ZAYN
Me quedé mirándola un segundo que se sintió eterno, como si en ese parpadeo me estuviera asomando a un acantilado. Amaya tenía los ojos firmes, húmedos, como si sostuviera el aire con los dientes esperando que yo soltara la cuerda. Sentí el latido en las sienes. Noté el peso de mi propio cuerpo hundiendo el colchón. Y entendí que ya no podía seguir jugando a ser el hombre que aguanta solo. No frente a ella. No cuando su mano seguía sobre mi pecho como un ancla diciendo “aquí”.
Respiré hondo. Noté que el aire entraba en pedazos.
—Está bien —dije al fin, sin intentar adornarlo—. Te lo voy a contar todo. Pero no… —tragué saliva— no me tengas miedo en el proceso si me quiebro, ¿sí?
—No te tengo miedo —susurró, acercándose—. Te tengo. Y no te voy a soltar.
Asentí. Me llevé la mano a l
