Yo soy como las grietas, las cuales son complicadas de reparar.
Siempre se agrietan.
Seguía abrazando a Azrael sin sacar mi vista de Matthew, quien me miraba fijamente con una mezcla de comprensión y preocupación. Se le notaba tan nervioso que dejó de mirarme y se quedó cerca de mi cama, cuidándome, mientras que yo solo me quedaba mirando los ojos de Azrael. Justo en ese instante, la pesada puerta se abrió de golpe, revelando a mi tía Selene, cuya mirada, más afilada que de costumbre, barrió la estancia. Tras ella, el tío Damon, Alec y Saha irrumpieron. Con un esfuerzo que casi me quiebra, levanté una mano en saludo y forcé una sonrisa tranquila, aún aferrada a Azrael, quien, inusualmente, se había vuelto un amasijo mañoso de pelaje y nervios.
Vi cómo Saha, con los ojos anegados, se abalanzó sobre mí, empujando a Matthew sin miramientos. Se acurrucó a mi lado, intentando desplazar a Azrael, quien respondió con un gruñido bajo y profundo. Sus colmillos, más largos de lo que recordaba, brillaron en la penumbra, y una furia silenciosa se encendió en sus ojos. A Azrael nunca le gustó que lo movieran de mi lado, pero esta vez, su reacción era diferente, casi... protectora.
—¡Amigaaa! Pensé que nunca volverías a despertar... —dijo Saha, todavía empujando a Azrael e intentando abrazarme. Ella seguía siendo un mar de lágrimas.
Observé a los demás; sus miradas de preocupación me erizaron la piel. Matthew, en un silencio abrumador, se retiró sin mirar atrás, y mientras lo veía desvanecerse, una tormenta de preguntas sin respuesta se agolpó en mi mente. Pestañeé, tratando de despejar la confusión, y volví a centrarme en los demás. Sus expresiones corporales, tensas y ansiosas, solo aumentaban mi nerviosismo, como si cada uno de ellos guardara un secreto que no se atrevían a compartir.
—¡Oigan! Dejen de mirarme así, con esas caras de preocupación. Me desmayé solo por unas horas, no es como si hubiera estado inconsciente por días.
Un silencio se apoderó de la habitación. Todos bajaron la mirada y se aclararon la garganta, como si estuvieran a punto de dar un discurso.
—¿Qué les pasa? —pregunté, ahora siendo yo quien tomaba el papel de preocupada.
—Loreine... estuviste una semana y cuatro horas inconsciente —dijo mi hermano, sus palabras me abatieron como un golpe de realidad.
—¡¿QUÉ?! —grité sorprendida, hasta que, en ese punto, Azrael salió de arriba de mí.
Saha todavía lloraba, mientras mis tíos hablaban en voz baja, mirándome fijamente con una expresión de confusión y miedo. Sentí cómo mi corazón se exprimía como una naranja. Mi hermano tomó a Saha por los hombros y logró calmarla, ofreciéndole un pañuelo para que se secara las lágrimas.
—Ve a descansar, por favor —susurró, dándole palmaditas en la espalda.
—Está bien... —dijo Saha secándose las lágrimas.
Me quedé recalculando. Saha me abrazó y luego se levantó y se retiró, cerrando la puerta y dejándonos solos. Me quedé en silencio, empezando a escuchar cómo mi tía y mi tío discutían. En un instante, toda la habitación se transformó en un campo de batalla literal; la atmósfera era verdaderamente incómoda. No sabía si discutían por haber despertado mi magia o por el hecho de que caí inconsciente por días. Alec se sentó al borde de la cama y me pasó una taza de té de jazmín para que mejorara. Me senté en la cama y recibí la taza con cuidado.
—Gracias —murmuré en voz baja, tomando un sorbo, el cual me relajó.
—Los tíos están muy nerviosos por todo esto. Durante los siete días que estuviste inconsciente, circularon rumores y ocurrieron un par de tragedias.
—¡Siete días, Alec, siete! —exclamé en voz baja—. ¡Tres, siete, literalmente estuve en coma!
Dejé la taza de té en la mesita frente a nosotros y estaba a punto de hablar cuando mi tía Selene se acercó. Se agachó lentamente y tomó mis manos entre las suyas; pude ver en sus ojos un reflejo de miedo y preocupación. Sentí cómo su respiración se aceleraba y cómo sus manos temblaban un poco bajo las mías. Era como si un tornado de problemas o miedos le estuviera oprimiendo el pecho. No sabía si abrazarla o decirle algo para que dejara de estar así.
—¡Mi hermosa sobrina! Por favor, no le digas a nadie sobre tu magia caótica —me apretó más fuerte las manos—. No estarás a salvo... Sabemos que hay traidores, pero no estamos seguros de quiénes son. Ten cuidado, te lo ruego, no lo reveles o te asesinarán.
Sus palabras me atravesaron como el filo de una daga que cortaba hasta el aire con solo el movimiento. Lo único que resonaba en mi interior era una palabra que me dejaba al borde del abismo. Sin embargo, en el fondo de mi interior ya había un caos.
—¡Asesinarme! —Mi voz ya no sonaba temblorosa, era firme como nunca antes—. Bien, tendré cuidado.
—Perfecto —dijo mi tía, retirándose del lugar, dejando no solo una palabra fría, sino un terror que ninguno pudo evitar.
—¿Cómo fue tu encuentro con la magia del caos, hermanita? —preguntó mi hermano con curiosidad.
Observé el candelabro antiguo que colgaba del techo; sus velas emitían una luz tenue que proyectaba sombras vacilantes por la habitación. Resoplé con frustración y dirigí mi mirada hacia mi hermano, que estaba cruzado de brazos, con el ceño fruncido, claramente perdido, y yo no sabía por dónde empezar.
—Al principio fue aterrador. Literalmente me vi a mí misma, pero en diferentes formas de... de personalidades y miedos.
—¿Cuántas de tu subconsciente hay? —preguntó mi tío con bastante curiosidad.
—Tres, cada una tiene un papel fundamental, por decir así.
—¿Qué función cumplen los yos? Sigo perdido con todo esto.
Resoplé y me crucé de brazos mirándolos con frialdad; podía sentir su incomodidad con solo ver sus expresiones corporales.
—La función de los "yos" en el subconsciente se refiere a la manera en que hay diferentes aspectos en nuestra personalidad y experiencias pasadas que se almacenan y afectan a nuestro comportamiento. Cada "yo" puede representar una parte de nuestra identidad, como nuestras emociones, recuerdos y creencias —respondí a mi tío con una voz calmada.
—¿Y puede influir en algo más? —pregunté mientras acomodaba la almohada con delicadeza—. Perdón por tantas preguntas, pero necesito saber más sobre todo esto, estoy asustada y aterrorizada.
—Te entendemos, sobrina —hizo una pausa para luego retomar la palabra—. Sí. Los "yos" pueden influir en cómo respondemos a situaciones, cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo interactuamos con los demás. Por ejemplo, un yo puede estar asociado con la confianza y la seguridad, mientras que otro puede estar vinculado con la inseguridad o el miedo.
—Debes entender a tus "yos", ya que son la clave para trabajar en el crecimiento personal, y permiten reconocer los patrones de comportamiento y trabajar en estos aspectos para lograr una mayor armonía interna —dijo mi hermano, mirando un libro para luego pasármelo.
Agarré el libro con fuerza, apoyándolo contra mi pecho. Parecía que ellos entendían más todos estos temas relacionados con la magia y el subconsciente.
—Se me hace tarde —dijo mi tío, tomando un par de papeles—. Cuídense, volveré dentro de unos días.
—¿A dónde vas, tío? —pregunté, dejando el libro a un lado.
Me levanté rápido de la cama, pero mi cuerpo seguía débil. Mi hermano me sujetó antes de que me cayera. Mi tío solo negó con la cabeza, ayudando a mi hermano y mirándome con preocupación.
—Ten cuidado, Loreine, tu cuerpo aún está débil y debes hacer reposo. Debo ir a hablar con el consejo de brujos. Alec, cuídala. Nos vemos pronto.
Me quedé confundida. Solo observé cómo salió de la habitación. Mi hermano me cargó en sus brazos como si fuera una bebé.
—Yo podía sola —mi voz sonó un poco irritable.
—Cómo digas —me tiró a la cama y me miró con una sonrisa malévola.
—¡Idiota! —le tiré una almohada en la cara y solo me crucé de brazos.
Estaba molesta por cómo mi cuerpo seguía débil por desatar un poder. Me molestaba con solo recordar cada fragmento de mi vida. Un enojo total recorrió cada parte de mi cuerpo. Percibí que mi vida empeoraría con solo salir de la habitación. Estaba a punto de explotar hasta que mi hermano logró tranquilizarme.
—Hermanita, calma, respira, por favor —su mirada reflejaba miedo, no hacia mi poder, sino el miedo de perderme a mí.
—No me gusta estar así... siento que soy una débil y una fracasada —murmuré, respirando profundo y exhalando tranquilamente.
—No lo eres —me acomodó el cabello—. No quiero volver a escuchar esas palabras, jamás, pero jamás.
Es raro sentirse así, un vacío. Es como si una tormenta arrastrara todo a su paso, no dejaría ni una gota de esperanza. Así se siente un vacío, un absoluto desastre total; así es la mente, la cual nunca se queda callada.
—Lo intentaré —susurré, con la mirada perdida.
—¿Quieres comer algo? —preguntó con una sonrisa feliz y llena de esperanza.
—Sí, sí quiero —murmuré en voz baja y con una sonrisa tranquila.
Se giró y se agachó lentamente, ofreciéndome su espalda sin prisa. Sin pensarlo dos veces, me apoyé en su espalda y él me sostuvo con firmeza, asegurándose de que no cayera. El cuidado de mi hermano era tan natural que me hizo sentir protegida, como si nada pudiera dañarme mientras siguiera siendo su pequeña hermanita. Con un suave movimiento de mi dedo, abrí la puerta apenas, sin hacer ruido. Mi hermano caminaba lentamente por los pasillos, donde la poca luz apenas iluminaba sus pasos. Cada movimiento suyo parecía pesado, como si el tiempo mismo se ralentizara a su alrededor.
—Es de noche, así que vamos a ir a la cocina para prepararte tu comida favorita. Sabes que me encanta cocinar para ti y consentirte un poco.
—¡Un poco dices! Literalmente me estás cargando en tu espalda y aun así me vas a cocinar. ¡Eres el mejor!
—Le prometí a nuestro padre que te iba a consentir. Y hablando de eso, llegó una carta para los dos de parte de él. ¿Crees que estará preocupado?
Una carta de nuestro padre. Le prometí que le escribiría una carta, pero con todo lo que pasó, me olvidé. Extrañaba a mi padre: los días en que me llevaba a la ciudad para que estuviera con mi pueblo, las veces que me llevó a recorrer cada una de las ciudades de nuestro reino para ver si todo estaba bien económicamente. Me dolió dejar todo por estar aquí. Extrañaba pasar tiempo con mi padre, reír y hasta jugar como cuando era una niña; eso extrañaba, la felicidad y las risas.
—Sí —respondí intentando no llorar—. Estoy segura de que está preocupado por ambos, ya que nunca le escribimos.
Un padre siempre se preocupa por sus hijos. Seguro está muy preocupado y nos extraña demasiado, como nosotros a él. Después de todo, somos lo único que le queda; y viceversa. Extraño cada historia que nos contaba sobre muchas cosas: monstruos, animales mágicos y sobre la familia.