ZAYN Lo primero fue bajarle la fiebre. Apoyé la toalla fresca en su frente y ella dejó escapar un suspiro que me alivió y me rompió en partes iguales. Tenía los párpados pesados, la respiración un poco cargada, ese sonidito áspero que aparece cuando la garganta arde. Me quedé un rato así, cambiándole la compresa cada par de minutos, hasta que sentí que su piel dejaba de quemar como al inicio. —Tormenta —murmuré cerca de su oído, para no asustarla—, voy por un termómetro. No te me muevas. Asintió con un movimiento mínimo, como si el simple hecho de inclinar la cabeza fuera un esfuerzo. Me levanté en puntas, abrí el cajón donde guardábamos el botiquín y saqué lo necesario: termómetro digital, paracetamol, sobres de suero, un ungüento para el pecho y, por si acaso, pastillas para la garga

