—¡Podrías estar dañando su identidad s****l de por vida!
—¿Eso crees? —le preguntó ella, mientras Adolfo la llevaba hacia un ascensor del que Gracy no había tenido noticias hasta entonces.
Una vez dentro, la dejó en el suelo y apretó el botón sin esperar a Tomazio. La puerta se cerró rápidamente.
—El suelo está ahora hecho un asco —se lamentó Gracy—. No puedo dejarlo así.
—Cállate —susurró Adolfo, mientras trataba de respirar lenta y profundamente, con los ojos cerrados.
Había tenido un día terrible, prohibiendo que le pasaran llamadas de Maria, haciendo que su secretaria se encargara de cancelar los preparativos de la boda y tratando de evitar las miradas de especulación que veía en los ojos de sus empleados.
Adolfo Rinaldi y Maria, una pareja de ensueño, habían roto, un fracas
