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1235 Words
—¡HOLA! —le dijo el rubio casi a gritos y apareciendo por detrás. Julien pegó un salto aún sentado no tanto por la sorpresa del grito, sino más bien por ver de quien se trataba: el mismo chico idiota con su comentario de adolescente de hace un rato. El castaño no tardó en volver a su expresión de hastío habitual. —¿Te puedo ayudar en algo? —¡Dios, eres aun más lindo de cerca! —comentó Theo mientras se apoyaba con las manos en el escritorio. Julien frunció el ceño más asustado que molesto y trató de poner la mayor distancia posible entre él ese loco que parecía haberla agarrado con él. Sin embargo, sus precauciones no servían más que para echarle leña a la hoguera en la que el corazón de Theodore Corbin se había convertido, ya que cada una de sus acciones le hacía parecer más adorable ante sus ojos ciegos de amor. —Ok... —dijo poniéndose de pie, siempre evitando hacer movimientos bruscos para no perturbarlo más de lo que seguramente ya estaba. Julien estaba a punto de tomar sus libros para salir de ahí cuando una de las manos de Theo le apresó la muñeca con suficiente cuidado como para no hacerle daño, pero no tanto como para evitar espantarlo —¿Qué quieres? —preguntó, tan alterado que hasta se le escapó un gallo al hablar. —Trabajemos juntos —respondió Theo. Aquello no había sonado para nada como a una pregunta, sino que sonaba más bien a una orden. Sin emabergo, si pensaba que le iba a ser tan fácil convencer al castaño, estaba muy equivocado. —No —respondió Julien de forma cortante mientras trataba de soltarse del agarre de su compañero, pero le fue inútil, pues era más alto y más fuerte que él. —¿Por qué no? —Porque no te conozco... y eres rarísimo —Theo no iba a ofenderse por algo así, le habían dicho cosas peores y que el castaño lo rechazara de esa forma hacia despertar en el algo que nunca antes había sentido. Julien lo encendía en más de un sentido. —Pero Julien, ¿no te das cuenta? Somos almas gemelas —el más alto le pasó un brazo por los hombros imaginándose, seguramente, toda la vida que llevarían juntos desde ahora mientras su supuesta alma gemela respiraba agitadamente por el miedo. —¿Cómo sabes mi nombre? —Julien se agachó para liberarse del abrazó que lo apresaba y salió rápidamente escaleras abajo— bueno, no importa... Solo aléjate de mi. Una mujer joven había entrado a la sala, estaba repartiendo unos papeles en la entrada formando así un pequeño tumulto que le daría tiempo para pensar en algo. Theo hablaba en serio cuando le dijo eso de las almas gemelas; no sabía cómo pero podía sentirlo y no dejaría que el amor de su vida se escapara tan fácilmente. Así fue como, entre ideas disparatadas y escenarios absurdos, urdió un plan en su mente que llevaría a cabo aunque le costara una orden de alejamiento por parte del castaño. El que no se arriesga no gana, pensaba mientras caminaba desde el lugar en el que hace un minuto había estado su amado hasta el escritorio del profesor. ~ Ese día no tenía ninguna clase con el señor Lerman, de modo que no tenía ni la más mínima idea de por qué lo citaba a esa hora en su oficina. Sus notas estaban bien, era uno de sus mejores alumnos y siempre entregaba sus trabajos a tiempo. No hay razón para alarmarse, Julien se repetía mil veces al caminar por el pasillo del piso de los profesores. Tocó la puerta un par de veces y la conocida voz de su profesor le indicó que podía pasar. Para su mala suerte lo primero que vio no fue al canoso maestro de literatura, sino al posible psicópata de su nuevo compañero. El rostro salpicado de pecas y la sonrisa de niño malcriado de Theodore Corbin se robaban la atención, incluso la del castaño, quien frunció el ceño al instante y habría salido del lugar dando un portazo de no ser porque su maestro lo invitaba a sentarse con un gesto. De mala gana tomó la silla al lado del rubio y se sentó dándole un poco la espalda para crear una barrera invisible entre sus cuerpos. —Qué bueno que viniste Julien —empezó muy relajado el señor Lerman, como si citarlo junto a ese sujeto no fuera una emboscada y una traición. Julien quería rodar los ojos y decir que no le había quedado de otra; ya sospechaba que nada en lo que aquel rubio anduviera metido podía ser bueno, pero le tenía demasiado respeto al señor Lerman como para hacer cualquier comentario sarcástico. —Theo y yo estuvimos hablando y ambos pensamos que sería maravilloso leer un ensayo donde dos puntos de vista tan diferentes chocaran. Oh, así que ahora él y el maníaco eran amigos, estupendo. —¿Qué opinas? —Creo que es una pésima idea, la peor de todas —respondió en un intento de librarse de esa tediosa y peligrosa situación. Si ya le hacía sentir incómodo el hecho de compartir una sala llena de personas con Theodore, le daban náuseas el simple hecho de pensar quedarse a solas con él en una sala de estudio o en la misma biblioteca. Julien estaba seguro de que la idea no había sido de su maestro y tenía la esperanza de cortarla antes de que esta echara raíces. Lo que el pobre chico no sabía, era que para esas alturas ya era demasiado tarde. —Me gustaría que trabajaran juntos en el proyecto de clase de literatura inglesa. Algo muy bueno podría surgir de ahí —dijo el señor Lerman, pasando olímpicamente de su opinión. Julien se giró para quedar mirando a su compañero, al cual la sonrisa apenas le cabía en el rostro. William Shakespeare dijo una vez que hay puñales en las sonrisas de los hombres, pero el joven podría jurar que en esa sonrisa desquiciada había al menos cien espadas, cañones y hasta un tanque de guerra esperando por él. —Profesor... Realmente preferiría trabajar con alguien más. El maestro lo miró muy seriamente. Theo había hecho un muy buen trabajo convenciéndolo. —Sé que será el mejor ensayo de la clase —dijo de forma terminante dando un golpe con la palma en el escritorio; esa era la señal de la última palabra y ya no había nada ni nadie que lo hiciera cambiar de parecer. A Julien casi se le cae la boca al suelo de tanta impotencia, de algún modo el rubio había logrado lo que quería y ahora sí que no veía forma de sacárselo de encima. De alguna manera que hasta ahora el más bajo no comprendía, él y Theodore ahora estaban unidos. —Te dije que éramos almas gemelas —dijo Theo con una sonrisa satisfecha una vez ambos estuvieron fuera de la oficina del profesor. Julien entrecerró los ojos, el otro no podía ni imaginarse lo mucho que lo odiaba— lo mejor será que empecemos a trabajar lo antes posible. Theodore sacó un cuaderno y un lápiz de su mochila. Arrancó una hoja y garabateó algo en ella. Cuando se la entregó a su compañero, el muchacho vio con horror una secuencia de números escrita con lápiz de tinta verde que seguramente correspondían a los de su número de teléfono. Julien quiso arrugarla y salir corriendo en ese mismo instante, pero en cambio terminó por respirar profundo y hacer uso de toda su madurez para doblar la hoja y guardarla en su mochila. Por mucho que le costara admitirlo, estaban juntos en esto.
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