Obra Registrada bajo derechos de autor con el Nro. 2112140032693. Todos los derechos reservados por Safe Creative.
Mientras espero en la fila para recibir mi título, puesto hoy me estaba graduando en negocios internacionales, alguien toca mi hombro. Cuando volteo, me encuentro con Ramsés Knigth o Hades, como todos lo conocen.
Habían pasado muchos años desde la última vez que lo había visto y justo hoy se apareció en mi graduación con un enorme ramo de rosas. Se acercó a mí y me saludó con el ceño fruncido, como siempre.
—Hola, Bree, felicitaciones. Estoy orgulloso de ti —dijo entregándome el ramo. Nerviosa, rompí el contacto visual y miré a los lados. Mis compañeras lo miraban embelesadas y eso señores, es el efecto que Ramsés causaba en las mujeres. Pero en mí no, nunca lo hizo.
—Hola, gracias —respondí después de unos segundos —. ¿Qué haces aquí? —pregunté inmediatamente.
—He venido a tu graduación. Tuve que auto invitarme, ya que no recibí invitación de tu parte.
—¿Y cómo esperabas recibirla? Si hace años no te veo —respondí con el ceño fruncido. Él me miró serio y asintió.
—Lo sé y lo merezco. Cuando termine el acto tú y yo tenemos que hablar. Voy a estar entre los invitados esperándote —dijo dándose la vuelta. Cuando estuvo un poco alejado, las chicas me interrogaron.
—¿De dónde conoces a Hades? ¿Por qué no sabíamos nada? ¿Eres una de sus conquistas, verdad? El tipo tiene millones, Bree, no queremos eso para ti.
—No soy una de sus conquistas y no tengo nada con él, como escucharon, tenía años sin verlo —les respondí frunciendo el ceño —. Y ya no hablemos de eso —traté de restarle importancia.
Cuando me tocó subir al podio para dar unas palabras, puesto que fui el primer mejor promedio, lo vi levantarse de inmediato para aplaudirme. Eso me pareció totalmente extraño. Una vez terminado el acto, me quedé con las chicas conversando un rato. Nunca fuimos amigas, pero nos llevábamos bien.
—Vamos, Bree —dijo alguien tomando mi mano y alejándome de ellas. Yo me solté de su agarre enojada.
—¡No vuelvas hacer eso otra vez! ¿entendido? —lo regañé con el ceño fruncido. Él asintió y se disculpó.
—Perdón, Bree, es la costumbre —asentí y me despedí de las chicas con abrazos.
—Ahora sí podemos irnos —le contesté acercándome a él. Cuando subimos a su auto, Caden, su guardaespaldas, me saludó sonriente —. ¿A dónde vamos? —pregunté mirando a Ramsés, después de unos segundos de silencio.
—A un restaurante, tengo una reserva para celebrar tu graduación. Estoy muy orgulloso de ti.
Asentí y me quedé en silencio, mientras veía por la ventanilla del auto. Llegamos al restaurante en donde yo había trabajado tiempo atrás y eso me pareció extraño. No entendía por qué me había llevado a ese lugar.
—¿Qué hacemos aquí? —le pregunté casi de inmediato.
—Aquí nos conocimos —me respondió encogiéndose de hombros. Nos sentamos en la mesa y él pidió por los dos. Después de pedir nuestra comida, me miró fijamente —. ¿Recuerdas que te dije que algún día necesitaría algo de ti? —yo asentí —. Pues, quiero que te cases conmigo. Quiero una esposa y no hay nadie mejor que tú. Gozarás de todos los beneficios que conlleva ser la señora Knigth. Nos casaremos sin un contrato prenupcial y no nos divorciaremos nunca. No creo en el divorcio —dijo mirándome fijamente. Y yo… yo quise creer que era una broma, pero él estaba serio. Me quedé en silencio, sin saber qué decir, sin saber qué pensar. Así que, solté lo primero que se me ocurrió.
—¿Cómo que quieres casarte, Ramsés? Eso no se decide así nada más, porque quieras estar casado y ya. Eso lo decides, cuando amas a alguien.
—No amo ni voy a amar a nadie jamás, Bree.
—Pero ¿por qué yo? Hay millones de mujeres en el mundo.
—Porque no hay nadie mejor para esto. Ser mi esposa te dará poder, dinero y te dará una familia, yo seré tu familia.
—Pero no puedo, Ramsés. Eso no me interesa, además amo a alguien más —le respondí cruzada de brazos. Él me seguía mirando sin expresión alguna, como si la palabra amor no significara nada para sus oídos, como si no entendiera esa palabra.
—El amor debería llamarse capricho, Bree. Eso es lo que tienes, un capricho.
—No —contesté frustrada —. Yo sé lo que siento, sé lo que siento por él. No me vengas con esto, por favor.
—Será por las buenas o por las malas, Bree —fue lo último que dijo. Yo solo asentí. Había hecho un trato con el mismísimo Ramsés Knigth, con el hombre que apodaban “Hades” por lo despiadado que era.
—Cuando dices por las malas ¿a que te refieres? —pregunté decidida para irme por esta parte.
—¿Estás segura de que quieres saberlo? —me preguntó mirándome con el ceño fruncido.
—Sí —le respondí, retándolo. Él me dedicó una media sonrisa, que realmente daba miedo.
—Vives en un apartamento a mi nombre sin ningún tipo de contrato. Puedo alegar que te metiste ahí sin permiso. Además, me debes mucho dinero. Deberías leer lo que firmas, Bree.
Me quedé en silencio, sin poder decir palabra alguna. No podía creer lo que estaba diciendo Ramsés. El silencio se hizo incómodo, después de varios minutos hasta que hablé, porque yo lo sabía, sabía que él podía pasar un día entero sin soltar una sola palabra.
—¿Por qué quieres casarte, Ramsés? ¿Hay alguna cláusula de un testamento o algo así? —él negó.
—Quiero una esposa, Bree. Eso es todo.
—¿Puedes darme un argumento válido, por favor? —lo pensó unos segundos, como si se debatiera consigo mismo.
—No quiero estar solo, quiero a alguien que esté conmigo en esa solitaria casa, que me acompañe a la playa los sábados y me vea mientras hago algún deporte en el mar.
—¡Por dios, Ramsés! ¡Cómprate un perro! Lo que necesitas es un perro, no una esposa —él asintió.
—Tal vez, pero un perro no podría aplicarme protector solar.
—Entonces, contrata a un asistente a tiempo completo que haga esas cosas por ti —respondí volteando los ojos.
—Quiero una esposa y esa esposa tienes que ser tú —dijo poniendo una cajita en el centro de la mesa —. Te voy a dar hasta el final del almuerzo para que me digas que sí —me quedé en silencio. ¿Cómo se suponía que me iba a casar con él, cuando yo estaba completamente enamorada de alguien más? Es que no podía, no podía hacerlo. Tampoco quería casarme, eso jamás había estado en mis planes.
—No puedo casarme contigo, porque estoy embarazada —le dije para que desistiera. Él lo pensó unos segundos y asintió.
—Me haré cargo del niño también.
—Pero si yo no te estoy pidiendo eso, mi bebé tiene un padre —le contesté cruzada de brazos.
—No me importa, Bree. Sea como sea, serás mi esposa —suspiré frustrada.
—No estoy embarazada, pero si veo que eso no te detiene, nada lo hará —me crucé de brazos.
—Qué bueno que ya lo vas entendiendo —me respondió sin expresión.
Comimos en silencio, o mejor dicho, él comió, mientras yo solo jugaba con la comida. Esto me había puesto los pelos de punta.
—¿Vas a comer sí o no? —me preguntó serio. Negué.
—Entonces es hora de dar el sí, Bree —asentí.
—Sí —dije muy bajo.
—No te escuché, Bree. ¿Puedes decirlo más alto, por favor?
—Sí, acepto —respondí suspirando. ¿De qué otra tenía? Él me había ayudado y hoy, como el mismísimo diablo, venía a cobrar esa ayuda. ¿Era una jodida casualidad que su apodo fuera Hades? No lo creía. Tomó la cajita y puso el anillo en mi dedo.
—Me alegra que hayas aceptado, Bree.
—¿Tenía de otra? —le pregunté frustrada.
—Esto será beneficioso para los dos, ya lo veras. Vamos, te llevo a tu casa —dijo levantándose de la mesa. Pero yo negué.
—Preferiría irme sola. No te preocupes —le dije sin mirarlo.
—Te llamaré en estos días para el tema de la boda. Adiós, Bree.
Me despedí de él con la mano y me quedé pensativa mirando a la nada. Mi teléfono sonó sacándome de mis pensamientos. Era Carol, una de mis compañeras de estudio. Me invitó a ir de fiesta con ellas, para celebrar que nos habíamos graduado, pero yo no tenía cabeza para nada. Así que, me negué. De igual manera, me fue a buscar a mi apartamento junto con las otras chicas y me esperaron, mientras me arreglaba para que nos fuéramos de fiesta esa noche.
—¿Qué te está pasando, Bree? Vamos, que nunca has sido el alma de la fiesta, pero hoy estás peor —me dijo Carol de brazos cruzados —yo negué.
—Solo estoy cansada, por eso quería quedarme en casa —le respondí suspirando. Ella puso dos shots de tequila en frente de mí, mientras sonreía
—Ten, con esto se te quitará el cansancio —asentí y me bebí el primero seguido del segundo. Ella me abrazó sonriente —. Así me gusta —minutos después, me sirvió otro y otro, hasta que me empecé a marear.
—Vamos al baño, tengo muchas náuseas —le rogué tomando su mano, pero ella me detuvo.
—¿Qué significa esto, Bree? —preguntó con la boca un poco abierta.
—Significa que tomé demasiado tequila y ahora quiero vomitar. ¡Vamos! —le respondí arrastrándola, pero ella no se movía.
—Hablo de este anillo —me dijo subiendo mi mano. Segundos después, las tenía a todas alrededor de mí, interrogándome. Me encogí de hombros restándole importancia, porque había olvidado quitarme el maldito anillo.
—Vamos, Bree. Habla —dijo Step con el ceño fruncido.
—Es un anillo de compromiso, me voy a casar —me miraron con cara de sorprendidas y Carol me miró sin poder creerlo.
—Pero ¿cómo que te vas a casar?
—Así es —les respondí encogiéndome de hombros —Carol me sacó del bar arrastrando, mientras las otras iban a su lado.
—Ahora mismo nos vas a explicar todo esto —me regañó cruzada de brazos —¿y cómo carajos iba a explicarles todo esto? Si ni yo misma lo entendía.
—Me voy a casar con Ramsés Knigth —dije sin más.
La cara de todas fue un jodido poema y supuse que, esa cara había sido la misma que yo había colocado, cuando él me había pedido matrimonio. Cuando salieron de su asombro siguió el interrogatorio.
—¿Cómo que te vas a casar con el jodido Hades? ¿De dónde lo conoces? ¿Por qué nunca los vimos juntos? —me preguntó Carol. Así que, me tocó mentir. Ramsés no me había dicho con exactitud para qué quería casarse, así que, no podía ir por el mundo diciendo que él me estaba obligando.
—Es mi exnovio y volvió para pedirme perdón, y matrimonio —dije sonriente.
—No mientas, Bree. Hades no tiene novias —dijo Step.
—Eso es absurdo, Step —le respondí suspirando —. Si no tiene novias, entonces no tiene esposas y este anillo me lo dio él.
—Me parece que estás muy borracha, Bree —me dijo Carol evidentemente enojada —. Seguro estás tan borracha, que estás confundiendo las cosas.
—Sí, estoy muy borracha, chicas. Me voy a casa, adiós —les dije alejándome de ellas. Tomé un taxi y me fui a casa. Me quité la ropa y me acosté a dormir.
Apenas abrí los ojos, vi una figura negra justo en frente de mi cama. Casi muero del susto en esos segundos en los que mis ojos se tardaron en adaptarse a la luz.
—¡j***r! Casi me matas del susto —dije tocando mi pecho —. ¿Cómo carajos entraste? ¿Qué haces aquí?
—Es mi apartamento, Bree. Tengo las llaves y no digas malas palabras.
—Pero yo vivo en él —le respondí frustrada —. No puedes entrar cada vez que te dé la gana.
—Eres mi prometida, Bree y sí puedo hacerlo —me respondió sin expresión alguna.
—¿Puedes salir, por favor? Para que me pueda vestir —le pedí señalando la puerta.
Él asintió dándose la vuelta. Me lavé los dientes y me vestí con lo primero que encontré. Cuando salí de mi habitación, él estaba con su teléfono en las manos.
—¿Así irás a tu prueba de vestido? —me preguntó mirándome de arriba a abajo —. Después iremos a comer juntos —dijo esta vez negando y a mí me dieron ganas de golpearlo.
—¿Cómo iba a saber que iremos a la prueba de vestido? —pregunté dándome la vuelta para cambiarme.
—Ya no hay tiempo, Bree —me dijo levantándose del sillón y tomando mi mano. Me solté de su agarre inmediatamente y seguí rumbo a mi habitación. No sé cómo carajos pasó, pero, cuando me di cuenta, ya estaba en su hombro. Golpeé su espalda lo más fuerte que pude, pero era más doloroso para mí que para él, porque su espalda parecía una piedra. Definitivamente, este hombre no parecía humano. Ni siquiera se quejaba.
—Como no dejes de golpearme te voy a nalguear, Bree —me regañó con voz seria, cuando estábamos en el ascensor.
—¡Entonces, bájame! —le contesté enojada.
—¿Podrías intentar con un por favor mi amado futuro esposo puedes bajarme?
—Ni en tus sueños —le contesté golpeando su espalda. Segundos después, sentí una nalgada.
—¡¿Pero qué carajos te pasa?! —grité furiosa.
—Te lo advertí, Bree. Y deja de decir malas palabras, por favor —más enojada que abatida, me quedé en silencio, maldiciendo en mi mente.
—Hola, Bree —escuché a mi vecina saludarme, la señora Colt.
—Hola, señora Colt —la saludé mirándola y ella estaba sonriente. Creo que le parecía gracioso que yo estuviera en esa situación. ¡j***r!
Ramsés me bajó de su hombro, cuando estuvimos en su auto. Quise golpearlo apenas me bajó, pero su mirada me dio un poquito de miedo. Así que, me subí al auto y me crucé de brazos. Él rodeó su auto y se sentó a mi lado.
—Esto no me pareció gracioso, no vuelvas a hacerlo —le pedí mirándolo fijamente y él se encogió de hombros.
—No era para que te rieras —me respondió metido en su teléfono, sin mirarme. ¡j***r con este hombre! ¿Era imposible ganarle una o qué?, pensé.
—Buenos días, señorita Bree —me saludó Caden, su guardaespaldas.
—Buenos días, Caden —le respondí sonriente.
—¿A él sí le sonríes y a mí me golpeas? —me preguntó Ramsés sin apartar la mirada de su teléfono.
—Porque él no se metió a mi apartamento y me cargó en su hombro sin mi consentimiento. —le contesté mirándolo con el ceño fruncido.
—Por ahora, pero tiene órdenes de hacerlo, como no hagas caso, Bree —me dijo mirándome serio. Discutir con él era algo imposible, así que, me quedé en silencio mirando por la ventana.
—¿Al fin no tienes algo que decir? —me preguntó después de unos minutos.
—Vete a la mierda, Ramsés —vi una media sonrisa en su rostro
—Te voy a pasar la grosería por esta vez, solo porque me has hecho reír.
—¿Y es que te ríes? —le pregunté para molestarlo.
—Soy humano, Bree, claro que me río.
—Eso aún lo estoy dudando —respondí suspirando. Él se encogió de hombros y siguió en su teléfono.
La prueba del vestido fue un desastre total. Odiaba a Beverly, la planificadora de bodas. La odiaba con toda mi alma. Esa mujer era una odiosa y soberbia. Así que, cuando pude me escapé del lugar, pero unos brazos me detuvieron.
—Lo siento, señorita, pero tengo órdenes estrictas de no dejarla salir —me dijo Caden con cara de pena.
—¿Puedes llamar a tu jefe, por favor? No pienso entrar a ese lugar, porque me voy a convertir en una asesina —le contesté frustrada. Él asintió y tomó su teléfono. Segundos después, Ramsés salió por la puerta con el ceño fruncido.
—¿Qué está pasando, Bree? ¿Por qué no estás adentro? Estaba esperando a que salieras con tu vestido puesto, cuando me llamó Caden.
—Odio a esa mujer, si vamos a hacer esto déjame escoger a mi planificadora —le respondí cruzada de brazos. Él tomó mi mano arrastrándome adentro de la tienda.
—Beverly, la señorita Bree es mi prometida y es quien te contrató para esto, así que, debes obedecerla a ella en todo —dijo él dándole una orden. Ella, avergonzada, asintió y creo que, por primera vez, me había gustado el poder que estaba sintiendo, al menos, delante de esa odiosa mujer. Así que, dejó de comportarse como una idiota conmigo y me obedeció en todo. Salí con una sonrisa triunfal con mi vestido puesto para enseñárselo a Ramsés, quien me miró sonriente. Y esa era la primera vez que lo veía sonreír.
—Gracias —dije dándole un abrazo, pero, inmediatamente, él se tensó. Así que, me solté y avergonzada le pedí disculpas. Después de eso, estuvo más callado que nunca.
—Llévame a la oficina, Caden —le pidió sin expresión en su rostro, apenas subimos al auto.
—¿No íbamos a comer juntos? —le pregunté mirándolo fijamente. Fue como si yo no le hubiese hecho una pregunta jamás, porque me ignoró por completo.
—Lleva a la señorita Bree a casa —le dijo a Caden antes de bajarse del auto y eso fue todo. Se dio media vuelta y se fue.
—¡Pero ¿qué carajos fue todo eso?! —suspiré frustrada y no me había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta, hasta que Caden me respondió.
—El señor es un poco difícil, pero no es una mala persona, señorita Bree.
—Caden, ya sabes que puedes llamarme Bree, solo Bree —le contesté mirándolo. Pero él negó.
—No puedo, señorita Bree y menos ahora, que será la esposa de mi jefe —me respondió encogiéndose de hombros. Suspiré frustrada.
—Me va a sacar canas verdes tu jefe —me quejé negando y él sonrió.
Después de aquella tarde, pasaron días hasta que otra vez lo volví a ver. Me dejó escoger todo, desde la comida hasta el sabor del pastel, a todo escogía mi sabor, así él probara uno diferente.
—Me estás asustando —le dije apenas nos quedamos solos.
—¿A qué te refieres? —me preguntó mirándome fijamente.
—Me estás dejando escoger todo a mí. No estás peleándome por nada y dejaste de molestarme. ¿Estás enfermo? —le pregunté tocando su frente. Él se encogió de hombros y negó.
—No estoy enfermo, Bree, quiero que te sientas cómoda con todo lo de la boda.
—Gracias por esto —le contesté sonriente —. Y no te preocupes, no te voy a abrazar —él me miró y no supe qué vi en sus ojos.
—Deberías hacerlo más seguido, así me siento más humano —me contestó muy bajo. Me quedé en silencio, sin saber qué decirle. Me había dado tanta pena, que me recordó a la Bree del orfanato. Así que, me acerqué a él y lo abracé. Primero se tensó y después se relajó. Permanecimos así hasta que fuimos interrumpidos por Beverly.
—¡Qué linda pareja hacen! Se nota lo enamorados que están —dijo sonriente y yo le volteé los ojos. Realmente la odiaba.
Él me miró y negó con la cabeza, con media sonrisa un poco burlona. Luego de eso, fuimos a unas clases privadas para el baile de los recién casados y fue más que un desastre. Yo no sabía bailar y lo terminaba pisando a cada segundo.
—¡Concéntrate, Bree! —gritó enojado.
—¡Qué no sé bailar, carajo! —le respondí gritando también.
—¿Cómo que no sabes bailar? Esto no tiene ciencia, Bree.
—¡Qué no sé bailar, ya te dije! —grité frustrada —. ¿Qué creías? ¿Que las monjas me iban a enseñar a bailar en el orfanato? —grité enojada nuevamente y me di la vuelta para irme de aquel lugar.
—Lo siento, Bree, no quise gritarte. No fue mi intención hacerte sentir mal —me dijo deteniéndome. Pero yo ya era un volcán en erupción y lo hice callar.
No sé con exactitud qué fue todo lo que le grité. No puedo ni recordarlo. Él solo se quedó en silencio. Ahí se terminó la cordialidad entre los dos. La siguiente vez que nos vimos fue para el día de la boda. Yo estaba hecha un manojo de nervios. No quería casarme. Le pedí que fuera a mi habitación para vernos minutos antes de que empezara la ceremonia.
—Por favor, cancelemos esto, es un error. No quiero casarme —le supliqué, pero el negó.
—Da el sí, Bree. Hoy nos casamos sí o sí —me contestó dándose la vuelta y dejándome ahí, de pie, mientras estaba hecha un lío.