Las historias se componen de sucesos. Las leyendas se nutren de adornos, de misterios, dándoles un aura especial.
La atmósfera se volvió pesada; era imposible respirar por el frío de otoño. El oleaje era cada vez más fuerte. En un pestañeo, el barco ya estaba pasando lentamente por una barrera de protección que rodeaba toda la isla. Luego, un murmullo llegó a mis oídos y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
La isla era un reino, habitado por brujos ancestrales, los guardianes eternos de los dragones, criaturas de un valor incalculable y poder inimaginable. Entre sus nieblas y sombras se alzan siete ciudades, cada una resguardando secretos tan profundos que ningún mortal ha logrado desvelar. Allí, el silencio susurra historias olvidadas y el tiempo parece detenerse, protegiendo lo imposible de alcanzar.
Me había olvidado de que la isla Ravadril resguarda demasiados secretos. Cuenta una leyenda que el portador del caos, con su último aliento, enterró la espada forjada de cristal con la llama del dragón dorado en la tierra, creando una profunda grieta que la dividió en dos mitades: en una, el reino de los dragones; y en la otra, la isla donde se encuentra la academia Wikravil.
La grieta no solo partió la tierra sino que dejó caer al abismo miles de secretos, que estaban resguardados por la magia de la Bruja Astral. La espada se hundió con ellos; ahora solo quedan los restos oxidados que yacen en las profundidades del océano. Los ancianos murmuran que en el fondo del mar vagan los espíritus de todos los guerreros que se sacrificaron para proteger el reino y los secretos originales. Su susurro fantasmal es una advertencia a los intrusos de corazón de pura maldad. Dicen que los fantasmas son capaces de destruir a esas personas de almas oscuras, para seguir resguardando los secretos.
Al pasar los años, el oleaje borra un poco más la memoria, sepultando los susurros de los secretos en un eco silencioso en la vasta extensión oceánica, en la oscuridad eterna. Ravadril no solo era una isla, era un reino que protegió con sangre y sudor sus secretos y a su gente. Lamentablemente, no muchos sobrevivieron, dejando solo su valentía y sabiduría hacia su reino.
Me acerqué lentamente hacia la barandilla, posando las manos sobre ella. Fijé la vista hacia el mar y un resplandor llamativo me cegó por unos segundos. Parpadeé varias veces, pero ya no estaba. La intriga inundaba mi mente con preguntas sin respuesta. Al minuto siguiente, sentí como una manta sobre la espalda. Me giré lentamente y ahí estaba él, con su estúpida sonrisa: «Matthew». Ahora se hace el caballeroso, ¡qué hombre de doble cara!
—¿Ahora qué quieres? —Pregunté con seriedad, y le di la espalda para seguir observando el mar.
—Tu hermano me mandó a buscarte, te espera el en camarote, ya que quiere hablar con vos.
—¡Ah! Está bien, ahora voy. Yo también quiero hablar con él, y sin tu presencia.
—¿Y el chiste? —preguntó con sarcamo.
Ignoré su pregunta y me di la vuelta para pasar por su lado, ignorando su presencia. Me dirigí hacia la cabina trasera del barco; obviamente podía escuchar con claridad las conversaciones de algunos soldados. Al llegar al camarote, di unos golpecitos en la puerta. En ese tiempo de espera, empecé a curiosear el escritorio con algunos mapas. Me fijé si no había nadie para luego dar un vistazo a cada uno de los mapas y algunas escrituras. Sin dudarlo, parecía que mi hermano estaba buscando algo en una sección de la isla, ya que había círculos de tinta negra en algunas áreas.
—Sabes que es mala educación andar de chismosa; con esa estatura casi te encierro en una jaula —dijo Matthew, estando detrás de mí.
Al escuchar lo que dijo Matthew, me alejé del escritorio hasta que choqué con él, y empecé a tartamudear por el susto que me hizo dar. Él ignoró mi situación y solo se acercó a la puerta del camarote y la golpeó con fuerza.
—Alec, acá está la pulga de tu hermana.
La puerta se abrió y salió mi hermano con una expresión de cansancio.
—¡Hermanito!... Hace rato estabas de lo mejor y ahora pareces un muerto viviente.
—Entren los dos, ahora —dice mi hermano—. Y cierren la puerta; no quiero que nadie escuche lo que les voy a decir.
Entré al camarote, y luego Matthew cerró la puerta. En un instante, un par de runas aparecieron por todo el lugar.
—¿Qué pasó, Alec? —preguntó Matthew pasando por al lado de mí.
—Vamos a tener bastante cuidado desde ahora en adelante. La tía Selene me mandó una carta diciendo que encontró a un grupo de intrusos en la academia. Estaban intentando ingresar al área norte, en el cual están algunos de los archivos que se pudieron salvar durante la primera guerra.
—¡Imposible! —dije, agarrando la manta con fuerza.
—¿Sabes algo más? —pregunta Matthew, cruzándose de brazos.
—Sí. Logró sacarles información y no es nada agradable —Alec respiró profundo y tomó asiento en la orilla de la cama—. Son un grupo que trabaja para los orcos y están buscando aliados para matarnos a todos, no importa si son de la realeza o del pueblo.
—Hermano... —intenté decir algo, pero no salían las palabras de mi boca.
¡Mierda, Alec! Te dije que todo esto era mala idea. Lo único que falta es que nos hagan una emboscada en plena noche o en los entrenamientos. —Matthew se dio la vuelta y solo golpeó una pequeña cesta.
—Cálmate, Omaclix. No podemos confiar en nadie y si alguien se entera de todo esto estamos muertos, no sabemos quiénes más están metidos en este complot.
Me quedé paralizada por la situación: intrusos y un futuro complot en el cual nadie está a salvo. Mientras Alec y Matthew estaban discutiendo, yo me acerqué a una ventana circular que tenía una vista impresionante. Me quedé pensativa hasta que logré ver como un espíritu de agua salía de las profundidades del mar con una voz femenina susurrándome. Parpadeé y la observé acercarse a mí; era increíble, parecía una sirena.
—Loreine, tú eres la única salvación para salvar a los reinos y a tu gente. Debes confiar en ti misma y vencer a la oscuridad que se acerca —dijo el espíritu antes de desaparecer.
—¡ESPERA! ¿POR QUÉ YO? —Grité, pero fue en vano, ya que el espíritu ya no estaba.
Me quedé en shock. Alec me tocó el hombro y me sobresalté, alejándome de ellos y apretando mis puños con fuerza. Matthew y mi hermano me hablaban, pero me costaba responder; era como si todo en mi mente estuviera nublado. ¿Me estaría volviendo loca poco a poco, o en esta isla de verdad hay misterios que nadie me terminó de contar?
—¡Estoy loca! —Dije, respirando profundo para luego reír y sentarme en una hamaca cercana de donde estaba.
—¡Pulgarcita! —Matthew se empezó a reír como un completo idiota. Quizás no debí gritar como una desquiciada por la ventana. Observé a Alec cuando le dio un golpe en la nuca.
—¡Idiota! Puedes calmarte —Alec se acerca a mí y me toma de las manos un poco preocupado—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué pasó? ¿Qué viste?
¿Cómo le decía a mi hermano que vi un espíritu de agua hablarme, advirtiéndome que yo era la "salvación"? El problema es que ¿cómo sería yo la clave de algo que puede resultar un peligro, algo que no conocía a la perfección?
—N...no sé por dónde empezar explicar esta situación incómoda. Es raro, nunca me pasó algo así cuando estaba en Narvaliz.
—No te estás volviendo loca, Pulga. Es normal que los veas, ya que tú eres de sangre real. Desde que los espíritus de agua, aire, fuego y tierra se enteraron de tu llegada, ellos solo te dan advertencias para que tengas cuidado —Matthew me sonrió y me tiró un guiño.
—¿Entonces? —Pregunté mientras me levantaba de la hamaca, ignorando la existencia de Matthew.
—¿De qué? —pregunta mi hermano, sentándose en el barril cerca de mí.
—De todo esto: los intrusos, las advertencias y que nadie está a salvo. ¿Cómo voy a lograr estar en paz si voy a tener ojos en la espalda?
—Ine, calma. Soy tu hermano y siempre te voy a proteger. Si los espíritus te dan advertencias, confía en ellos ya que pueden oír y ver casi todo. Intentaremos que nadie salga herido, te lo prometo.
—Estoy aterrada, Alec. Si esta isla tiene secretos, nadie está a salvo. Estoy segura de que hay más intrusos y están buscando algo, te lo puedo asegurar.
Pulga, mejor descansa —Matthew me señala la hamaca con la mirada y Alec se levantó del barril.
Vi cómo mi hermano se acercó a Matthew susurrándole algo. No logré escucharlo, solo me acerqué a la hamaca, recostándome y mirando el farol que colgaba de una de las vigas de madera. Alec salió del camarote y Matthew se quedó haciendo guardia al frente de la puerta. En un pestañeo, me dejó caer un libro en mi cabeza y luego sonrió un poco. Fruncí el ceño y agarré el libro entre mis manos, mirando la portada, la cual me dejó perpleja. Lo abrí lentamente hasta que reconocí la caligrafía perfecta de mi madre. Una lágrima recorrió suavemente mi mejilla.
—Lo encontré en la biblioteca, y te pertenece a ti, por eso te lo traje. —Murmuró y solo se quedó mirando la puerta con una fría seriedad.
—¡G‐gracias, Matthew! —Me sequé la lágrima con delicadeza y bajé la mirada hacia el libro.
—Loreine, antes de que el barco toque tierra, quiero que me escuches con atención —se acercó a mí, mirándome con seriedad—. Desde ahora, olvida que eres una princesa y mantente alejada de mí, o si no te arrepentirás de cruzarte en mi camino.
—¡Por favor, Matthew! ¿Qué harías si me cruzo en tu camino? Espera, no me respondas: tú eres capaz de hacer un duelo y empezar a ponerte más competitivo que antes —me levanté de la hamaca, empujándolo lejos de mí.
—¡Parece que sí me conoces bien! —Me agarró de la muñeca y me atrajo hacia él, acariciando mi mejilla con sus manos suaves—. Acepto tu propuesta del duelo. Tú eliges el día y la hora, y yo las armas y el lugar.
Alejé sus manos de mi rostro en ese preciso momento. Escuché unas trompetas y lo empujé lentamente, alejándolo de mí. Respiré profundo y salí del camarote con el libro en manos, sin decirle nada a Matthew. Volví a la cubierta y levanté la vista; ahí estaba la academia Wikravil, que parecía estar en la cima de la montaña, pero no era así. Mi nuevo hogar temporal o el inicio de mi desgracia, el lugar que parecía estar lleno de secretos e incluso de advertencias. Podía sentir la energía fantasmal de este lugar. Miré para todos lados, ya que podía ver con claridad los espíritus de cada elemento volando por arriba de nosotros.
Observaba con atención cómo los soldados se afanaban en acomodar barriles y cajas de suministros. Con cautela, me acerqué a la barandilla, mi mirada perdida en la inmensidad del océano. Me sujeté con fuerza a una de las gruesas cuerdas para mantener el equilibrio, pues el mar se mostraba bastante agitado. A medida que avanzábamos, la isla se volvía más nítida ante mis ojos. A lo lejos, se distinguía un puerto con tres barcos atracados, y un grupo de soldados aguardaba nuestra llegada en tierra firme. El aire se llenaba con el graznido de las gaviotas, un sonido que rompía el silencio del viaje, mientras algunas planeaban sobre nosotros y otras aterrizaban en lo que parecían ser los nidos de cuervo del barco. Estábamos más cerca de la isla, y mis nervios me invadían. Mi corazón latía con desesperación: percibí una energía poderosa en toda la isla e incluso una mirada que me acechaba desde lo lejos entre los pinos. Era escalofriante, y me daba miedo; ser observada era algo que siempre me congelaba la sangre.