ZAYN Apagué el motor y el silencio se hizo insoportable. La única cosa que se escuchaba era el golpeteo leve del enfriamiento del coche y la respiración contenida de Amaya. Ella seguía mirando hacia la ventanilla, obstinada en no voltearme a ver, con esa lágrima rebelde que acababa de limpiar. Cuando vi que iba a abrir la puerta, la tomé de la muñeca. No la dejé escapar. —Amaya… —susurré, pero mi voz salió más grave, más rota de lo que pretendía. La jalé suavemente para hacerla girar y puse mis manos en sus mejillas, obligándola a verme a los ojos. Y esos ojos… café oscuros, aún húmedos, temblando. Sentí que me atravesaban. —Escúchame bien, tormenta… —le dije, con la voz vibrando entre la rabia y el dolor—. Sí, voy a ir a Suiza. Tienes razón, he luchado por eso. Me he partido el alma

