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MI DULCE TORMENTA

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Blurb

Una noche de sexo salvaje.

Sin nombres. Sin promesas. Sin consecuencias…

O eso creyó Amaya.

Pero al día siguiente, en su nuevo hogar, descubre que el chico que la hizo gritar de placer es su hermanastro.

Zayn es todo lo que debería evitar:

Arrogante. Prohibido. Irresistible.

Líder de peleas clandestinas y experto en romper reglas… y corazones.

Ella quiere odiarlo.

Él jura que fue solo una noche.

Pero cuando el deseo arde bajo el mismo techo, el pecado se vuelve rutina… y la rutina, adicción.

Porque hay cosas que no se deben repetir.

Y ellos no paran de repetirlas.

Una historia llena de tensión, sexo, traición y secretos familiares, donde amar puede ser el peor error… o la única salida.

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PROLOGO
AMAYA Odio las mudanzas. Odio las cajas apiladas en cada rincón, el eco sordo de unas paredes vacías y esa sensación de que mi vida ya no me pertenece. Pero sobre todo, odio ver a mi papá tan feliz con su nueva esposa y sus hijos, como si todo lo anterior no hubiera dolido nunca. Lo encontré en la sala, montando una de las últimas cajas. Me acerqué y él me abrazó por la espalda. —¿Lista para la gran aventura? —preguntó con su voz cálida. —Podría mentirte y decir que sí —respondí girándome para verlo—, pero la verdad es que me da miedo. Él me apretó más fuerte. —Sé que duele dejar el pasado —dijo—, pero esto también puede ser bueno. Para los dos. Me pellizqué el labio. Sabía que no quería romperle el corazón, pero a mí me dolía abrirse a alguien más. —Solo prométeme que no me perderás de vista —susurré. Me sonrió y besó mi frente. Ese gesto bastó para que, por un segundo, me sintiera en casa. Esa noche, con dieciocho recién cumplidos, Lia y Vale me arrastraron a una fiesta de fraternidad. Necesitaba un respiro, así que me puse un vestido n***o ceñido, me pinté los labios de rojo y salí. El lugar era un caos: luces estroboscópicas, música atronadora y vasos de plástico repletos de licor barato. No era mi mundo, pero respiré hondo y me dejé llevar… hasta que lo vi. Él estaba recargado contra una pared, medio oculto entre sombras, con una cerveza en la mano. No hacía nada más que mirar. Su piel morena brillaba bajo los destellos, y su cabello castaño rizado le caía sobre la frente enredada. Pero lo que me paralizó fueron sus ojos: grises, hondos, desafiantes, clavados en mí. —¿Quién es ese? —pregunté en voz baja. —Ni idea —respondió Lia, ladeando el vaso. —Creo que no conviene acercarse —sugirió Vale—. Se le ve peligroso. Pero el alcohol y mi propia rebeldía me empujaron hacia él. Cada paso hacía latir mi pecho con más fuerza. Cuando estuve frente a él, la música se desvaneció. Lo miré directo a los ojos y dije: —¿Siempre miras así, o solo cuando una chica en problemas se te acerca? Él arqueó una ceja y sonrió de medio lado: —¿Siempre te acercas tanto, o solo cuando tienes tragos encima? —Depende. ¿Te gusta? —Mucho. Su voz rasposa me estremeció. —¿Qué quieres esta noche? —preguntó con tono grave. Me incliné, susurrándole al oído: —Quiero que me folles. Toda la noche. Sin nombres. Sin promesas. Como si mañana no existiera. Él me miró como si hubiera leído mi mente. —Qué casualidad —respondió—. Yo quiero exactamente lo mismo. Y sin más, me tomó de la mano y me condujo fuera del bullicio. ZAYN Estas fiestas universitarias me dan asco. Gente presumiendo, música monótona y chicas creyendo que un escote llama al verdadero amor. Pero Ethan me convenció: “Una peda, un polvo y cero drama. ¿No suena tentador?” —Mira a tu alrededor —me dijo mientras me pasaba otra cerveza—. —¿Crees que alguna caería si les guiñas un ojo? —No sé, ¿cuántas quieres llevarte a la cama hoy? Nos reímos. Su estilo siempre es vulgar, pero eficaz. De pronto, en medio de la pista, la vi. Nuestros ojos se encontraron, no fue solo una atracción cualquiera. Sus ojos tenían algo: una mezcla de descaro y oscuridad, como si escondieran secretos y promesas al mismo tiempo. No eran dulces… eran pecaminosos. Y me invitaron directo al infierno. Pero lo que realmente me terminó de descolocar fue su cuerpo. Ese culo... Redondo, firme, de buen tamaño, y perfectamente acentuado por ese vestido ajustado. Se movía como si supiera exactamente el efecto que causaba. Y yo no podía dejar de imaginarlo montándome, rebotando sobre mí. Cuando me habló, su voz fue una caricia con filo. Y cuando me dijo lo que quería —follar sin ataduras, toda la noche— supe que estaba ante una mujer diferente. La tomé de la mano, y el trayecto hasta el cuarto fue una cuenta regresiva para la locura. No a mi cuarto, sino al de Ethan, que para suerte mía estaba ocupado en otro lado. Cerré la puerta tras nosotros, y apenas giró para verme, la besé como si la hubiera estado esperando toda la vida. Ese tipo de beso que se siente más como una declaración de guerra. La empotré contra la pared, le subí el vestido y la tanga negra que traía desapareció en segundos. —¿Tienes condón? —me dijo entre jadeos, con los labios rojos, inflados del beso. Lo saqué de la cartera sin decir nada. Lo vio, y sus ojos se clavaron en los míos con una mezcla de reto y deseo puro. —Póntelo rápido. Y lo hice. Ella ya estaba empapada. No necesité más. La giré y se arqueó sin que se lo pidiera. Ese culo redondo, firme, hecho para ser agarrado, fue lo primero que toqué mientras la penetraba desde atrás. Su boca soltó un gemido sucio, desesperado. —Joder… sí… así, sin avisar —dijo, empujando hacia mí. La tomé con ambas manos. Una en su cuello, la otra en la cadera. —Te sientes increíble —le dije, mordiéndole el hombro—. Estás hecha para esto. Ella se rió, ronca, sin perder el ritmo. —¿Vas a hablar mucho, o me vas a coger como dijiste allá abajo? La llevé hasta la cama. Se trepó encima y me montó como si me conociera de antes. Sus movimientos eran salvajes. Subía, bajaba, giraba la cadera, y mientras lo hacía, sus uñas me abrían la piel del pecho. Marcandome, excitandome —Me encanta cómo te ves así —le dije—. Tu cuerpo encima del mío… no hay nada mejor que esto. Ella gemía sin pudor, jadeando fuerte, con las tetas rebotando, empapada en sudor. —¿Sabes qué es mejor? —jadeó, con la voz ronca —. Que apenas vamos empezando. Me mordió el cuello. Dejé un chupetón enorme en su pecho. La giré otra vez. Pierna al hombro, embestida profunda. Sus gritos llenaron la habitación. La puse boca abajo, y me la cogí tan duro que la cama crujía con cada golpe. Ella gritaba y se aferraba a las sábanas. —Dámelo todo, cabrón —dijo entre jadeos—. Quiero sentir cómo me llenas. —¿Así? —le dije, azotándole suavemente el culo, que tembló con el impacto—. ¿Así de fuerte te gusta? —Sí… ¡así mismo! La última vez se vino gritando. Sus piernas temblaban. Me miró, exhausta y empapada, y aún así me provocó con la mirada. —¿Vas a aguantar otra ronda, o ya te cansaste? Y claro que aguanté. Dos veces más, en la misma cama, hasta que no pudimos más que quedarnos tumbados, jadeando, empapados en sudor, lascivos, satisfechos. Nunca supe su nombre. Y ella nunca preguntó el mío. Lo único que sabíamos era que nos habíamos devorado como animales… …y que lo volveríamos a hacer, si se nos cruzaba el camino otra vez.

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