La noche había caído sobre la frontera como una manta oscura cargada de tensión. Tres contenedores, cada uno marcado con un código encriptado, estaban listos para cruzar la aduana con destino a China. Dentro, cientos de kilos de cocaína refinada, una fortuna lista para mover imperios. Don Gerardo jamás imaginó que esa sería su última gran jugada. Tyler, enfundado en su chaqueta de cuero n***o, observaba desde una colina junto a Máximo. Ambos estaban acompañados de sus mejores hombres. Morenay ajustaba su mira telescópica mientras revisaba los puntos de entrada. Era la noche del tumbe, y no había espacio para errores. —¿Estás listo para esto? —preguntó Máximo con una sonrisa torcida. —¿Tú qué crees? —Tyler encendió un cigarro y lo dejó colgar de sus labios—. Esta es la bienvenida que Don

