El diario de un mujeriego

2382 Words
Tengo una facilidad innata: hablar y encantar a las damas es un acto sencillo que al parecer me favorece para conseguir hasta el más mínimo estimulo de alegría, o al menos es algo que mi madre siempre mencionaba frente a sus amigas. — Mi pequeño Alfonso es un encanto con las damas. — mantenía en un tono altivo entre risas y tazas de café. Desde que pude articular palabras tengo aquella capacidad; que no me desagrada del todo, de hecho, casi me parece aburrido actualmente, por eso busco mujeres fuertes de carácter para mi satisfacción de desafiarme a mí mismo cada vez. Es un deleite para mí el uso de coqueteos, frases delicadas y mis mejores armas para poder enamorar a las muchachas que parecen imposibles para cualquier otro que huye cobarde sin siquiera afrontar a tal desafiante espíritu femenil, no obstante, en cuanto logro endulzar el corazón frío y despiadado de cada una de ellas mi espíritu aventurero vuelve a caer en la monotonía aburrida que tanto detesto. Las dejo sin reparo excusándome con cualquier argumento que casualmente funcione o invente en el momento, por más absurdo que parezca mis pretextos sin embargo no dejan de funcionar, después de todo, mi objetivo se consiguió magníficamente al punto que no importa que tan fantasiosa suene mi forma de alejarme de ellas todo al final, funciona. Mi infancia fue trágica: contrariamente a mi presente, el hombre al que debería llamar padre huyó sin más cuando era un mocoso de apenas 4 años, ya ni siquiera recuerdo como era incluso si lo viera no lo reconocería, en parte debería agradecerle que ahora soy capaz de tratar con casi todo tipo de mujeres, después de todo, el ver llorar a mi madre constantemente en las noches fue un medio necesario que provocó mi talento hasta que tuve la capacidad de comprender la realidad trágica y devastadora. Decidí entonces maravillarla con mis primeras frases llenas de halagos; aunque toscos y típicos de cualquier niño, era suficiente para hacer sonreír a mi procreadora, al menos por unos años hasta que conoció a un sujeto de nombre Steve. El tipo no era precisamente una gran persona, en realidad; aprovechaba cada oportunidad que tenía para insultar de manera disimulada o fumar cigarrillos en la casa junto con su hipócrita sonrisa amarillenta, su higiene era casi insuficiente cuando se quedaba a dormir dejando. Cuanto detestaba su presencia descuidada con grasienta cabellera oscura y barba sin afeitar con restos de comida anidando en ella, pero no podía quejarme ya que mamá parecía lucir más relajada con un amor fingido. A los diez años finalmente conseguí deshacerme del sujeto y del apego que mi madre había generado hacia su roñosa personalidad, luego de un tiempo continué mi vida estudiantil siendo el foco de atención para la mayoría de la población femenina dentro y fuera del instituto. Como es de esperarse, en toda historia existe otra cara de la moneda; un ser contrario al del protagonista siempre debe hacer su acto de entrada cuando este menos se lo aguarda, en mi caso era una pequeña niña de doce años llamada Alex Sánchez, su dulce mirada grisácea contrastaba con su personalidad fuerte, al igual que su piel pálida lo hacían con sus cabellos negruzcos. Al crecer, ambos nos convertiríamos en amigos mientras que en mi corazón se clavaba el enorme deseo por conquistarla, mi corazón no dejaba de pedirme a gritos que intentará alguna de mis mejores artimañas románticas, mi cerebro por otro lado, sabía con certeza que jamás funcionaría, pues a diferencia de otras chicas ella diferenciaba muy bien ese tipo de trucos; no me sorprende de una doncella que tuvo que soportar toda su infancia con un padre y hermanos promiscuos. Alex era una mujer independiente, fuerte, segura, confiable, pero, sobre todo muy impredecible, nunca supe que cruzaba por su mente y estoy seguro que nadie lo sabría incluso si se lo preguntara. Tratar con ella era como bailar: cuando daba dos pasos asegurados, siempre terminaba retrocediendo uno sin darme cuenta, al final del día su celestial ser me enamoraba más que antes; pero por desgracia era el único que rescindía así al final del día. Se escapaba sin más haciéndome pensar que era yo quien la dejaba libre; tal vez así era, no deseaba darle el mismo trato que a otras mujeres, pero jamás hacia desmerecedora a alguien de mis más elegantes atenciones, siempre consideré que una mujer se merece el mejor de los tratos por parte de un hombre, pero con Alex terminaba estallando por su loca paranoia de que le rompería el corazón de la forma más vil y despiadada. Durante varios años continué con su juego al punto de otorgarle mi profunda confianza, incluso confesando mis coqueteos con otras damas ¿Qué hombre le declara sus aventuras amorosas a la mujer que ama? sin dudas soy ese personaje, estúpido enamorado con un corazón clavado por un sentimiento tan hermoso y a la vez tan doloroso. Por otra parte, el juego tarde o temprano llegaría a su fin, como todo adulto ella maduraría y se convertiría en una diseñadora con gran talento, en cambio, mi aptitud me llevaría por el camino de la literatura como el creador de los poemas más bellos y sensuales dirigidos a la población femenina. Mis éxitos con la pluma me embarcarían por un viaje al continente europeo; alejándome de mi primer amor por varios años, pero acercándome a la belleza encantadora de doncellas de extensas variedades, mi dulce y frágil tentación de diferentes localidades eran una nueva expectativa para alimentar mi orgullosa habilidad, tantas diferencias entre ellas las hacia únicas en todo sentido, y eso solo me incentivaba a provocar sus instintivos actos. Nunca creí que un corazón tan juguetón como el mío, aún recordaba la esencia de mi primera amada, pero milagrosamente lo hacía, cada cierto tiempo la recordaba entre cigarrillos y delicados desnudos entre mis sabanas, el espejismo de verla en mi habitación rogándome sinceras caricias se hacía tan fuerte en mis solitarias borracheras. —Haría falta una Diosa para sacar este clavo, una majestuosa visión que suavice al que se atoró en este miserable corazón de madero—. Me repetía cada oportunidad, cada momento de soledad mientras observaba la ciudad de España encender sus luceros en la oscuridad. Así fue hasta que por la mañana una carta llegó, una invitación para una boda entre mi doncella Alex y un hombre que casualmente se llamaba Esteben, estoy seguro que en aquella tarjeta de bordes dorados y letras estampadas en pan de oro faltaba invitar al funeral de mi corazón, el cual en ese preciso momento agonizaba junto con su dueño en la entrada fría y solitaria de un oscuro departamento. Un impulso es capaz de encender en el ser humano un deseo por continuar, por avanzar y conseguir aquello que tanto anhelamos, surgió de la nada encendiendo una idea loca y desesperada por un último intento de ganar el obsoleto juego que empecé con aquella mujer hace un tiempo atrás. Me preguntaba por qué en lugar de llamar o enviar algún correo electrónico decidió por triturar mi desgastada alma con una carta, ya en estos días lo más popular era utilizar medios electrónicos para comunicarse con todos los rincones del planeta, aun así, en pleno año 2000 observaba la cruel decisión de comunicar por medio de una carta la feliz notica de una boda. De inmediato levanté mi cuerpo cansado del suelo, me dirigí a la habitación del segundo piso para recoger mis mejores vestidos, algunos de mis libros de poesía para empaquetarlos junto con una generosa cantidad de dinero en mi billetera, llamé a reservar un vuelo de última hora a Quito- Ecuador y corrí a tomar un taxi lo más rápido que pude. A veces las personas se lanzan a una aventura sin saber lo que les podría pasar, yo sabía lo que desembocaría si no salía en ese momento y me arrojaba esperanzado que ella recapacitara, mi mente se había encapsulado en mis sentimientos incomprendidos hacia ella o quizá en la posibilidad de perderla sin haber luchado. Era muy simple saber que tan cerrada estaba mi mente en ese detalle tan insignificante, pero a la vez tan misterioso, era una sensación de evitar poseerla, pero al mismo tiempo de no dejársela a alguien más; que hipócritamente vulgar era mi corazón. Mi memoria divagaba en recuerdos de su dulce esencia, sus ojos grises bajo los rayos inciertos del día y el brillo espectacular de la noche cuando los luceros comenzaban a encenderse, su piel pálida que desentonaba con cualquier color de ropa como si de la misma porcelana se tratase, sus risos oscuros que finalmente me enloquecían con su rebeldía sin más; estaba locamente enamorado y mis recuerdos solo lo confirmaban todavía más. Pensar que mis descuidadas atenciones hacia ella habían provocado la necesidad de buscar otro hombre me atormentaba; realmente soy un idiota, la mujer que amaba era fuerte en todo el sentido de la palabra, mi mente solo me engañaba para que creyese así, sin embargo, parte de mí se convencía esperanzado en que así fuera, como si mis anhelos la dominaran incrédulamente; era obvio que una mujer así de libre siquiera intuyera mis deseos. Luego de un largo viaje en coche, me dirigí a la fila para tomar el avión, mi intención de viajar era más firme en aquel momento que cuando intenté absurdamente volver algún tiempo atrás. En varias ocasiones estuve a punto de partir a mi natal cuna, pero siempre me frenaba en la entrada del aeropuerto o tomaba un rumbo diferente, procrastinaba sobre la hora de viaje o incluso la fecha para reservar el vuelo sin hacerlo al final del día, la idea de tener un impulso así de repentino me creó una confusión tal que ni siquiera consideré las consecuencias del mismo. Corría presuroso por los grandes rincones del lugar cuando de pronto en mi presuroso trayecto se cruzó alguien, lo único que pude distinguir antes de una estrepitosa caída; fue una cabellera oscura y lisa deslizarse frente a mis ojos como la fina seda ondeándose con el viento, tan rápido abrí los ojos después de tan violenta caída me di cuenta: nos encontrábamos de pronto en el suelo con las maletas dispersas alrededor, tenía un dolor en mi cuerpo que se encontraba inmóvil mientras mi visión se enfocaba en una muchacha que buscaba sus anteojos ansiosa pero torpemente y para colmo continuaba sobre mis piernas. — Esta mujer ¿es demasiado torpe o demasiado ciega para darse cuenta de que esta boca abajo sobre mis piernas? —pensé con gran disgusto por su acto tan descaradamente descuidado. Quizá fue por el apuro en el que me encontraba que por primera vez en mi vida sentía una tremenda desesperación ante una mujer, su torpeza y naturaleza distraída me causaban una conmoción de incertidumbre que nunca había experimentado antes; mucho más en un momento tan crucial. Mi paciencia finalmente tocó un límite imprevisto tras varios segundos de estar en el suelo helado en una dificultosa situación y con un generoso público visualizando la escena, levanté la voz cuestionando si su comodidad era comparable a la mía en aquella posición, pero, al parecer la muchacha no se había percatado de mi presencia en todo ese tiempo. — Por Dios ¿Usted que hace ahí? —mencionó tan inocente, mientras continuaba recostada ya con sus anteojos. Mi irritación aumentaba todavía más con aquella pequeña frase al punto de incentivarme a empujarla para así librarme. Finalmente incorporé mi enervado cuerpo, mientras la joven se quejaba por mi acto poco caballeroso ¿Es una broma? Como es posible que una mujer así exista. La ayudé de mala gana y continué mi travesía convencido de no volver a verla jamás; pero esa confianza duró por cinco minutos, continuaba cruzándome con ella en cada fila incluso hasta el número de asiento en el avión fue junto a ella, la suerte definitivamente no era mi aliada, pero tampoco me podía quejar por lo que en completo silencio me acomodé y esperé evitar la necesidad de no decir nada en todo el viaje. — Me disculpo por lo de antes, no me di cuenta que estaba sobre usted— mencionó mientras tomaba asiento a mi lado, su voz notaba cierto quiebre como si antes de encontrarnos hubiera llorado por un tiempo prolongado. De pronto el sentimiento de culpa invadió ligeramente mi consciencia; un suspiro profundo salió de mi boca seguido de mi acto involuntario de sujetar mi cuello como si una incomodidad en el ambiente me afectara. Le indiqué que no se preocupara por el suceso y que en lo posible no me recordara lo sucedido, ligeramente dirigí mi vista hacia su presencia con un continuo impacto al notar la alegre sonrisa de la muchacha. Fijándome bien, era una joven de piel no tan pálida y grandes ojos oscuros adornados por unos anteojos redondos que enmarcaban su rostro, su cabellera oscura caía delicadamente en sus hombros y su figura parecía curvilínea con un voluptuoso pecho siendo apretado por la blusa que tenía puesta. En otro momento estoy seguro que no hubiera tardado en intentar deleitar sus tiernas reacciones con mis frases de amor, sin embargo, su personalidad tan infantil, inocente y despreocupada solo me estimulaba una rabia que nunca creí en mi vida poder expresar, curiosamente solo podía encontrar defectos sobre su ser que parecían mantener a raya mis impulsos coquetos que regularmente no parecían tener límite alguno. Sacudí cautelosamente mi rostro mientras concentraba mi perspectiva en otra dirección, con el tiempo mi idea dio un resultado tan magnifico que incluso olvidé el hecho y quedé sumamente adormilado, así fue durante un par de horas hasta que un movimiento brusco me abrió los ojos de par en par, la torpe chica se encontraba en una postura extraña sobre mis piernas y con el escote de su blusa acaparando mi rostro. La impresión me hizo empujar a la joven contra la parte posterior del asiento delantero en lo que trataba de contener la respiración para no crear un escándalo, afortunadamente la iluminación estaba apagada y todos los pasajeros alrededor de mi lucían dormidos. — Disculpé— susurró —, me levanté para ir al baño y el avión se movió de pronto.
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