Sin embargo, el hambre la hizo sucumbir a la primera tentación, la del desayuno que le habían subido sobre una bandeja, que el mayordomo le había colocado encima de la cama. Mientras comía, se tocó el lugar de la base del cráneo donde se había golpeado. Todavía le dolía un poco, pero después de una noche de sosegado descanso se sentía mucho mejor. En cuanto hubo desayunado, se dio una rápida ducha y se puso sus pantalones vaqueros y su camisa, ya limpios. Además, añadió a su atuendo un jersey de hombre que había encontrado entre las ropas que Tomazio le había llevado. Tras peinarse vigorosamente, bajó corriendo las escaleras. Encontró a Adolfo, paseando impacientemente por el vestíbulo. Solo con verlo, sintió que el aliento se le helaba en la garganta. Iba vestido con un elegante traje

