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Decidió poner pañales y comida y zumos para su hijo. Sabía que la suerte le había sonreído, pero no iba a aprovecharse más de lo debido. Seguramente tendría la oportunidad de lavarse la ropa. —Debería anotar más cosas —le dijo Tomazio, con voz ronca, cuando ella le entregó el cuaderno. Ella negó con la cabeza. Hasta poner las necesidades más básicas le había dolido. No quería que Adolfo Rinaldi gastara en ellos más dinero de lo necesario. Subió con Tomazio la imponente escalera. Los muebles que había en el descansillo parecían dignos de los de un palacio. Cuando el hombre le mostró su habitación, le pareció fabulosa. Tenía un cuarto de baño anexo y una pequeña habitación con una cunita para un bebé y juguetes casi nuevos. De repente, se le ocurrió que, tal vez, Adolfo Rinaldi era un

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