ETHAN El beso era puro veneno al principio. Duro, salvaje, desesperado. Nos mordíamos como si quisiéramos arrancarnos algo del alma, como si con la lengua intentáramos borrar los reproches que nos habíamos gritado. Mis manos la sujetaban con tanta fuerza que temí dejarle marcas, y las suyas me arañaban como si quisiera castigarme y aferrarse al mismo tiempo. Pero en medio de esa guerra, algo cambió. Sentí el temblor de su cuerpo contra el mío, no de rabia, sino de vulnerabilidad. Sus lágrimas, saladas, se mezclaban con mi boca, y me di cuenta de que estaba besando su dolor tanto como su furia. Aflojé apenas la presión de mis manos, y en ese segundo el beso perdió filo. Ya no eran mordidas; eran roces torpes, rotos, pero más suaves. Nuestras bocas todavía ardían, pero había algo distinto

