí y me levanté del suelo. Caronte salió detrás de él. Me di una ducha rápida para poder despertarme, me puse un traje de baño, un pantalón de short y un sweater encima. Cuando salí, él y Caronte me esperaban en el primer piso. Ramsés estaba con un traje de surfear puesto de la cintura para abajo. ¡j***r! Que esas no eran horas para ver semejantes cosas. Entramos por una puerta al estacionamiento y él encendió la alarma de un Jeep descapotable. Caden nos estaba esperando. Vestía ropa informal y era muy extraño verlo así. Caronte subió atrás, como si supiera qué hacer. Cada día me sorprendía más su inteligencia. —¿No te vas a morir del frío así? —le pregunté apenas salimos del estacionamiento. —¿Así como, Bree? —Sin nada arriba. —Deja de mirarme —me respondió con media sonrisa, cosa que me hizo sonrojar. En el camino a la playa hacía muchísimo frio, pero él estaba como si nada ¡j***r! Que en serio este hombre no parecía humano. Nos tomó una eterna hora de camino hasta llegar a la playa que él quería. Insistía en que tenía que ser una en específico, en donde había buenas olas. —¿La próxima vez podemos venir en un auto cerrado? —pregunté de mal humor. —No seas aguafiestas, mira cómo disfruta Caronte. —El pobre no tiene de otra —dije negando. Cuando llegamos, era una playa solitaria. Él instaló el lugar donde Caronte y yo estaríamos y tomó su tabla de Surf. Caden se quedó en el auto, dijo que no le gustaba la playa. Así que, nos fuimos los tres. —Caronte, cuida a Bree —le ordenó mirándolo fijamente. ¡j***r! Sé que el perro era inteligente, pero no para tanto. Lo vi surfear olas enormes. Caronte y yo jugamos a la pelota, corrimos por todo el lugar y, finalmente, tomamos el sol juntos. No se separó de mí ni un solo segundo, como si hubiese entendido las órdenes de Ramsés. Horas después, el surfista salió eufórico del agua. —¿Viste esas olas, Bree? —me preguntó con una enorme sonrisa. Era la primera vez que yo veía su sonrisa y ¡j***r! ¡que era la puta sonrisa más hermosa del mundo entero! Me obligué a sacarme su sonrisa de mi cabeza. “Qué carajos te está pasando, Bree”, me regañé mentalmente.
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