—¿Por qué mis padres no vinieron conmigo? —le pregunté mientras untaba mantequilla en mi pan, evitando mirarlo.
—Porque no me caen bien. Me disculpo, pero tus padres son arrogantes y patéticos. Le venden su alma al diablo por dinero —me respondió mientras servía un vaso de zumo de naranja.
Lo miré fijamente, esperando una explicación más concreta.
—¿Y en qué lugar están? —insistí, el tono de mi voz denotando una mezcla de frustración y preocupación.
Él no levantó la mirada del cesto de panes. Tomó un sorbo de su jugo y se encogió de hombros.
—¿Para qué quieres saber? —preguntó, evitando mi mirada, como si no importara lo que sentía.
—Son mis padres, ¿te olvidaste de eso? Tengo derecho a saberlo —le dije, apretando los dientes, tratando de contener mi ira.
Sus ojos se alzaron ligeramente, pero no parecía dispuesto a darme respuestas.
—No entiendo para qué te interesa. Ellos te vendieron a un mafioso mucho más peligroso que yo —su voz sonaba fría, distante, casi indiferente.
—¡Son mis padres! —grité, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a invadir mis ojos. —Por más mal que tú veas las cosas, ¡quiero saber dónde están!
Suspiró y, por un instante, su expresión pareció relajarse, pero su voz seguía cargada de desdén.
—No te lo diré. Y con suerte, confórmate con saber que están vivos.
Las palabras me golpearon como un puño. Mi corazón empezó a latir con fuerza.
—¿Vivos aún? ¿Cómo es eso posible? ¿Dime qué pasó? —pregunté, temblando de preocupación.
—Si Ricardo sabe dónde están, los matará, y no quiero ser yo quien lo evite —dijo con calma, mientras llevaba una manzana a su boca, como si el destino de mis padres fuera solo un dato más en su lista.
La idea de que mi vida estuviera siendo manipulada por él, y que mis padres pudieran estar en peligro, me enfureció aún más.
—Pero tú no los vas a proteger, ¿verdad? —le dije, con la voz quebrada y llena de rabia. Las lágrimas se hicieron más fuertes, pero no quería que él las viera.
—Mi compromiso es contigo, no con ellos. No tengo que ver con eso —respondió, su tono insensible.
—¿Y por qué lo hace conmigo? —grité, incapaz de mantener la calma. ¿Qué derecho tenía él sobre mi vida?
—Maldita sea, no lo sé. ¡No lo sé! —exclamó, claramente irritado, mientras se levantaba y se alejaba del comedor.
Mi furia se desbordó, y corrí a mi habitación, encerrándome tras la puerta. Estaba furiosa, pero también asustada. Quería saber más, pero todo lo que me decía me dejaba más preguntas que respuestas.
—¡Te odio! ¡Te odio, maldito! —grité, mientras me tiraba en la cama, cubriéndome el rostro con las manos.
Me sentía atrapada, como si estuviera siendo manejada por alguien que no me entendía, que no le importaban mis sentimientos. Tyler, ese hombre frío, sin alma, que se comportaba como si nada tuviera valor excepto su propia voluntad.
Tyler observaba desde la distancia.
No entendía qué estaba pasando con ella. No salió ni a comer ni a desayunar. La dejé en su habitación porque, sinceramente, ya no soportaba más discusiones con ella. Era arrogante, orgullosa, y no quería entender mi punto de vista. Sabía que mi trato con ella no había sido el mejor, pero en su lugar, ¿qué hubiera hecho? Sus padres la habían vendido, no podía ser tan fácil para ella.
Tal vez era porque en su mente seguía buscando una justificación para lo que había sucedido, pero cada vez que la miraba, veía solo odio en sus ojos. No importaba cuánto lo intentara, ella no quería saber nada de mí.
Pasaron unos días, y decidí tomarme un respiro. Salí con mis hombres, primero a Brasil, luego a Colombia, dejándola atrás. No quería quedarme para escuchar sus reproches, sus gritos de furia. Pero, por alguna razón, eso solo me hacía quererla más. Ella no lo entendía, pero yo la quería. Había algo en ella que no me dejaba en paz. Desde el primer momento en que la vi en el hospital, su presencia me había cautivado, y ahora, aunque ella me rechazara, no podía dejarla ir.
A pesar de la distancia, mi mente seguía fija en ella. Sabía que había sido duro, pero no quería que me odiara para siempre. En el fondo, me importaba más de lo que ella creía. Pero ella estaba cegada por el rencor y no veía nada más.
Liliana, por su parte, continuaba atrapada en su propio laberinto de emociones.
Aunque había ido a comprar ropa, nada parecía aliviar la sensación de vacío que sentía. Tyler, con su actitud arrogante y controladora, parecía empeñado en manejar su vida, incluso cuando ella le dejaba claro que no quería ser parte de sus planes.
Se sintió ridícula al tener que salir de la tienda en ropa que no había elegido, pero sabía que no podía hacer mucho. Él tenía el control. Mientras recorrían las estanterías, la sensación de estar siendo observada y controlada la irritaba aún más. Pero no podía huir. No podía irse a ningún lado.
Cuando volvieron a la mansión, ella se encerró en su habitación, tratando de olvidar todo lo sucedido, y sumida en sus propios pensamientos. Estaba cansada, no solo de la situación con Tyler, sino de todo lo que había sucedido.
Ella quería respuestas. Quería saber la verdad sobre sus padres. Y sabía que Tyler la estaba ocultando. Pero ¿qué podría hacer ella ahora?
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Reflexión final de Tyler: Aunque me alejé por unos días, sé que no puedo seguir evitando la verdad. Lo que quiero es que ella me mire, que me vea más allá del hombre que he sido. Pero eso llevará tiempo. No sé si tendrá el valor de perdonarme algún día. A veces me pregunto si estoy haciendo lo correcto al intentar forzarla a que me entienda. Pero no puedo dejarla ir. No puedo dejar que mi vida siga sin ella.