ZAYN
Elías y yo estábamos en silencio, él distraído con el móvil y yo vigilando que el pan no se tostara de más, cuando escuché pasos suaves en las escaleras.
Levanté la vista y ahí estaba Amaya, con el cabello todavía húmedo, en una camiseta amplia y pantalones cómodos. Tenía ese andar lento de quien no sabe si es bienvenida, como si cada escalón fuera un permiso que no está segura de tener.
—Buenos días… —dijo, bajito.
—Buenos —respondí, con una media sonrisa—. Ven, siéntate.
Elías levantó la vista del teléfono y le sonrió también, tímido, como si no supiera si ella estaba de humor para bromas.
—Te hice café y algo de comer —le dije mientras servía el plato frente a ella—. No es de chef, pero es caliente.
Amaya se sentó y miró el plato como si no supiera por dónde empezar.
—Graci
