Capítulo 4 | Una amistad de oro

2021 Words
Las amistades son uniones que se deben respetar y cuidar a pesar de los desafíos. Un silencio sepulcral se cernía sobre el barco, presionando contra los oídos como una mano invisible, tan denso que casi se podría considerar aterrador. Solo el susurro del oleaje y el grito lejano de gaviotas rompían la quietud opresiva. Me dirigí a la popa, con el viento helado azotando mi rostro. A medida que me acercaba a mi hermano, el sonido metálico del ancla resonó, un chirrido profundo que se desvaneció al caer la pesada cadena al mar con un estruendo que resonó en el silencio del océano. El barco quedó suspendido, inmóvil. —¡Hermano! —dije, agarrándome de la barandilla para no perder el equilibrio—. ¿Por qué te fuiste, dejándome sola con Matthew? —¡Mmm! Él te tenía que dar algo y yo necesitaba pensar en lo que dijiste hace rato. No hablemos más del tema —me acarició la cabeza y yo solo asentí. —E-está bien —dije con duda. Empecé a caminar cerca de Alec, mirando el cielo perfectamente casi nublado, hasta que en un momento escuché un pequeño gruñido. Bajé mi mirada y logré ver un bebé dragón que me miraba fijamente, moviendo su cabecita de un lado a otro. —¡Alec! —susurré sorprendida, mientras el dragoncito se acercaba a mí y yo me alejaba—. ¡ALEC! —grité, hasta que él me miró con atención. —No grites, no soy sordo —dijo, mirando al dragón que me acorraló—. ¡Carajo! —¿Cómo que "carajo", Alec? —pregunté, justo cuando el dragón agarró una parte de mi vestido, tironeando con fuerza. Sentí la mirada de todos los soldados e intenté mantenerme relajada, pero el pequeño dragón no dejaba de jugar con mi vestido. Observé cómo venía Matthew con una mirada de preocupación, me miró y se acercó a mí arrodillándose un poco; sacó una daga empezando a cortar la tela de mi vestido. «Maldito desgraciado, es mi favorito». Gritaba por dentro, intentando no golpearlo. No estaba aterrada por el dragón pequeño, sino por el vestido. Claramente, no sabía cómo tratar con un dragón; era inexperta en estos momentos. —TODOS BAJEN DEL BARCO AHORA MISMO, ES UNA ORDEN —gritó mi hermano, mientras intentaba agarrar al pequeño dragón. —¡Pero, Alec! Es un bebé dragón; no creo que haga nada. Míralo: es muy bonito y tierno. —No nos preocupa él, es la madre que nos preocupa más —murmuró mi hermano. El pequeño dragón me perseguía, queriendo agarrar otra vez mi vestido, y yo me alejaba de él. Luego, solo sentí la mano de Matthew agarrándome de la cintura. En un pestañeo, ya me tenía en sus brazos; me sujeté bien de él por instinto. —¿Sabes nadar, pulgarcita? Mejor no me respondas. Un grito desgarrador resonó a nuestro alrededor, transformándose en un eco. Matthew, sin dudarlo, se lanzó al mar salado conmigo en sus brazos desde la cubierta; la caída fue amortiguada por las olas embravecidas. Mi hermano fue el único que quedó en el barco, con el dragón en sus brazos. Los demás soldados ya habían saltado cuando dio la orden. El dragón, una sombra colosal contra el cielo, descendía con una furia implacable, sus garras desgarrando el nido de cuervo en la proa, un preludio del terror: buscaba a su cría, perdida entre las tablas del barco. —¡ALEC! —grité con desesperación, intentando soltarme de los brazos de Matthew, pero aun así tragaba agua salada. —Tranquila, es su dragón —dijo Matthew sin soltarme, ya que el oleaje era bastante fuerte. Observé cómo el dragón se acercó a mi hermano, y luego miraba a su alrededor con atención. Podía sentir su mirada fría y atemorizante. Todos logramos llegar a la orilla de la playa. En un pestañeo, apareció el dragón pequeño con el libro en sus diminutas garras, al frente de mí. Agarré el libro mientras escuchaba el gruñido de la madre. «¿En qué momento lo solté?», pensé, hasta que recordé: fue cuando Matthew saltó conmigo desde la cubierta. —¡Qué dramática eres, Darlix! Cálmate; es mi hermana pequeña. Te conté de ella varias veces. ​Escuché cómo mi hermano hablaba con su dragón, y yo solo dibujé una sonrisa combinada con miedo. El pequeño dragón volvió a los brazos de mi hermano, y su dragón madre solo se retiró del lugar, lanzando un gruñido para que su cría lo siguiera. Era adorable ver cómo una madre siempre cuida de sus cachorros, tan dulce que hizo que mi corazón se derritiera de amor. —¡Princesa! ¿Se encuentra bien? —preguntó una guerrera, ayudándome con el vestido todo mojado y roto y sacándome la manta para poner una nueva. —Sí, estoy bien... ¡Espera! «Esa voz» —pensé, mientras levantaba la mirada. Al verla con claridad, un torrente de alivio y alegría me inundó. ¡Saha! Mi mejor amiga y la hermana pequeña de Matthew. Un grito ahogado escapó de mis labios mientras me lanzaba hacia ella. Nos abrazamos con la fuerza de años de amistad y de todo lo que habíamos pasado juntas. Nos apretamos como si quisiéramos fundirnos en una misma persona. —¡Loreine! Te extrañé tanto —dijo Saha, dando saltos sin dejarme de abrazar. —¡Y yo igual! —Sonreí feliz y di unos saltos con ella—. Mírate, estás hermosa como siempre, y es increíble encontrarte aquí. —¡Gracias! Tú igual, Loreine, y ahora vamos a poder pasar más tiempo juntas. Tengo mucho que contarte y mostrarte algo —sonrió feliz, acomodándome la manta—. Cambiando de tema, vi que tú y mi hermano empezaron a llevarse bien; eso ya es un alivio. —¿Qué? No y no. Nos seguimos odiando —murmuré. —No me mientas, Loreine. Él no te soltó en ningún momento. Vi cómo te agarró de la cintura y estaban muy juntitos; parecían una pareja como en los libros de amor —chilló un poco y me mira con felicidad. Iba a responder, pero lamentablemente Matthew apareció con su presencia escalofriante y aterrorizante. Saha y yo giramos nuestras cabezas al mismo tiempo, con miedo. Nos quedamos en silencio... ya sabíamos que iba a decir algo en cualquier segundo. —¡SAHA! —Matthew dio un grito, lo que hizo que Saha se escondiera detrás de mí. —Fue el viento, yo no dije nada —dijo ella, todavía escondida. Era un momento inquietante. Observé a Matthew y me di la vuelta para mirar a Saha; ella se empezó a reír, y yo con ella. —¿Y si mejor nos vamos, Saha? Creo que el ambiente se arruinó con tal presencia. —Dije con un tono de seriedad, pero por dentro me moría de la risa. Claramente sentí el enojo de Matthew. —¡Ay, sí! El ambiente se volvió pesado, arruinando toda mi paz —murmuró ella con satisfacción. Saha miró a su hermano, mientras yo le daba la espalda a él. Ella asintió y me dio la señal que usábamos de niñas. —Sí, vamos. Tenemos que subir el sendero escalonado, el cual tiene un hermoso paisaje. —¡Perfecto! —exclamé con alegría. Saha se adelantó un poco y yo la seguía. En ese momento, no me importó si tenía el vestido roto y mojado; me sentía más viva y lista para cualquier desafío. Estaba preparada para una aventura y para volverme una jinete como mi madre y mi padre. Levanté mi mirada y vi a Saha detenerse: su mirada estaba fija en el paisaje. Sus lágrimas caían lentamente sin que un sollozo escapara de sus labios. Me acerqué a ella para poder abrazarla y calmarla; podía sentir su tristeza combinada con angustia. ​Seguí abrazándola, acariciando su cabello liso, color blanco como una perla bajo la luz tenue. Ahí fue cuando vi a Alec y Matthew aproximándose. Les hice una señal de silencio con el dedo sobre mis labios; sus miradas se llenaron de preocupación. Lentamente, se acercaron y se quedaron cerca de nosotras, como dos guardianes atentos en medio del silencio que nos envolvía. ​—¿Quieres hablar, Saha? —pregunté preocupada por ella. ​—Ahora no, solo necesito descansar un poco. Estoy cansada —dijo, separándose del abrazo para luego limpiarse las lágrimas de su mejilla. —Saha, ve a descansar. Le diré a Selene que no te sentías bien; ella lo entenderá. —La voz de Matthew resonó con un eco. ​—¡Está bien! —dijo ella. Ya su voz no se sentía con mucha angustia. Sentí que ella hacía lo mismo que yo: fingir estar bien para que nadie se preocupe, o para no hablar de sus problemas y así no molestar a nadie. ​En un pestañeo, Saha ya no estaba a mi lado. Alec se ofreció a acompañarla para que llegara bien a las habitaciones. Mientras tanto, los soldados que estaban en el barco pasaban y saludaban con educación. Di un suspiro y proseguí mi camino, sumergida en pensamientos sobre la tristeza y angustia de Saha. Seguramente, todos estaban así al dejar sus reinos y sus familias para estar aquí: una obligación que te deja una herida en el corazón, una tristeza y angustia que se derrama como lágrimas sin consuelo. ​Al caminar por el sendero, ya no se escuchaba con claridad el océano; se podían escuchar aves y el silbido de Matthew detrás de mí. Durante todo el camino, se quedó callado sin decir ni una sola palabra. Por fin, ese silbido desapareció: era irritable. ​—¿Cuánto falta para llegar? —pregunté, intentando romper el hielo. ​—¡Mmm! Pues nos faltarían subir dos senderos más —respondió él, hasta que se adelantó un poco y me detuvo—. ¿Escuchaste eso? —susurró. ​—Lo único que escucho es a ti, y eso ya es insoportable para mis oídos —murmuré. Me quedé cerca de él, observando a nuestro alrededor. ​—¿Ya te enamoraste de mí? —Me miró de reojo, lo que hizo que arqueara una ceja. ​No respondí a su pregunta. Matthew seguía esperando a que yo le respondiera, pero desde lejos se podía escuchar la voz de Alec llamándonos a ambos. Agarré las telas de mi vestido y pasé por el lado de él, dejándolo solo ahí, parado en medio del rayo del sol. Logré llegar al final del sendero sin ayuda de nadie, y ahí estaba mi hermano, acompañado de dos soldados. ​—Loreine, ¿por qué tardaste mucho? ¿Y Matthew? —preguntó, mientras los dos soldados hacían una reverencia. ​—Me distraje por el paisaje, y Matthew se quedó atrás. No son necesarias las reverencias —dije con una sonrisa cálida, mirando a los soldados. ​Al observar con mayor claridad los imponentes portones de la academia, un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Sentía mis nervios desmoronarse como diminutos granos de arena, como si estuviera atrapada en un reloj de arena que giraba sin piedad. Un silencio de terror, denso y palpable, tensó el ambiente. Jamás imaginé que sería tan callado. Lo único que lograba romper esa quietud era el murmullo del oleaje, seguido por el delicado y hermoso canto de un par de pájaros. Mi mirada se debatía, incapaz de fijarse en el camino; cada paso me impulsaba a girar, a examinar cada rincón: un hermoso bosque, rodeado de una naturaleza magnífica. Cruzamos el portón, con la custodia de los soldados. Mientras él me hablaba sobre las historias que había escuchado de la academia, mis ojos no podían dejar de curiosear. Cada rincón parecía contar un secreto, cada sombra sugería un misterio. Me perdía en los detalles, en las formas de las hojas y en los sonidos del bosque que nos rodeaba, mientras sus palabras se desvanecían en el aire. Podía sentir la presencia de mi madre en este lugar. Es obvio: aquí vivió y estudió durante su adolescencia, donde conoció a mi padre.
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