Camila Salí del edificio sin mirar atrás. Cada paso se sentía más pesado que el anterior, como si dejara un pedazo de mí con cada baldosa que pisaba. El aire fresco de la ciudad me golpeó de frente, pero ni siquiera eso logró despejarme. Tenía el cuerpo encendido y la mente atrapada en un huracán de emociones. Me sentía vacía, saturada, confundida. Todo al mismo tiempo. Era como si no pudiera respirar con claridad, como si todo lo que acababa de vivir en esa oficina se repitiera en mi cabeza una y otra vez sin darme tregua. Caminé por las calles de Nueva York sin rumbo, dejando que mis pies eligieran a dónde ir. Me dolía el pecho. Me ardía el orgullo. Me sentía usada y al mismo tiempo deseada, y eso era lo peor. Saber que una parte de mí quería volver a él, aunque su frialdad me cortará

