—Vamos al agua, Bree —decía emocionado con esa enorme sonrisa. Me negué a ir al agua, porque yo no sabía a nadar y tampoco tenía ganas de aprender. Él y Caronte se metieron en el mar y yo los observaba, mientras ellos jugaban.
—¿Me aplicas protector solar, por favor? —me preguntó un rato después, cuando salieron los dos del agua. Yo asentí y él se sentó en la arena. Creo que después de mirar esa hermosa sonrisa, que yo lo tocara no iba a ser bueno, no para mí. “¡j***r, Bree! ¿Qué carajos te está pasando? Tú no eres como las otras chicas que caen rendidas a sus pies”, me regañaba mentalmente.
—¿Estás bien? Estás muy callada.
—Estoy bien, solo estoy relajada, el sonido del mar me relaja —respondí mintiendo. Él asintió.
—También me pasa. ¿Quieres comer algo? Preparé unos sándwiches para el desayuno.
—¿Tú los preparaste? —él se encogió de hombros.
—Bueno, Olive lo hizo, pero yo la supervisé —dijo riendo.
—Ya me parecía —respondí uniéndome a su risa.
Fue al auto y trajo una enorme sesta que yo no había visto. Armó todo y acarició a Caronte
—También hay para ti, no te desesperes —dijo sacando un plato de metal y sirviéndole croquetas. Me tendió un sándwich y al primer mordisco me sentí un poco rara.
—¿Qué tienen? —pregunté mirándolo
—Mantequilla de maní y mermelada.
—¿Mermelada de fresa? —pregunté alarmada. Él asintió.
—Mi favorita.
—¡j***r! —dije levantándome inmediatamente y buscando mi bolsa.
—¿Qué pasa, Bree?
—¡Mi bolsa! ¿Dónde está mi bolsa?
—Creo que la dejaste en el auto. ¿Por qué?
—Soy alérgica a las fresas, necesito mi bolsa —balbuceé con la lengua un poco dormida.
Él salió corriendo al auto y minutos después, que para mí fueron años, volvió con mi bolsa. Vació todo el contenido en la manta que teníamos en la arena y rebuscó en mis cosas, hasta que tomó el tubito de la inyección de epinefrina.
—¿Es esto, Bree? —preguntó con cara de pánico. Para ese punto, yo ya no podía hablar y me costaba respirar, pero asentí con la cabeza. Inmediatamente, la clavó en mi pierna y yo me tiré en la arena esperando que mis vías respiratorias se abrieran por completo. Él me tomó en sus brazos y me abrazó —. Todo estará bien, Bree —me repetía. Minutos después, cuando ya estuve mejor, le hablé.
—Tomaste mi alergia como excusa para toquetearme —le dije para molestarlo. Él suspiró aliviado y me puso en frente de él, pegando su frente con la mía.
—Me alegra que ya estés bien, estaba aterrado —y eso había sido lo más íntimo que, hasta ahora, había experimentado con él. Extrañamente no me sentí incomoda. Estuvimos así unos segundos, hasta que yo me separé de él. Esto realmente era demasiado para mí.
—¿Te sientes bien? ¿Quieres que vayamos a casa? —me preguntó.
—Estoy bien, no te preocupes. ¿Nos podemos quedar otro rato? —pregunté sin mirarlo. La verdad, es que no estaba preparada para estar una hora en el auto con él. Asintió.
—Nos podemos quedar todo el día si quieres, Bree —Caronte se acercó a mí, como si notara que algo no andaba bien y no se despegó de mí aun, cuando Ramsés lo llamó para jugar a la pelota.
—Vaya, alguien se tomó en serio la orden de cuidar a Bree —dijo sonriente, acariciando a Caronte —. Así es muchacho, hay que cuidar a nuestra chica —estuvimos un par de horas más en la playa hasta que me dio hambre.
—Vamos a un restaurante que hay a unos veinte minutos de aquí, solo tengo sándwiches con mermelada —dijo encogiéndose de hombros.
Llegamos al restaurante y los tres nos bajamos. Todos lo saludaron con una sonrisa y él a ellos. ¿En serio era amable con estas personas? ¡j***r! Que cada día me sorprendía más.
Yo comí en silencio, como siempre, mientras él intentaba sacarme conversación. ¿Cuándo iba a entender que yo comía en silencio? Después de comer fuimos a casa. Me di una ducha y me acosté a dormir. Cuando me desperté era de noche. Había dormido demasiado. Me lavé los dientes y bajé la escalera, pero no encontré a Ramsés. Me topé con Olive en la cocina, quien me saludó con un abrazo. Nos quedamos conversando un rato, mientras ella preparaba la cena.
—¿Qué tal les fue en la playa? Me dijo el señor lo que pasó, así que, tengo órdenes de desaparecer de la casa todo lo que contenga fresas —me dijo mirándome. “¿Qué? ¿En serio le había pedido eso?”, pensé.
—No es necesario, Olive, sé lo que puedo comer y lo que no —dije negando.
—Es para que no ocurra ningún error, señora Bree. Cambiamos las mermeladas por las de arándano, al señor también le gustan, así que, no hay ningún problema.
Estaba distraída hablando con Olive, cuando Ramsés entró en la cocina.
—Bree, al fin te levantaste. ¿Puedes venir a mi despacho, por favor? —asentí despidiéndome de Olive y lo seguí. Él me entregó un papel y yo lo tomé confundida.
—Son los datos del doctor de nuestra familia. Me encantaría que fueras y te hicieras todos los análisis posibles —asentí, ya que, la salud siempre había sido muy cara para mí. Era un lujo que, por muchos años, no me permití, así que, le iba a tomar la palabra.
—Si eres alérgica a algo más, quiero saberlo. Lo que pasó hoy no puede volver a repetirse, Bree.
—Tienes razón, a veces lo olvido, es por eso, que no lo sabías. Pero siempre tengo la epinefrina conmigo.
—¿Me estás dando la razón así nada más? —dijo con media sonrisa.
—No te acostumbres —le contesté riendo —. Por cierto, ¿dónde está Caronte? Lo busqué y no lo encontré.
—Está dormido. Cuando llegamos le di una ducha y se quedó dormido, creo que en eso se parece a ti. ¿Hay algo en específico que quieras hacer esta noche? Es sábado y podríamos hacer lo que quieras.
—¿Podemos ir a un parque a dar un paseo con Caronte?
—Me parece bien, después de comer podemos ir. Por cierto, tienes cita el lunes con nuestro doctor, no faltes —dijo sin mirarme.
Aunque me enojaba un poco que hubiese pedido la cita sin consultarme primero, lo acepté, porque, simplemente, se estaba preocupando por mí.
Caminamos tomados de la mano todo el tiempo. Él llevaba a Caronte atado, el perro era muy dulce, pero inspiraba un poco de miedo. Nos detuvimos a comer un helado y seguimos en nuestro paseo, hasta que un par de chicas lo saludaron y me miraron extraño.
—Déjame adivinar… Te acostaste con ellas —suspiré.
—Bree, no te enojes, eso quedó en el pasado.
—¿Hay alguna mujer con la que no te hayas acostado? —él se quedó pensando unos segundos y, cuando iba a responder, yo lo callé —¿Sabes qué? No quiero saberlo —dije caminando adelante. Caronte se soltó de su mano y fue detrás de mí. Tomé su correa y continué todo el paseo con él, mientras Ramsés iba atrás de nosotros, como perrito regañado.
—Vamos, Bree. Sé que esto no es una tontería, pero ya lo hablamos. Dijiste que solo te enojabas, porque no sabías qué esperar y yo te lo conté todo —me detuve con malicia.
—Quiero una lista —él me miró confundido.
—¿Qué? ¿Cómo que una lista, Bree?
—Quiero una lista de cada mujer con la que te hayas acostado —le respondí cruzada de brazos. En realidad, lo hacía para molestarlo, sabía que jamás me haría una lista, pero él asintió.
—Te la haré, vamos a casa —me contestó tomando mi mano. Cuando llegamos a casa entró a su oficina —. Ve por vino, Bree. Te espero en el salón —asentí y fui por una botella y un par de copas. Cuando volví, él estaba cruzado de piernas con el cuaderno encima de ellas —. En cuanto al orden, solo recuerdo a la primera —dijo escribiendo un nombre —. Anne fue mi primera novia. También fue mi primera vez. Era muy joven, tenía como quince años, no lo recuerdo con exactitud, ella era hija de unos amigos de mis padres y todos querían que estuviéramos juntos. Creo que fue más por presión social —dijo encogiéndose de hombros —. La mujer del restaurante se llama Brianne, las cosas con ella se complicaron un poco, porque después de una noche, ella quería más y yo no —dijo poniendo un asterisco en su nombre —. Las chicas del parque son Chelsea y Debra, estuve con las dos al mismo tiempo. No me siento orgulloso de eso —contestó poniéndoles un asterisco a cada una. Y así continuó escribiendo nombres. Nos bebimos cuatro botellas de vino. La lista, era una enorme lista de cuatro hojas por ambos lados. ¡j***r! ¿Cómo era posible esto? ¿Cómo alguien podía tener tanto sexo? Habían alrededor de unas doscientas mujeres. ¡Carajos! Eran más de lo que me podía imaginar.
—¿Es suficiente para ti? —asentí.
—Al menos sé nombres y ya sé qué esperarme —dije suspirando. Él me miró fijamente y puso su mano en mi pierna.
—Bree, te juro que no he vuelto a mirar a otra mujer desde mucho antes de casarnos.
—No tienes por qué hacerlo, no tienes por qué guardarme fidelidad. Este matrimonio no es real —dije quitando su mano de mi pierna. Él frunció el ceño.
—No vamos a discutir por eso, si lo que quieres es estar enojada, porque estás celosa, puedes hacerlo. Pero no pongas como excusa que nuestro matrimonio es falso, Bree.
—¡Que no estoy celosa! —le respondí cruzándome de brazos.
—¿Cuándo vas a admitir que sí lo estás? —dijo sonriendo.
—Cuando sea cierto lo voy a admitir. Mientras tanto no.
—Ven aquí —me atrajo hacia él y me abrazó.
—¿Dónde está el Hades con el que me casé? Ese que se tensaba con un abrazo —traté de molestarlo. Lo vi fruncir el ceño.
—No me digas Hades. Tú no, Bree.
—¿Por qué yo no puedo hacerlo, si todos te llaman así?
—Porque tú no eres todos.
—Está bien, Ramsés —volteé los ojos. en ese momento, Caronte se acercó a mí —. Ven bebé, sube y recibe abrazos también —toqué el sillón para que subiera. Una vez arriba nos llenó de lengüetazos a los dos. Él me miró sonriente.
—Estás malcriando mucho al gigantón.
La mañana siguiente, ambos nos levantamos tarde. Esas botellas de vino, definitivamente, estaban pasando factura. Yo no me quise levantar de la cama en todo el día, hasta que sentí toquecitos en mi puerta
—Bree, ¿estás bien? Estoy preocupado por ti. ¿Puedo pasar?
—Puedes pasar y estoy bien. Solo tengo una resaca del carajo.
—¿Qué te he dicho de las malas palabras, Bree? —volteé los ojos y negué.
—Solo estamos los dos y tienes que quererme así, grosera —dije riendo y él suspiró.
—¿Quieres ver una película? Estoy un poco aburrido.
—Sí quiero, pero no me quiero levantar.
—¿Quieres que te cargue? —preguntó con media sonrisa, un poco malévola.
—Ni se te ocurra.
—Entonces, levántate. Le voy a decir a Olive que prepare palomitas de maíz. Te espero en el salón de películas en diez minutos.
—¿Puedes dejar de dar órdenes hasta cuándo vamos a ver una película? —me crucé de brazos y él sonrió.
—No es una orden, es una amenaza, si no, vengo por ti —después se dio la vuelta y salió de mi habitación.
La mañana siguiente, fuimos juntos al trabajo. Yo dejé todo organizado para poder ir a mi cita con el doctor. Pero, cuando llegué al consultorio, estaba un poco nerviosa. El doctor me saludó sonriente.
—Mucho gusto, Bree. Al fin conozco a la esposa de Ramsés. Tengo órdenes de hacerte todos los estudios posibles, así que, empieza llenando este formulario y así iremos descartando algunos antecedentes.
¡j***r! La mayoría de las preguntas del formulario decían “¿hay antecedentes de equis cosa en su familia?”, pero ¿cómo iba a saber eso? Suspiré frustrada, después de la pregunta número diez, la cual también preguntabas sobre cosas relacionadas a mi familia.
—¿Todo bien, Bree? —preguntó el doctor, cuándo me vio suspirar.
—No, hay al menos como diez preguntas que no puedo responder —le entregué el formulario —. Soy huérfana —me miró un poco avergonzado y asintió.
—No te preocupes, tú llena las otras partes y con el resto haremos estudios.
Asentí y una vez lleno el formulario me sacaron sangre e hicieron otros estudios que yo no tenía ni idea de para qué eran. Una hora después, cuando salí del consultorio, me encontré con Christopher, quien se acercó a mí y me abrazó.
—¡Bree! ¡¿Dónde has estado?! Te he estado llamando y buscando en todas partes. Es como si la tierra te hubiese tragado. ¡Me tenías tan preocupado! —me abrazó fuerte. Me quedé fundida en su abrazo, aspirando su perfume.
Había estado enamorada de Christopher, prácticamente, desde el primer día en que lo conocí, hace dos años. Hace unos meses habíamos empezado a salir, pero él tuvo que marcharse de la ciudad, porque su madre estaba enferma. ¡j***r! ¡Lo había extrañado tanto! No quería separarme de él nunca más. ¡Lo extrañaba muchísimo!