La brisa cálida del Caribe entraba por las cortinas blancas, que danzaban al ritmo del viento marino. El sol, ya alto, bañaba la habitación con su luz dorada. En la cama, Tyler yacía abrazado a Liliana, quien dormía con una sonrisa apacible. —Buenos días, mi amor —susurró Tyler, besándole el hombro suavemente. Liliana se removió entre las sábanas, entreabrió los ojos y lo vio allí, con el torso desnudo, mirándola como si fuera el paraíso en persona. —¿Qué hora es…? —murmuró ella con voz ronca, adormilada. —La hora de amarte —respondió él con una sonrisa ladeada, bajando a besarle el cuello. —Tyler… —rió ella tímida, pero se dejó llevar. Él se inclinó sobre ella y la cubrió de caricias suaves. Se buscaron como dos náufragos encontrando tierra firme. Lentamente, sin apuros, con besos q

