AMAYA
El techo no era el de mi habitación.
Me tomó unos segundos darme cuenta de que no estaba en casa. No olía como mi cuarto. No sonaba como mi casa. El cuerpo me dolía y la cabeza me pesaba como si hubiera llorado por horas. Parpadeé un par de veces hasta que la figura de Ethan se hizo clara junto a mí.
—Hey —dijo con suavidad, ofreciéndome un vaso de agua—. Estás despierta.
Lo tomé sin decir nada y bebí un poco. El silencio entre nosotros era espeso. Sentía vergüenza hasta en la médula. No quería mirarlo. No quería ver mi reflejo en sus ojos. Porque sabía que lo que vería era algo roto, hundido. Algo de lo que ni yo misma quería hacerme cargo.
—¿Qué pasó...? —pregunté apenas con voz, la garganta seca, la lengua pegada al paladar.
Ethan suspiró, bajó la mirada y se sentó en la ori
