Las palabras de la mujer resonaron en el aire con una frialdad que me heló por un momento. Había algo en su tono que no solo desafiaba mi autoridad, sino que también estaba intentando marcar una línea invisible entre nosotros. No me gustaba, pero no podía darme el lujo de detenerme ahora. Caliban estaba en peligro.
Sin decir una palabra más, la mujer se alejó un paso, dirigiéndose hacia el cuerpo de Caliban. Sus ojos seguían fijos en él, como si estuviera contemplando algo más que su simple cuerpo herido. Algo en ella estaba más allá de la simple curación.
—Déjala—, murmuré con una mezcla de determinación y confusión. —Vamos a regresar al castillo. El resto de los heridos... ellos necesitan atención también.
Ailsa no dijo nada, pero la frustración era evidente en su rostro. Mientras nos
