ZAYN El silencio después de la tormenta era distinto. No era incómodo, ni pesado: era el silencio de dos cuerpos agotados, todavía unidos, jadeando como si hubiéramos corrido kilómetros sin parar. Sentía los temblores de Amaya sobre mí, su pecho subiendo y bajando contra el mío, su piel húmeda de sudor mezclada con la mía. No quería soltarla. La rodeé con mis brazos, apretándola contra mi pecho, todavía dentro de ella, como si el mundo entero pudiera derrumbarse y aun así yo la mantendría conmigo. —Tormenta… —murmuré, con la voz ronca, casi rota—. Te juro que me matas y me revives en la misma maldita noche. Ella rió bajito, un sonido suave que me acarició más que cualquier palabra. Apoyó la frente en mi cuello y besó mi piel húmeda, como si no le importara el caos que acabábamos de pr

