Cuando entré a mi habitación, Caronte aún dormía en mi cama. Necesitaba un abrazo, así que, me acosté a su lado y lo abracé. Él lamió mi cara, como si supiera que estaba por derrumbarme de lo triste que me sentía. Veinte minutos después, Ramsés tocó mi puerta. No quería seguir hablando con él, así que, me hice la dormida. Después de llamar varias veces y no obtener una respuesta de mi parte, entró a la habitación. Lo escuché refunfuñar, porque Caronte estaba arriba de mi cama.
—Caronte, bájate ahora mismo de la cama. No tienes permiso de estar ahí —le dijo muy bajo, como para que yo no me despertara. Pero Caronte no le obedeció, así que, tronó los dedos y lo hizo bajar. Maldije por ello. Tener a Caronte cerca me hacía sentir un poco mejor. Después me arropó y me besó la frente. Y eso, definitivamente, me había tomado por sorpresa.
La mañana siguiente, yo estaba realmente triste. Hasta Abigail lo notó. Me preguntó varias veces si estaba bien y yo solo asentía. Me llené de trabajo para poder distraerme un poco, pero cada tanto lloraba un poco. Ramsés me invitó a comer, pero rechacé su invitación diciendo que comería con las chicas de la oficina, él solo asintió. Realmente, no comí con nadie, me quedé encerrada y sola en mi oficina. Durante el almuerzo, Ramsés entró a mi oficina cruzado de brazos.
—Me mentiste, Bree, dijiste que ibas a comer con las chicas de la oficina y te fui a ver, y no estabas. Abigail me dijo que no quisiste salir de tu oficina.
—No tenía hambre, Ramsés, eso es todo.
—¿Qué está pasando, Bree? Sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea —dijo un poco preocupado.
—Estoy teniendo un mal día, eso es todo.
—¿Ayer también? —asentí.
—Ayer también tuve un mal día, Ramsés.
—Puedes irte a casa y tener los días libres que quieras, Bree. Si te sientes presionada puedes hacerlo.
—No te preocupes.
—¿Cómo no me voy a preocupar, Bree? Estás rarísima y no sé qué te está pasando —dijo frustrado.
—Estoy bien, Ramsés —suspiré y él me suplicó con la mirada.
—Bree, por favor.
—Que estoy bien, no seas pesado.
—Ok, no te voy a molestar más con eso. ¿Quieres tener una cita hoy? —negué.
—No estoy de ánimos, Ramsés.
—Ves que sí te pasa algo.
—No necesariamente me tiene que pasar algo para no querer salir. Podemos salir el fin de semana, si quieres.
—Como prefieras, Bree —dijo saliendo de mi oficina.
Minutos después recibí un pedido de almuerzo, pero yo no había pedido nada, así que, supuse que había sido Ramsés. Le envié un mensaje y le agradecí por ello. Apenas si toqué la comida. Cuando estábamos volviendo a casa, me llegó un w******p, era de Christopher:
—Hoy es mi primer día sin ti. Me siento destrozado.
¡j***r! Quise llorar al instante, miré hacia la ventana e hice un esfuerzo sobrehumano para no llorar delante de Ramsés. Cuando llegamos a casa, fui la primera en bajarme. Lo hice a toda prisa y me encerré en mi habitación a llorar.
Los días siguientes estuve tan triste que, literalmente, me arrastraba por todos lados. Los mensajes de Christopher continuaron todas las noches, eso hacía que durmiera muy poco. Así que, no estaba del mejor humor del mundo.
Estaba distraída en mi computadora, cuando Ramsés entró a mi oficina. Desde que le había dicho, que Abigail sabía sobre nuestro matrimonio, no se anunciaba jamás, simplemente entraba.
—Estos días he respetado tu decisión de querer estar sola todo el tiempo, Bree. No me has acompañado a comer ni una sola vez y ni siquiera me acompañas a tomar un trago en el salón.
—Deberías dejar de beber tanto, Ramsés —le dije rápidamente.
—No estamos hablando de eso, Bree. Te he tenido mucha paciencia, pero hoy almuerzas conmigo quieras o no.
—¿Puedes dejar de obligarme a hacer las cosas? ¿Puedes siquiera pedírmelo? —lo regañé con el ceño fruncido y él suspiró frustrado.
—No me vengas con esto, Bree, llevo días pidiéndotelo y te niegas.
—No has pensado que, tal vez, cuando una persona te dice que no, ¿es porque no quiere y no tienes que obligarla?
—Me importa nada, Bree. Toma tus cosas, porque vienes conmigo. Si no es por las buenas, será por las malas —me contestó enojado.
Furiosa, tomé mis cosas y salí de la oficina. Él me siguió y tomó mi mano, pero yo la aparté inmediatamente. Abigail me miró con cara de no poder creerlo. Subí al auto cruzada de brazos. Ramsés iba a hablar, cuando yo lo callé.
—No me hables —dije mirando a la calle.
—Hoy estás imposible, Bree, ¡imposible! —pero yo lo reté con la mirada.
—¡Que no me hables!
Él negó con la cabeza y se quedó en silencio. Bajamos al restaurante y seguí cruzada de brazos. Él, como siempre, se robó todas las miradas. Hasta la mesera lo miraba con ojos de amor. Por mí, podían quedárselo todas las mujeres del mundo, yo solo quería a mi Christopher. Después de pedir por los dos, la mesera se fue y él tomó mi mano.
—No sé qué hice para que estés así conmigo. Pero espero que pronto te sientas cómoda y me lo digas para yo poder mejorarlo.
—No me gusta que me obligues a hacer cosas que no quiero —le contesté mirándolo fijamente.
—Lo sé, pero si no te obligaba, no hubiese podido darte la sorpresa que te tenía preparada —me respondió con media sonrisa. Lo miré confundida y él me sonrió.
—Sé que no tuvimos una luna de miel, así que, hoy mismo te lo compensaré. Nos iremos a Paris por dos semanas —me quedé en silencio. ¿Cómo sabía lo de París? Y así nada más, como si me leyera la mente, miró hacia otro lado.
—Hablé con tu amiga Carol. Ella me lo contó —y sabía que Carol lo había hecho con malicia, porque yo quería ir a Paris, pero con Christopher. Ella lo sabía perfectamente.
—¿Qué te dije de Carol? —me crucé de brazos otra vez. Tenía que seguir con mi farsa de los celos.
—Sí, Bree, sé lo que me dijiste, pero si tú no hablabas conmigo ¿qué iba a hacer? Opté por una medida desesperada.
—Tienes razón, pero que no vuelva a pasar —le contesté seria y él asintió con media sonrisa.
—Entonces ¿si quieres ir a Paris conmigo?
—¿Tengo de otra? —le pregunté con una ceja levantada.
—Te va a encantar, Bree. Paris era la ciudad favorita de mi madre. La última vez que pisé Francia fue con toda mi familia. A mamá le encantaban esas vacaciones en familia. Después de que murieron, no quise ir más —y eso último lo dijo con la voz un poco rota. Su respuesta, definitivamente, me tomó por sorpresa. Por lo visto, todas sus respuestas lo hacían. Sentí deseos de abrazarlo.
—¿Por qué no quisiste ir más?
—No le vi sentido a ir sin mi familia.
—¿Y a ahora por qué quieres ir conmigo?
—Porque tú eres mi esposa, Bree. Eres mi familia.
—No quiero que te sientas presionado a ir solo porque yo quiero.
—No, no —dijo negando con la cabeza —. Para mí, mamá está en cada rincón de Paris, así que, llevarte sería como presentártela —me levanté de la silla y lo abracé muy fuerte.
—Me encantaría ir contigo —dije dedicándole una sonrisa.
—Extrañaba esto.
—¿Qué? —pregunté confundida.
—Tú, sonriendo, Bree.
—Yo no sé por qué todos te temen si eres un osito cariñosito —le dije inmediatamente para cortar el extraño momento.
—Soy el jefe, tengo que dar una fachada de malo —rio.
Comimos en silencio y, extrañamente, esta vez lo respetó. Después de comer dimos un paseo tomados de la mano. Él me lo había pedido, lo había tratado un poco mal todos estos días, así que, quise complacerlo.
—Te veo sonreír, pero tus ojos siguen tristes, Bree —suspiró. Él tenía razón, yo seguía triste.
—Tienes razón, estoy triste. Pero no te preocupes, ya se me pasará.
—Gracias por contármelo, eres importante para mí y me encantaría que pudieses confiar en mí.
Cuando aterrizamos en París yo estaba con los sentimientos un poco alborotados. Cada tanto lloraba, porque el lugar era hermoso y porque extrañaba a Christopher. Le decía a Ramsés que lloraba por la emoción. Sabía que no se tragaba el cuento, pero elegía creerlo. Nos hospedamos en el hotel Lutetia y debía reconocer que, más que un hotel, parecía un castillo.
Una tarde, mientras paseábamos tomados de la mano, él se detuvo y se quedó embelesado observando a una pequeña niña de aproximadamente cinco años. Ligeramente entré en pánico. ¿Y si él quería hijos y me obligaba? Eso me asustó demasiado, jamás lo había pensado.
—Cuando Rachel llegó a casa, después del hospital, inmediatamente me enamoré de ella. Papá me encargó protegerla y le fallé, Bree. Rachel murió con ellos, cuando tenía cinco años. Le fallé a ellos y le fallé a mi pequeña hermanita.
Un nudo se formó en mi garganta, estaba al borde del llanto por sus palabras. Ni siquiera sabía que tenía una hermanita y menos que había muerto. Siempre pensé que él había sido hijo único.