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1206 Words
Theo corrió por toda la biblioteca, el patio y el primer piso de la facultad de literatura, pues había algo muy extraño en ese chico: cada vez que creía verlo doblando la esquina en algún pasillo desaparecía al instante en que el rubio se acercaba. Era casi como un ninja; uno que vestía pantalones de franela y camisa a cuadros, pero un ninja al fin y al cabo. Cuando parecía que su carrera no tendría fin, Theo atisbó la silueta de su presa entrando a una de las salas, solo entonces pudo respirar un poco más tranquilo. Exhausto como estaba, corrió los últimos metros que lo separaban de la puerta del salón 215 para encontrarse con los bancos dispuestos como en un anfiteatro y varios otros alumnos sentados que lo miraban extrañado. Serían unas treinta o cuarenta personas, todos con expresiones que rebosaban curiosidad y una gran pila de libros sobre el regazo. —Hola —dijo al mismo tiempo que hacía un gesto con la mano al que nadie respondió, pues la atención de toda la audiencia había recaído en el hombre que justo en ese instante entraba por la puerta. Theo se giró también. A su lado pasó un hombre de unos cuarenta años, con canas a los lados de la cabeza y una camisa mal planchada que lo observó de pies a cabeza. —¿Alumno nuevo? —preguntó. Aquella voz pausada y rasposa, sus pintas extravagantes y aquel sutil desprecio por el resto de la humanidad no le dejaba espacio a la imaginación, pues Theo había visto a varios como él rondando por la oficina del rector de su facultad. Ese ser despreciable era uno de los que habían estado presentes en la fatídica reunión de hace solo dos semanas en la que les informaron sobre los nuevos electivos obligatorios. Aquel no podía ser otro que el profesor de literatura inglesa. —Ehh... si, claro —dijo estirando el cuello para comprobar si el chico al que buscaba realmente estaba ahí o si aquello no era más que el peor error de su vida. El maestro lo examinó una vez más. Apenas conocía a Theodore de vista, pero solo un encuentro había sido suficiente como para hacerse una idea de quién era. Para él era toda una sorpresa encontrarlo ahí, pues no se esperaba contar entre las filas de sus alumnos al mismo joven que en la asamblea de estudiantes y maestros se dedicó a protestar abiertamente sobre lo injusto que era que los obligaran a tomar ramos humanistas. La vida daba muchas vueltas, pensó encogiéndose de hombros antes de pedirle que tomara asiento y caminara hasta su lugar para comenzar la clase. Theo fue hasta un asiento desocupado en la última fila, así podía ver a todas partes y buscar a Julien. No le costó encontrar su cabeza de pelo castaño y ligeramente ondulado. Ahora si podía verlo bien: llevaba jeans negros y un sueter celeste encima de la camisa a cuadros azul. Aunque solo lo veía de espaldas habría jurado que era lo más lindo que había visto en la vida. Theo apoyó la cabeza en las manos y se quedó en esa posición de colegiala enamorada hasta que el profesor comenzó a escribir algo en la pizarra. El ruido del plumón sonando sin cesar era todo lo que se escuchaba hasta que la voz del maestro, profunda sonora, rompió de golpe el silencio y la ensoñación en la que el joven se encontraba. —William Shakespeare: escritor, dramaturgo, actor y el más grande exponente de la literatura anglosajona —el hombre hizo una pausa dramática en la que recorrió con la mirada a todos los alumnos, Theo lo miraba con una cara que expresaba más aburrimiento que la excitación que el maestro esperaba producir en sus alumnos, hecho que lo convirtió en el blanco perfecto para acribillarle a preguntas— usted en la última fila —lo apuntó con la tiza— ¿puede nombrar alguna de sus obras? El joven lo pensó un momento, sentía todas las miradas sobre él, en especial la del castaño que finalmente se había volteado en su dirección para brindarle un poquito de su atención. No podía fallar ahora. —Ehhh... ¿Romeo y Julieta? —Muy bien, puede decirme de qué se trata la obra. —De un par de chicos que estaban enamorados —las risas del resto de sus compañeros no tardó en hacerse presente. ¿Acaso no se trataba de eso? —Muy acertado señor... —Corbin, Theodore Corbin. —Puede ser un poco más específico, señor Corbin —Theo se encogió de hombros para ponerse cómodo, tal vez no hubiera leído la historia, pero había visto mil películas que la citaban; podría inventarse algo rápido y, si tenía suerte, impresionar a Julien que cada vez lo miraba con más curiosidad. —Dos hijos de familias rivales que se conocen y se enamoran. Pero el destino no les deja estar juntos. Luchan contra todo para quedarse con la persona que aman. Creo que es una historia hermosa que refleja muy bien lo que significa el amor verdadero. —Bien... ¿Alguien tiene una opinión diferente? —en medio de la multitud una mano se alzó, era Julien, quien se enderezaba en su asiento listo para hablar— usted —dijo el profesor para darle la palabra. —Romeo y Julieta no es más que una sátira. Shakespeare solo se estaba riendo de la estupidez de un par de chiquillos caprichosos —Theo se lo quedó mirando con el ceño levemente fruncido, ¿cómo era posible que alguien dijera algo así de Romeo y Julieta? Es decir... ¡Era Romeo y Julieta, por favor! Seguramente la historia romántica más contada del mundo y él se burlaba de ella así como así. Julien se giró para encarar al rubio. Acababa de formarse un debate en el que el castaño tenía todas las de ganar. —No estaban enamorados, ni siquiera se conocían. Lamento decirte que has vivido engañado por las fantasías románticas que el cine y la televisión han querido que creas. —Pero... ellos se suicidaron por amor —replicó el joven ya sin estar seguro ni de lo que decía. —Un berrinche de adolescentes, solo querían aquello que sabían que no podían tener —Julien levantó una ceja y estaba a punto de decirle algo más cuando el profesor los interrumpió dándole la palabra a una chica de la tercera fila. Aquella había sido la única vez en toda la clase que el rubio había conseguido llamar la atención del menor y no había sido más que para que se burlase de él. Habría estado echando chispas de indignación si no hubiera sido él quien lo había dejado en ridículo. Escuchar su voz había sido algo exquisito y que casi le hacia sentir cosquillas, pues le recordaba mucho al canto de las aves en la mañana o al tintineo de los cascabeles en las canciones de navidad. Su rostro tan inteligente y con aires de soberbia era algo mágico, no podía entender como su mundo había funcionado antes de conocerlo; ahora estaba seguro de que nunca lo haría sin tenerlo cerca. La clase pasó sin mucho más que contar, el profesor había dibujado un esquema gigante de la vida de Shakespeare y algunas de sus obras más importantes. Al sonar la campana había dicho que les dejaría un trabajo en parejas. Redactar un ensayo sobre una de las obras del autor o algo así... Theo dejó de prestar atención cuando mencionó la palabra "parejas".
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