Mi Ausencia Capítulo _2

1052 Words
—Y aparte de eso que dices, ¿a qué otra cosa te dedicas? —le pregunté después de sentarme a escucharlo. —Soy dueño de diez clubes —me respondió entusiasmado. —Okay... Bueno, descansa. Te puse unos medicamentos para que te relajes, pero ahora debo atender a más pacientes —le dije mientras me dirigía a otra sala. Salí de la habitación para continuar con mis pacientes. Ese chico había sido víctima de un intento de asesinato para arrebatarle todo lo que había construido. Estaba solo en el mundo, sin familia, sin hogar, sin amor. Creció entre el maltrato y, para sobrevivir en las calles, tuvo que volverse fuerte. Varias veces volví a su habitación y lo encontraba dormido; seguramente le habían administrado un sedante porque no quería descansar. Cuando mi turno terminó, me fui con el corazón apretado. Él no quería que lo dejara solo, pero yo tenía mi propia vida y responsabilidades que debía cumplir. Al día siguiente, al llegar al hospital, firmé rápidamente y fui directo a su habitación. Pero estaba vacía. Todo estaba limpio y ordenado; él ya no estaba. Corrí hasta recepción y pregunté por el paciente de la sala número 30. Me dijeron que había salido acompañado de sus guardaespaldas. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué se fue recién operado, si apenas podía moverse? No sabía a dónde había ido ni cuál era su paradero, pero lo extrañaría. Extrañaría sus conversaciones y la forma en que me miraba. Sin embargo, no entendía por qué se había marchado así, de repente. Días después, continué con mi vida cotidiana. Mi madre, como siempre, insistía en que debía casarme con Ricardo, pero yo no quería atarme a alguien a quien no amaba. Estaba cansada de repetírselo. Ricardo solo se preocupaba por sí mismo. Le gustaba exhibirme como un trofeo en sus reuniones. Para él, yo era una joya perfecta según los estándares de su familia, pero no para mí. No quería ser parte de esa sociedad superficial. Mis padres no entendían que no iba a casarme con él, aunque me lo impusieran una y otra vez. Aunque el mundo se derrumbara, no lo haría. A la mañana siguiente, cuando salí para ir al hospital, encontré a Ricardo esperándome afuera. —¿Qué haces aquí? —le solté de inmediato. —Vine a buscarte. —Sabes que tengo mi carro y me voy sola —respondí molesta. —Sí, pero siempre me evades. Quería estar contigo hoy y pasar un rato agradable —dijo mientras bajaba de su vehículo. —Sabes que no necesito que me lleves. No hace falta. —Vamos, desayunemos juntos —insistió. Lo ignoré. Me subí a mi auto y me fui, dejándolo hablando solo. Más tarde, al salir del hospital rumbo a la universidad, crucé la calle sin mirar. De repente, una jeepeta negra frenó bruscamente frente a mí. Mi corazón se paralizó cuando vi quién iba dentro: Tyler, sentado junto al conductor. Nuestras miradas se cruzaron y, antes de poder reaccionar, dos de sus hombres bajaron del vehículo, me sujetaron y me metieron dentro de la camioneta. —Hola, señorita. Nos volvemos a ver —dijo Tyler con una media sonrisa. —¿Qué demonios quieres conmigo? ¿A dónde me llevas? —pregunté furiosa. —No te preocupes, conmigo estás a salvo. No dejaré que tu novio ni tu padre te controlen más —respondió, mirando al frente. —¿Cómo sabes eso? ¿Me estás espiando? —No, pero tengo bastante información sobre ti. —¡Dime a dónde me llevas! No quiero ir contigo a ningún lado. —Cálmate, por favor. Te necesito. Aún no me he recuperado. —Pues claro, haciendo desarreglos en vez de descansar. Deberías estar en cama, no dando vueltas por ahí. —Salí a buscarte porque necesito que cures mis heridas. —¿Y por qué te fuiste del hospital tan rápido? —Porque sabían dónde estaba e iban a matarme. Mis hombres se dieron cuenta y me sacaron de allí de inmediato. Pero esta herida me duele como el infierno, no puedo hacer nada ni moverme bien. —Está bien, te ayudaré. Pero antes tenemos que parar en una farmacia por medicamentos. Él me quitó el teléfono de las manos. —Para que no hagas una locura —dijo serio. Uno de sus hombres, Luis, me acompañó a la farmacia. Compré todo lo necesario para su recuperación. Cuando llegamos a su casa, quedé impresionada. Era enorme, moderna, de cristal y con un diseño elegante. Estaba fuertemente custodiada por hombres armados en la entrada y en el portón. Para bajarse del auto, Tyler necesitó la ayuda de dos de sus hombres. Lo llevaron hasta su habitación, que era espaciosa y tenía una vista impresionante a la naturaleza. Lo acostaron en la cama y me puse a curarle las heridas, que ya estaban infectadas. Le administré un calmante y un suero para que descansara. Cuando cayó la noche, llamé a mi madre y le dije que me quedaría en casa de una amiga para que no se preocupara. Me asignaron una habitación donde dormir. Me llevaron la cena, pero no tenía sueño. Decidí ir a ver a Tyler. Dormía profundamente, parecía un niño. Al día siguiente, hablé con la cocinera y le di instrucciones para su dieta: caldos, frutas, zumos y purés para ayudar a su recuperación. Días después, lo ayudé a bañarse y a vestirse con pijama y calcetines. Salimos al jardín para que tomara aire y se fortaleciera. Llamé a mi madre y le dije que me había ido de viaje con mi equipo médico de la universidad. Era una mentira, pero necesitaba quedarme más tiempo para ayudar a Tyler. Lo cuidé día tras día: lo alimenté, le di sus medicamentos y supervisé su recuperación. Ya podía ir solo al baño, caminar hasta el jardín y bajar escaleras. Pero yo debía volver a mi vida normal. —Ya estoy lista para irme —le dije. Él no quería que me fuera. —¿Por qué quieres irte? —preguntó mientras firmaba unos papeles en su despacho. —Porque tengo mi propia vida y responsabilidades. —Recuerda que aquí siempre tienes un lugar, si algún día te sientes acorralada —dijo con tristeza. —Okay… —susurré antes de cruzar la puerta.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD